𝟐𝟗

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Emma

-Mierda, tengo que volver a San Francisco.
Había dejado el móvil en la mesa, mientras despertaba en brazos de Tyler.
-¿Por qué?
-Jeremy a vuelto del viaje.
-¿No volvía en dos semanas?
-Si, al parecer hay reuniones.
-Vale, pues vamos preparando todo.

Nos levantamos de la cama para dirigirnos a asear.

-Deberías quedarte, no hace falta que vengas conmigo.
-No, no pienso dejarte sola por allí. Mira lo que a ocurrido en tu apartamento.
-No pasa nada... Puedo quedarme con mis padres.
-Pero yo quiero que te quedes en mi casa, conmigo -.Se había cruzado de brazos viéndome mientras me duchaba.
-No puedes tenerme encerrada como en una jaula.
-Si puedo Emma.

Le miré de reojo negándome a lo que acaba de decir, ya que se imponía en mi, lo cual no me gustaba.

-Además tu hermano aún sigue en el hospital.
-Mi madre ya viene de viaje con mi hermana.
-¿Con tú hermana? - Secaba mi pelo con una pequeña toalla.
-Si, ha hablado con médicos y con precaución la dejan viajar. Pero no es recomendable.

Salí cubriéndome con la toalla para irme a vestir, y desde el cuarto hablábamos en la lejanía.

-Además tengo que conocer a tu jefe, aun no lo conozco, no tienes mi aprobación.
-¿Pero qué te crees que eres? ¿Mi dueño?
-Algo así.
-Te equívocas.
-Tu misma aceptaste ser mía.

Puse los ojos en blanco mientras me colocaba un jersey.

-No me gusta que pongas los ojos en blanco.
Apareció tras mio, y lo vi al bajar el jersey.
-Vamos a ir a desayunar fuera, no quiero que te separes de mi.
-Que si... -Refunfuñaba mientras me colocaba las botas.
-Entiende -, besó mi cuello agarrándome de la cintura -. No puedo correr el riesgo, de que te ocurra lo mismo que Kyla, o lo mismo que Christian.
-Tampoco soy una niña.
-Y ellos tampoco, pero les ocurrió.
-Vale.

Me agite el pelo y me lo peine, mientras esperaba a que se colocase la camisa.

-Además, tengo que ir a la oficina de aquí, debemos ir a ver cómo esta funcionando.
-Vale señor. Como usted ordene...
-Pensé que te gustaba estar conmigo -. Dio al botón del ascensor.

Comenzó a llamar a alguien, dando órdenes con prepotencia, sobre el viaje.
Subimos seguidamente a él, estaba solitario, solo nosotros.

-Buenos días. Necesito para esta misma tarde un avión, el cual nos lleve a San Francisco. Vale muy bien. ¿A las tres? Vale, esta todo muy bien. Adiós.

Colgó y tras guardar el móvil en el bolsillo trasero se me quedó mirando -. ¿Qué pasa?
-Eres bastante prepotente con tus empleados.
-Dios Emma... -Paso sus manos por su cara -. Son mis empleados, les pago por ello, no les debo ir diciendo si esta bien o mal, o aconsejándoles. Si no lo hacen bien los despido y ya.
-Lo que yo decía un prepotente, y que no te importan los demás lo suficiente.
-Si, me importas tú.
-Te lo agradezco, pero debe importante también la gente de tu alrededor.
-Como quién... ¿Mis hermanos? Que si no hubiese sido por ellos no me hubiese ocurrido lo que ocurrió.

Salimos del ascensor y nos dirigimos con calma paseando por el pasillo hasta la salida.

-No lo sabía, tampoco quieres hablar de ello.
-Cierto.
-Pero me gustaría saber el por qué de esa maldad.
-No lo sé.
-¿Por qué eres así?
-No lo sé.
-¡Pues vale no me digas nada!

Entramos en el coche, y al cerrar la puerta di un portazo.

-¿Esta bien señorita?
-No Robert. Buenos días.
-Buenos días a ustedes también.
-Robert, llevenos a Cafe Sabarsky.
-Si señor.

𝑴𝒊𝒍𝒍𝒆𝒓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora