Capítulo 51

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El año estaba a punto de acabarse otra vez. Se sentía el frío de Diciembre, la alegría de la gente caminando por las calles del pueblo, luces navideñas decorando hogares.

A cada lugar que fueras podías observar una sonrisa dibujada en los rostros de todas las personas.

Tres cortos meses habían pasado. Los días eran apagados y tristes en la casa de los abuelos, no habían más sonrisas, no habían más luces, un silencio fúnebre reinaba en toda la casa. La abuela había fallecido.

Fue en una noche fría, como casi todas. Inesperadamente su alma había dejado a su cuerpo para siempre.

El dolor llegó a nosotros en aquella noche de Septiembre, persiguiéndonos después de varios días. El dolor seguía presente como una llaga insaciable.

Griselda le había comunicado lo sucedido a su madre, quien al decirle se había quedado completamente muda y había preferido cortar la comunicación.

Seguía yendo casi todos los días a ver a Arturo. A veces él me buscaba, veces yo. Temía de ilusionarme demasiado y que al final acabara toda esa felicidad; que se desvaneciera de mis manos como el agua.

Temía saltar al vacío, atreverme, ¿Pero que podía perder? ¡Nada! Si realmente quería ser feliz, debía luchar por ello, y no quedarme esperando a que el secreto de la felicidad me cayera mágicamente del cielo.

Debía saltar al abismo, aunque éste pareciera profundo y oscuro. No me quedaría toda la vida preguntándome el qué hubiera pasado si lo hubiese intentado.

Quería ser feliz con Arturo, a pesar de que algunas personas no lo fueran.

La noche buena llegó. Mi padre también llegaría para celebrarla juntos. Arturo estaría con nosotros también. No podía sentirme más feliz, mi padre conocería a Arturo finalmente.

Estaba ansiosa de que llegara mi padre, estaría con los dos hombres a quienes más amaba en la vida.

Mi padre llegaría a las siete de la noche. Arturo se encontraba guapo, vestía una camisa roja de manga larga con unos pantalones elegantes que le sentaban bastante bien, jamás lo había visto así. Estaba nervioso por conocer a mi padre, y yo lo estaba aún más por el que se llevaran bien.

Podía ver a Arturo recargado en la pared de la sala de estar mirando su reloj cada cinco minutos. El abuelo caminaba al rededor de la casa, y Griselda trataba de calmar a Arturo haciéndole plática.

Su cabello estaba bien peinado y se había rasurado la barba, se veía mucho más joven sin dejar de verse varonil.

Me acerqué a pasos lentos hacia él depositando un beso en sus labios.

—Tranquilo, ya llegará.

—Jamás pensé que conocería a tu padre, Annie —dijo con esa cálida mirada que lo caracterizaba.

—Ni yo —confesé con una sonrisa.

De repente el timbre sonó en toda la casa. Me asome por una de las ventanas y vi a un hombre bien vestido esperando fuera del umbral. Mi padre.

Sonreí. Le apreté la mano a Arturo diciéndole que me esperara. Caminé a pasos rápidos para recibir a mi padre abriendo el portón. Lo abracé fuertemente.

—Estas preciosa, hija. —Fueron las palabras de mi padre.

—Gracias papá.

—¿En dónde se encuentra Arturo? Muero de ganas por conocer al hombre que me ha robado a mi Annie —Reí.

—Está dentro, se encuentra muy nervioso, no lo asustes papá.

—Tranquila, no lo haré —dijo mientras caminábamos hacia la casa.

Por favor, no me olvidesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora