Capítulo 43.

261 23 10
                                    


Las cosas iban a nuestro favor, el habernos mudado había resultado mucho mejor de lo que esperaba.

La tienda de Griselda y Rebeca comenzaba a ser muy exitosa. Comenzaban a lloverme grandes oportunidades de trabajo en algunas empresas, organizaciones de otras ciudades comenzaban a llamarme también, por lo cual solía viajar algunas veces por un corto tiempo.

Comenzaba a acoplarme muy bien en Barcelona, lo que más amaba de aquella ciudad era el clima, y así fue los siguientes seis años.

Seis años después.

Caminaba rumbo a la tienda de Rebeca y Griselda, la mayoría de los días iba por ellas para que pudiéramos comer juntas.

—Señorita Annie —dijo una de las empleadas al verme—, ¿Que se le ofrece? ¿Quiere que le hable a las dueñas?

—Si, por favor Irati.

—En un momento ellas vienen.

Mientras tanto, me había quedado viendo toda la ropa que se encontraba en la tienda, sabía cada pieza de memoria, sin embargo me gustaba ver si habían prendas nuevas.

—¡Annie! —Oí decir a mis espaldas, con una gran sonrisa volteé.

—Que gusto verte de nuevo —dijo Rebeca.

—Sólo han pasado tres meses, no es para tanto Rebeca —dije riendo.

—Lo es —hizo un puchero—, es extraño que no estés en casa.

—Si Annie —opinó Rebeca—, te extrañamos mucho.

—Y yo las extraño a ustedes, pero ya estoy aquí, ¿Les parece si vamos a algún lugar?

—Claro, hay mucho que tienes que contarnos —dijo Griselda tomando su bolso—. Irati, saldremos un rato, te dejo a cargo —ésta asintió.

Fuimos a un pequeño café al cual solíamos ir casi siempre. Al sentarnos, las dos me miraban con emoción.

—¿Y bien? —dijo Rebeca—, ¿Que tal la mudanza?

—Algo cansada —dije alzando los hombros.

—¿Realmente te quedarás a vivir ahí para siempre? —preguntó Griselda.

—No sé lo que me depare el destino, por el momento ahí estaré —dije mirándolas a ambas—, saben que pueden ir cuando gusten.

—Me alegro tanto por ti, Annie. Me alegra que seas feliz —dijo Rebeca con una sonrisa sincera.

—Lo soy. Ustedes también deben serlo.

—¡Claro que lo somos! —exclamó Griselda—, sólo que sin ti, la casa se siente vacía.

—Ya era momento de independizarme, a pesar de lo mucho que me gustara vivir con ustedes.

—Annie, sabes que no era un problema que vivieras con nosotras, al contrario —dijo Rebeca.

—Bueno, ya es suficiente de mí. Cuentenme de ustedes, ¿Que tal está tu mamá, Griselda?

—Bien. Hace algunas semanas fui a visitarla, se alegró de verme, hacía mucho que no nos veíamos.

—Me alegro por las dos —sonreí con tristeza.

—¿Y tu padre, Annie? —dijo Griselda—, ¿No has hablado con él?

—Claro que si. Le he estado contando todo, lo de la mudanza, mi trabajo, absolutamente todo.

—Hace mucho tiempo que no lo ves, ¿Cierto? —preguntó Rebeca.

Por favor, no me olvidesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora