Capítulo 44.

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Miraba por la ventanilla del avión la ciudad hacerse cada vez más pequeña, hasta que de repente no quedaba rastro de ella.

Respiré hondo y cerré los ojos. Griselda iba a lado mío igual o más nerviosa que yo. Sabía que sería un viaje largo.

Por una parte me encontraba nerviosa por volver después de diez años, pero por otra parte, estaba emocionada por volver a la tierra que me vio crecer, por volver a ver a mi padre, a mi familia.

—Griselda —dije sacudiéndole la mano—, despierta. Ya llegamos.

Ésta abrió los ojos de golpe.

—¿Ya llegamos? ¿Ya estamos en México? —Asentí.

Las personas bajaban una por una del avión. Me dispuse a salir de este, bajando cada uno de los escalones, hasta que finalmente toqué el piso sintiéndome nuevamente en casa. Caminé algunos pasos sintiendo el aire fresco acariciar mi rostro, extendí los brazos con regocijo, como si pudiera abrazar a mi país.

—¿También lo extrañabas? —dijo Griselda a lado mío.

—Demasiado —dije mirándole a los ojos—, no sé porqué demoré tanto en regresar.

—Ni yo.

—No te culpo, tú tenías a tu madre allá. Yo no.

—Tienes razón. Supongo que ahora irás a ver a tu padre, ¿Cierto?

—Si —dije mirando el cielo que comenzaba a oscurecerse.

Caminamos buscando un taxi el cuál pudiera llevarnos, al ver estos que parecíamos extranjeras subieron las tarifas, lo cuál nos dificultó la búsqueda.

Salimos al exterior del aeropuerto hasta que finalmente encontramos uno que cobraba lo necesario.

Veía las calles por las cuales había caminado en parte de mi adolescencia. Miraba a la gente caminando de un lado a otro, los puestos de tacos en cada esquina, los edificios. Sentía como si hubiese viajado a través del tiempo, volviendo al pasado, donde nada era doloroso, donde sólo era una joven con deseos de disfrutar la felicidad. Sin embargo ya era una adulta, con heridas en el alma, con experiencias de sabiduría, que volvía a su lugar de origen después de diez largos años.

El taxi se metió por una calle la cuál conocía bastante bien. Recuerdos comenzaron a llegar a mi mente, casi todos eran de él, sin embargo logré esfumarlos con facilidad.

Las casas parecían ser las mismas, las calles adornadas por los mismos árboles, un parque al cuál solía ir de niña, y de repente el taxi estacionó frente a una casa azul.

Estaba ahí nuevamente. Quise correr hacia la puerta, tocar fuertemente y abalanzarme a sus brazos, pero sólo me quedé quieta mirando a través de la ventada la casa de mi padre.

—Annie —dijo Griselda interrumpiendo mis pensamientos—, es hora de bajar.

Asentí y me dispuse a bajar las maletas de la cajuela. El taxi siguió su camino y Griselda y yo nos quedamos paradas frente a la casa.

Tomé las dos maletas y caminé hacia la puerta lentamente, tocando de esta, mientras que Griselda se había quedado inmovil.

Al ver que ésta no se acercaba me acerqué a ella con pasos lentos. De repente la mirada de ella se quedó paralizada, y de un segundo a otro escuché mi nombre detrás mío.

—¿Annie?

Me había quedado inaudita, volteé lentamente hacia la puerta y lo vi en el marco de ésta.

Dos lágrimas se escurrieron en mis mejillas. De sus ojos también salieron algunas.

Me detuve algunos segundos a verlo. Canas abarcaban la mayoría de su cabello, arrugas habían al rededor de su rostro, tenía la mirada cansada, triste, pequeñas manchas comenzaban a aparecer en su piel.

Por favor, no me olvidesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora