Capítulo 46

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Miles de sensaciones ocurrían en mi ser. Pensamientos pasaban por mi mente poniéndome aún más nerviosa. Durante todo el camino no pude guardar la calma.

El nerviosismo aumentó aún más cuando ya había llegado. Me bajé del autobús con lentitud, tomé mis maletas y me dispuse a caminar. Quería recordar con exactitud las calles del pequeño pueblo.

Aún era de día, por lo cual no podía perderme. Recordaba perfectamente bien cada calle, y el camino que debía tomar para llegar con los abuelos.

Mientras más me acercaba, los pasos se hacían cada vez más cortos y lentos. Sentía un nudo en el estómago.

Inevitablemente llegué a la casa por donde había salido hacía diez años. Me quedé un momento afuera recordando momentos agradables en aquél lugar.

Me quedé quieta frente al pequeño portón, inhalando y exhalando, una y otra vez, hasta que me atreví a tocar.

No entendía porqué volver a aquella casa me hacía poner tan nerviosa. Quizá porque me había escapado, quizá porque los abuelos eran estrictos, quizá porque no los había visto en mucho tiempo.

Al ver que nadie era capaz de abrirme, volví a tocar, y entonces una persona salió por la puerta principal. Un suspiro de alivio salió de mí al ver que era Griselda. Ésta al verme sonrió y se apresuró a abrirme.

—Annie, que bueno que viniste —dijo ella con alegría—. Creí que no vendrías.

—¿Cómo crees? Ansiaba venir.

—Me alegro que hayas venido —dijo invitándome a pasar.

Miré al rededor del pequeño patio. Se encontraba casi igual que antes, sólo que con dos nuevos arbustos y un rosal que adornaba un rincón del jardín.

—Dios... —dije mirando a todas partes. Adentrándome al interior del patio— ...Tantos recuerdos.

—Lo sé —dijo Griselda—. ¿Recuerdas que nos subíamos a aquel árbol casi siempre a comer naranjas? —Señaló un árbol grande, el cuál era mi favorito de todos, ya que tenía muchas ramas por donde escalar.

—Lo recuerdo —Sonreí, y luego cambie de tema rotundamente—. ¿La abuela ya está mejor?

—Ya está estable. Aunque de cualquier manera hay que estar al pendiente.

—Me alegro —dije pasando al interior de la casa.

Caminaba con pasos lentos mirando nuevamente a mi al rededor. Mi vista se dirigió a un pequeño cuarto, el cuál conocía bastante bien.

—Tu cuarto —dijo Griselda—. ¿Lo recuerdas?

—Claro —dije sin apartar la vista.

De repente, por uno de los pasillos, apareció el abuelo. Aún conservaba su cabello blanco, y su barba blanca. Seguía teniendo aquella cálida mirada.

Se quedó estático al verme, frunciendo el ceño, sin quitar la mirada de encima mío.

—¿Eres tú, Annie? —dijo acercándose a pasos lentos.

—Soy yo, abuelo.

Dio algunos pasos más hasta quedar frente a mí. Me miró el rostro con detenimiento, poniéndose las gafas para ver mejor.

—¡Cuanto has cambiado! —exclamó sonriendo. Luego de esto me dio un ligero abrazo y me llevó con la abuela.

La abuela se encontraba acostada en su antigua cama, medicamentos habían al rededor de ella. Me acerqué con pasos cortos hasta quedar a su lado.

Por favor, no me olvidesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora