Capítulo 58

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La música comenzó a sonar y todos comenzaron a caminar dentro de la iglesia.

Sentía nervios.

No había nada más que hacer. Sólo podía afrontarlo. Ya estaba ahí.

Entonces la vi. Vi a la persona con quien estaba a punto de casarme: Griselda. Caminaba hacia con una sonrisa en el rostro. A pesar de que yo trataba de sonreír, no podía. ¡Simplemente no podía!

¿Qué estaba haciendo?

Sin darme cuenta, había dejado de ver a mi prometida. Mi mirada se concentraba en Annie, quien se encontraba detrás de ésta. Ella igual me veía, me veía con melancolía.

Ahí mismo lo supe. No la había dejado de amar, incluso cuando había creído que lo había hecho. Mi amor por ella nunca murió. Subsistió y ahora era más fuerte.

La amaba desde los quince años.

Griselda ya se encontraba a mi lado mirándome con sospecha. Se había dado cuenta que estaba mirando a Annie. Volteó a verla con molestia y luego su mirada chocó con la mía. Sonreí con disimulación.

Los ojos de Griselda se posaron en los míos mirándome con enojo. Quizá había notado que Arturo me veía. No le di importancia, y me fui a sentar a mi lugar correspondiente.

La ceremonia dio comienzo con normalidad. En todo momento lo veía a él. Arturo parecía inquieto, durante ratos Griselda le apretaba la mano para que se tranquilizara.

A veces lo veía mirándome de reojo, entonces Griselda volteaba a verlo rápidamente y dejaba de verme.

Mi padre también me veía. Él se encontraba sentado en las bancas de a lado junto a la tía Mariana.

Todo me recordó a la boda de Adrián. Otra vez era yo quien veía casarse a la persona que amaba. Otra vez era yo quien no se encontraba en el altar. Otra vez era yo quien perdía.

—Arturo, ¿Aceptas a Griselda como esposa, prometes serle fiel
en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y, así, amarla y respetarla todos los días de tu vida?  —La voz del padre hizo eco en toda la iglesia.

Por favor, no me olvidesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora