Capítulo 13 | El muchacho de los pies descalzos

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Las vacaciones de Verano ya habían comenzado. Todos los días recordaba a Adrián, me preguntaba si él estaría bien. Sabía que pronto se iría, y quizá nunca volvería a verlo.

Aquél día, mi abuela me había mandado a cortar naranjas que se encontraban cerca del río.

Gustosa acepté. Amaba ir al río; oír el sonido de la corriente y el viento golpeando las hojas de los árboles mientras estos desprendían un aroma a naranja.

Tomé mi bicicleta y pedalee rápidamente hasta llegar al río. Todo se encontraba solo y despejado. Tomé una bolsa y comencé a meter las naranjas en ella para después ponerlas en la canasta.

Cuando terminé mi labor, me senté en una roca, quería seguir disfrutando el paisaje y el sonido del río.

Escuché a alguien pisar las hojas secas que se encontraban dispersas en el suelo. Volteé inmediatamente. No había nadie.

«Seguro fue una ardilla» pensé.

Pocos minutos después, volví a oír ese mismo ruido. Hojas secas siendo pisadas, sin embargo no veía al causante.

-¿Que haces aquí? -La voz del muchacho que se encontraba a unos metros de mí me hizo dar un respingo.

Alto. Bronceado. Un tanto delgado. Se encontraba descalzo y con la ropa sucia. Tenía el cabello alborotado.

-¿Quién eres? -Preguntó.

-Que te importa -Me levanté y caminé hacia mi bicicleta. Éste tomó de mi brazo deteniéndome- ¡Hey! ¿Que te pasa? -Exclamé.

-Responde mi pregunta.

-Ya la respondí -Dije soltándome de su agarre. Comencé a caminar nuevamente hacia mi bicicleta.

-¡No quiero volver a verte por aquí nunca más! -Gritó.

-¡Vendré todas las veces que se me plazcan! -Dije haciéndole una seña con mi dedo. Oí un gruñido de su parte. Lo había hecho molestar, justo lo que quería.

Tomé mi bicicleta y comencé a pedalear, no sin antes irme con una sonrisa de satisfacción.

Al llegar abrí el portón lentamente, tratando de hacer el menor ruido posible. Me adentré en la cocina en donde me encontré a la abuela.

-Al fin llegas -Dijo con preocupación-. ¿En dónde están las naranjas? -Frunció el ceño, a lo que volteé a ver a la canasta de la bicicleta.

-No puede ser -Dije al percatarme que no había ni una sola- ¡Ese tonto! -Exclamé.

-¿Que pasa? ¿En dónde están?

-No te preocupes abuelita, ahora mismo lo arreglo -Dije fingiendo simpatía.

Comencé a dirigirme al mismo lugar. El río no estaba tan cerca de donde yo vivía, lo que me hizo molestar. Ese estúpido me las pagaría.

Volteé a ver a todos lados sin poder encontrarlo.

-¡Hey! -Gritó llamando mi atención desde la cima de un árbol- ¿Quieres una? -Dijo enseñándome una de las naranjas.

-¡Devuelvemelas todas! -Grité molesta. Éste comía plácidamente una de las naranjas que había coleccionado.

-No -Dijo dándole un mordisco-. Todas son mías.

-Yo las coleccioné.

-Y yo las agarré, así que son mías.

Me acerqué al enorme árbol en el que se encontraba dispuesta a subir. Tenía miedo de lo tan alto que era, pero no se lo demostraría.

-¿Realmente piensas escalar este árbol? -Dijo mirándome desde arriba-. Será mejor que te rindas.

Por favor, no me olvidesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora