Capítulo 38.

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A la mañana siguiente me encontraba nerviosa. Daba vueltas al rededor de la habitación pensando en qué debería decirle cuando me encontrara frente a ella.

Tomé una pequeña bolsa y en ella introduje el Diario de mi madre.

—¿A dónde vas tan de prisa? No has ni desayunado. —Me detuvo Rebeca mirándome con extrañesa.

—Sabes a dónde voy —respondí seria—. Regresaré en un rato.

En respuesta me dio un movimiento de cabeza. Sin más, salí de la casa decidida a hablar con mi Tía Mariana.

Tomé un Taxi que me dirigió a su casa. Estaba frente a ésta después de dos años. Trataba de calmar los nervios que sentía dentro de mí.

Al tocar el timbre un hombre robusto apareció tras la reja, me extrañó que no fuera Felipe.

—¿Está la señora Mariana? —dije con miedo. Aquél hombre se veía intimidante.

—¿Quién la busca?

—Su sobrina Annie —respondí con naturalidad.

Me dejó esperando al rededor de diez minutos y luego regresó abriendo la reja para que pudiera pasar. Nuevamente contemplé el enorme jardín, era lo que más me gustaba de aquella casa.

Me encamine a la sala de estar. Era extraño que no se oyera música clásica al rededor de ella como era costumbre.

—¿Annie? —Oí una voz suave saliendo de la cocina. Era mi tía, se veía más... Cansada.

Grandes ojeras caían de sus hermosos ojos avellanados. Había perdido su esbelta figura. Arrugas aparecían al rededor de su rostro.

—Tía Mariana —Me apresuré a abrazarla. Nunca lo había hecho, sin embargo, por alguna razón sentía que la conocía de hace años; que teníamos una conexión especial. Ella respondió el abrazo asombrada, lo cual, también me asombró.

—¿Qué haces aquí, Annie?

—Tía yo... Tengo mucho que hablar con usted —dije con rapidez—. No sé por dónde empezar; cómo empezar.

—Ven, vamos a sentarnos —dijo dirigiéndome al comedor.

La señora que estaba frente a mí era otra. Se comportaba diferente a como era hacía dos años. Parecía más apagada; más triste.

—Tía, ¿Se encuentra bien? —La tomé de las manos con preocupación. Ella asintió—. Tía, yo sé que se molestará por lo que le pediré, pero...

—No —interrumpió ella—. Si es algo relacionado con Griselda, será mejor que te vayas.

—¿Por qué no le da una oportunidad? Ella también es su hija.

—Ella no es mi hija —dijo con un tono de tristeza—. Ella nunca lo fue.

—Ella la quiere. Debería darse una oportunidad de conocerla.

—¡No Annie! —gritó—. Yo la odio. Ella arruinó mi vida, mi adolescencia, mis sueños, mis esperanzas. Todo.

La miré con tristeza. Tomé con delicadeza el diario de mi madre buscando aquella fecha: 27 de Marzo de 1997. Cuando la encontré la puse frente a ella, me miró con el ceño fruncido sin entender de qué se trataba.

—Este es el diario de mi madre. Lea esta página. —Señalé.

Tomó el diario entre sus delgadas manos acercándolo hacia ella. Entonces comenzó a leer. Sus pupilas iban de un lado a otro leyendo cada palabra de aquella página.

Por favor, no me olvidesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora