Capítulo 40.

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Estaba sentada en la vereda, esperando a que llegara Rebeca.
Pequeñas gotas de lluvia comenzaban a oscurecer el pavimento.

Comenzaba a hacerse tarde. Todos en el restaurante se habían ido ya, excepto yo.

Por mi mente sólo pasaba el momento en el que Adrián se había apoderado de mis labios. Seguía sin poder creerlo. Después de tantos años finalmente había sucedido, y no de la manera en que yo lo esperaba.

Sentimientos de culpabilidad habitaban dentro de mi ser. El saber que Adrián tenía esposa, me mataba.

De repente divisé una luz potente viniendo hacia mí, entrecerré los ojos para que no pudiera lastimarme. Oí el claxón de un carro, era Rebeca quien por fin había llegado.

Subí al auto con rapidez en el asiento del copiloto.

—¿Por qué se fueron de repente? —pregunté.

—Gris comenzó a sentirse mal. La llevé a casa.

—¿Cómo se encuentra? ¿Es grave? —dije rápidamente.

—No, sólo tiene un poco de resfriado —dijo sin perder la vista del parabrisas.

—Vi a Adrián —Solté de repente. Ella frenó al oír lo que había dicho.

—¿Qué? —dijo mirándome con disgusto.

—No fue mi intención verlo. Sabes que no lo he querido ver desde hace cuatro años. Simplemente sucedió, él estaba con Rachel, yo fui a atenderlos sin saber que eran ellos—dije con rapidez tratando de recuperar el aliento.

—¿Y que sucedió? ¿Te habló?

—Si, y no sólo eso. —Ella me miró confundida—. Me besó.

Abrió los ojos sorprendida mientras se tapaba la boca sin poder creerlo.

—No puede ser, Annie. ¿Es en serio? ¿Realmente te besó?

—Si. Sé que estuvo mal, no dejo de pensar en eso.

—¿Y sentiste algo? ¿Aún estás enamorada de él? —dijo con un destello de luz en su mirada. Mi labio inferior temblaba, temía decirlo, aceptarlo.

—No —mentí nuevamente. Ella me miró seria, sabía que le estaba mintiendo.

—¿Por qué? —dijo de repente. Yo me quedé confundida ante su pregunta— ¿Por qué, Annie? ¿Por qué aún lo amas? ¿Qué es lo que te hace amarlo?

—¡No lo sé Rebeca! —grité exasperada—. ¿Acaso piensas que no estoy harta?

—Tú ya no lo amas —dijo con voz fuerte.

—¿Que dices?

—¡No lo amas, Annie! —gritó enojada acrecentando la situación. La miré confusa—. ¿Acaso eres tonta? Él ya está fuera de tu alcance.

La miré pensativa. Sabía que lo que decía era verdad, pero por alguna razón me negaba a aceptarlo. Me negaba a ver la realidad.

—¿Sabes qué? —dijo encendiendo el carro—. Haz lo que quieras, estoy harta de aconsejarte miles de veces y que caigas a lo mismo —Increpó.

—Yo no pedí verlo —dije con la mirada baja—. Mucho menos besarlo. Yo estaba perfectamente bien antes que él apareciera en mi vida nuevamente, tú lo sabes.

Ella me miró furiosa, nunca la había visto tan molesta.

—Me molesta que él te haga sentir así —dijo apretando el volante—. Que pueda hacerte reír y llorar al mismo tiempo. Que con sólo su presencia provoque tu locura, que te haga temblar de sólo verlo. Que con pensar en él provoque una sonrisa en ti.

Por favor, no me olvidesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora