Capítulo 41.

259 29 16
                                    


La intensa lluvia que había caído horas antes finalmente había cesado.

Me encontraba cubierta de pies a cabeza con algunas mantas, en mi mano sostenía chocolate caliente que Griselda había preparado.

Habían pasado algunas semanas. Adrián no dejaba de insistir en hablar conmigo, sin embargo, me negaba a hablar con él. A veces hacía presencia en el restaurante, y a causa de eso, tenía que esconderme de él.

Había buscado todos los medios para hablar conmigo, y yo temía verlo por lo menos una vez.

—¿Entonces que tipo de mujeres son las que te gustan? —preguntaba Griselda entusiasmada. Hacía poco que Rebeca le había contado su más grande secreto, y no dejaban de hablar de lo mismo.

—No hay un tipo de mujer que me guste, simplemente me gustan y ya —comentó con naturalidad.

La charla duró como media hora. Cansada decidí ir a dormir, los sábados apenas y podía descansar.

El sol chocando con mis párpados adormilados me hizo despertar al día siguiente. Como era costumbre mía, me levanté a servirme café para despertar completamente. La bebida caliente me había dado ánimos.

Era domingo, parecía que iba a ser un día soleado. Los domingos casi siempre estaba en casa, sin embargo, aquél domingo no iba a ser así.

Griselda no demoró mucho en levantarse. Al igual que yo, lo primero que hacía era beber café. Más tarde Rebeca apareció con el cabello alborotado, como casi todos los días.

—¿Que planes tienen para hoy? —preguntó Griselda viéndonos a Rebeca y a mí. Ésta y yo nos miramos la una a la otra sabiendo que no teníamos nada que hacer—. Yo tampoco tengo nada que hacer —dijo reconociendo nuestras miradas—. Necesito ir a comprar tela para confeccionar una nueva prenda, ¿Creen que puedan acompañarme? —Nos miró suplicante.

—Por mí está bien —opinó Rebeca—. ¿Tú que dices Annie?

—Pues... No tengo nada más que hacer —reí—. Las acompañaré.

—¡Genial! —gritó Griselda entusiasmada— iré a arreglarme.

El camino fue un poco largo. Al rededor de media hora nos tomó para llegar allá, estaba un poco lejos de donde vivíamos.

Al entrar, nos dirigimos principalmente a la mercería,  Griselda no demoró en encontrar lo que quería. Como no teníamos nada más que hacer, decidimos ir a tomar un café.

Caminábamos por la pequeña plaza de la ciudad, entonces a lo lejos vi la silueta de una mujer acercándose a mí, sin embargo mi vista la veía borrosa, creía estarla confundiendo con alguien más.

Traté de enfocar a la persona con mis propios ojos, ésta cada vez se acercaba un poco más.

De repente, todo fue claro. Aquella persona era Rachel. Me había quedado quieta, sin saber qué hacer, a donde ir.

Sin embargo, no me había dado cuenta de un pequeño detalle por estar tan concentrada viéndola, cuando lo vi, mi mente se quedó en blanco.

Las emociones dentro de mí eran confusas. Sentía tristeza y a la vez enojo. Quizá era un poco de ambas, sin embargo al ver a Rachel tomada de la mano de un pequeño niño, éstas acrecentaban.

Por mi mente sólo pasaba un pensamiento: “Adrián tiene un hijo”.

Me enfurecía el hecho de pensar que el padre de aquél pequeño me había besado semanas antes.

Todo se tornaba confuso en mi interior. Mientras estos se acercaban, podía observar el mismo rostro de Adrián cuando era niño, era demasiado obvio que él era su padre.

Mis acompañantes me miraban confundidas, quizá se preguntaban si me había vuelto loca, y sí, comenzaba a considerar esa opción. Loca de amor, loca de tristeza, loca de enojo.

Por mi mente también pasaba la opción de estar alucinando cosas. La histeria comenzaba a apoderarse de mí.

De repente, la mirada de Rachel chocó con la mía. Nuevamente tenía esa mirada de triunfo en su rostro. Sonrió victoriosamente mientras se acercaba tomada de la mano del pequeño, como si éste fuera un trofeo al cual presumir. Trataba de esconder la mirada, no quería tener una conversación con ella, pero ya era tarde, la voz de la rubia ya estaba chocando en mis oídos.

—¡Annie, que sorpresa verte! —exclamó fingiendo emoción—. No creí encontrarte aquí.

—Ni yo, Rachel —contesté apática.

Mis ojos se toparon con la mirada del pequeño niño que sostenía la mano de Rachel, ninguna otra emoción sentí en ese momento más que tristeza.

El pequeño niño me miraba calurosamente, como cualquier otro niño a su edad. Tenía la misma cálida mirada de su padre, las mejillas coloradas, el cabello negro, los ojos oscuros como la noche.

—Oh —exclamó—. He olvidado presentártelo. Él es Nicolás, hijo mío y de Adrián.

No había sido necesario que ella dijera aquella última oración. Con ver al niño había sido más que suficiente para saber que era su hijo.

—¿Cuantos años tiene? —dije sin perder la vista del niño.

—Cuatro años. No nos demoramos en tener hijos, ¿Cierto? —Rió.

—Annie, se hace tarde —interrumpió Rebeca—. Es mejor que nos vayamos.

—Tienes razón —dije.

—Un momento Annie —dijo la rubia alzando la mano—. Antes de que te vayas quiero saber una cosa.

—Dime —La miré seria. Ella se acercó un poco más a mí.

—¿Que hicieron tú y mi esposo aquella noche en el Restaurante? —La pregunta me había tomado por sorpresa—. Adrián se desapareció por un buen rato, y cuando llegó se comportaba extraño.

—Pregúntaselo a tu esposo —dije sin apartar la mirada de sus ojos.

—¿Por qué no me lo dices tú? —cuestionó amenazante. La miré con burla.

—No desearías saberlo —Sonreí. Ver su rostro furioso me había llenado de satisfacción, era momento de dejarlo todo atrás. No dejaría que nadie más volviera a pisotearme.

Sin más, me alejé de aquella escena junto con mis acompañantes. Esa vez sonreía plácidamente, aunque por dentro estaba dolida.

                            •

N. A.

Holaa, que este capítulo es un poco corto, pero aún así considero que es algo importante para la historia.

¡Espero les haya gustado!

Por favor, no me olvidesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora