Capítulo 45.

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A la mañana siguiente, preparé el desayuno para los tres. Al ver que ninguno se levantaba me dispuse a sentarme en el pasto verde que se encontraba fuera de casa.

Parecía que iba a ser un buen día. El viento matutino jugaba con mi cabello despeinado, el sol se escondía entre las nubes dispersas al rededor de él.

Observe la casa del frente, se encontraba llena de hierba creciendo, antes solía ser uno de los patios más bonitos de la calle. Parecía que ya nadie habitaba esa casa.

Con sutileza me levanté del pasto y me acerqué a la casa abandonada. Observé dentro de las ventanas empolvadas lo que antes solía ser la sala de estar. Un grande candado aseguraba la puerta de la casa.

—¿Que estás haciendo? —oí decir detrás de mí, lo cuál me hizo sobresaltar—. Creí que él te daba repulsión.

—Sólo me dio curiosidad —Le dije a Griselda.

—Seguro estabas recordando cosas de tu niñez.

—Algunas no tan agradables —respondí viendo aún dentro de la ventana.

—¿Como cuales? —preguntó Griselda curiosa.

—No sé si decirte —dudé—. Hace muchos años oí al señor Hector golpear a Adrián. La señora Alicia estaba justo ahí —señalé hacia el suelo de la sala de estar—, llorando.

—¿Y Adrián? —preguntó ella.

—Él estaba en su cuarto llorando, siendo golpeado por su padre. El señor Hector me dijo que no interviniera, después fui con la madre de Adrián que se encontraba en el suelo llorando, le ofrecí mi ayuda, pero el señor Hector me amenazó con hacerle daño a mi padre.

—Vaya... No imaginé que Adrián hubiera tenido ese tipo de problemas.

—Yo tampoco lo imaginaba, hasta ese día.

—¿Acaso él no te dijo nada?

—No. En ese tiempo, él me ignoraba, nunca lo comprendí del todo.

—¿Por qué te ignoraba?

—Eso tampoco lo entendí. Aún no logro comprender porqué hacía eso.

De repente oímos a mi padre llamarnos por detrás, ambas nos dispusimos a ir a desayunar.

Dos horas más tarde mi padre y yo despedimos a Griselda, quien se adelantaría al pueblo, yo iría al día siguiente.

Aquél día hablé tanto con papá, todo lo que no nos habíamos dicho en años, lo hicimos esa tarde.

Nos hallábamos en el patio, acostados, viendo las nubes pasar.

—¿Y regresarás a España? —preguntó él.

—No lo sé, papá —dije pensativa—. Necesito pensarlo.

—Annie, recuerda que por mí no debes preocuparte.

—Papá, ¿Que pasó con Natalia? La mujer que estaba contigo cuando yo regresé sorpresivamente.

—¡Ah, esa mujer! —exclamó indignado—. No vale la pena hablar de ella, hija.

—¿Te hizo daño?

—Era una mujer tóxica. Fue difícil convencerla de que se fuera.

—¿Por qué nunca me contaste?

—No valía la pena hablar de ella en los pocos minutos en que podíamos hablar al mes.

—Bueno... Tienes razón —dije poniéndome boca abajo, recargando mi barbilla en mi mano—. Papá, ¿Por qué nunca me hablaste de tu familia?

Por favor, no me olvidesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora