Capítulo 61

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—Hola. —Sonrió levemente de lado. Lo miré confundida.

¿Qué hacía él afuera de mi puerta? Había cambiado drásticamente, su cabello ahora era largo y pequeñas arrugas comenzaban a asomarse en su rostro, lo cuál era perfectamente normal. Su mirada era distinta, se veía cansada y sin esencia. Pero seguía siendo él.

No hubo fuegos artificiales, ni brincos en mi corazón, tan sólo una extraña confusión en mi rostro.

—¿Que haces aquí? —Me atreví a preguntar después de varios segundos comprobando si realmente lo estaba viendo a él.

—Vine a algo en específico —contestó mirándome fijamente. Sus ojos estudiaban cuidadosamente cada aspecto de mi semblante, quizá también había notado las nuevas arrugas al rededor de mis ojos—. Sé que te vas a casar.

Fruncí el ceño por un segundo.

—¿Cómo te enteraste? Las invitaciones aún no han sido enviadas y tú...

—Sebastian me dijo —interrumpió. Nuevamente ese aspecto confuso en mi cara—. Él me invitó.

Abrí la boca ligeramente. Muy tarde me di cuenta que mi viejo amigo de la infancia aún esperaba tras el umbral. Lo invité a pasar con un poco de nervios, y entonces caí en cuenta de que era la primera vez que él veía la casa en donde habíamos jugado cuando éramos niños. La primera vez que veía la calle por donde habíamos corrido fervorosamente cuando las preocupaciones no eran parte de nuestra vida; cuando aún no sabíamos que sentíamos algo el uno por el otro, y aunque ese sentimiento había desaparecido desde hacía años en mí... Sentía una extraña añoranza de aquellos viejos y buenos tiempos.

—¿Cuando llegaste de España?

—Hace un hora —contestó perdiendo su mirada entre cada rincón de la sala, sonriendo nostálgicamente.

—Es la primera vez que ves el lugar donde jugábamos todos los días. —Adrián asintió con la mirada baja.

—¿Podría ver tu habitación? —preguntó de repente. Ladeé la cabeza un tanto pensativa. Le dí el “Sí” casi al instante.

Subiendo las escaleras Adrián rozaba con sus manos la pared, sostuvo con ellas por unos momentos la perilla de la puerta abriéndola después de esto. La habitación seguía exactamente igual desde hacía años, a excepción de las cambiadas colchas.

Mi viejo amigo levantó la comisura de sus labios recorriendo todo el espacio con sus ojos. Cerrando éstos, se adentró en la habitación dando un par de tactos a cada mueble. Se movía libremente y sin dificultad al rededor de ésta, conociendo cada espacio a la perfección. El cuarto de repente se inundó de nostalgia y buenos recuerdos.

Lo tomé ligeramente de la mano, él abrió los ojos aún con aquella sonrisa. Lo encamine hacia la pequeña ventana, él se asomó estupefacto.

—Siempre veía cuando te ibas a dormir —confesé—, y cuando salías a jugar con tu perro.

Adrián rió levemente y me miró.

—Me espiabas.

—Un poco. —Nuevamente sonrió viéndome con su mirada de galaxia. En esos momentos deduje que su mirada había vuelto a ser la de antes—. Nunca te lo dije pero, cuando era niña usaba una venda para taparme los ojos.

La confesión fue como regarle un balde de agua fría, no se la esperaba. Sus ojos se achicaron, tragó saliva y me dio una mirada que no pude descifrar.

—La usaba todos los días —continué—. Quería sentir lo que sentías tú.

—Annie... —soltó con los ojos húmedos, se lamió los labios y bajó la mirada.

Por favor, no me olvidesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora