Epílogo

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Annie sonrió al leer aquella última palabra que le daba un final al libro de su vida. Cerró las pastas del pesado libro y lo abrazó con fuerza cerrando apaciblemente sus ahora arrugados ojos. Algunas gotas de lágrimas se derramaron de éstos por su piel arrugada.

Estaba sentada en una mecedora esperando a que sus hijos llegaran para celebrar su cumpleaños número setenta y cuatro. No pudo evitar sonreír al ver el jardín que había cimentado con su esposo hacía muchos años atrás, estaba igual de hermoso como desde el comienzo, o incluso más.

De repente el sonido de la corriente del río llegó hasta sus oídos, y con él también escuchó el canto de algunos pájaros que se encontraban en la copa de los árboles, era la forma en que él le hablaba. Sintió que él la acariciaba con el sutil viento y la suave brisa que provenía de ellos. Imaginó que lo veía al ver al sol resplandecer sobre los rosales que estaban frente a ella. Él la acompañaba siempre, como lo hacía antes cuando se sentaban juntos a disfrutar del sonido del río, sentir el viento de los árboles, o disfrutar de la compañía de sus rosales. Arturo había fallecido hacía algunos años, y él viviría siempre a través de todo aquello, estaría presente para ella hasta que llegara el momento en que volvieran a estar juntos, en que volvieran a tomarse de las manos con fervor; poder sentir nuevamente el calor de sus abrazos. Y ella tan sólo esperaba ese momento. 


Por favor, no me olvidesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora