Capítulo 65

227 16 3
                                    


La luna nos cobijaba con su manto iluminado mientras que Arturo y yo gozabamos abrazados de nuestra desnudez. En el silencio de la noche sólo nos acompañaban los latidos de nuestros corazones recién agitados.

Mi cabeza reposaba sobre el pecho de Arturo. Su brazo rodeaba mi espalda con especial ternura y protección.

Las palabras se quedaban cortas al querer expresar lo que sentía, era una felicidad máxima, quizá jamás había experimentado tanta felicidad, pero al tenerlo desnudo recostado en mis brazos únicamente podía pensar en que todo había valido la pena; el habernos separado por tantos años, el pequeño romance que disfrutamos años atrás, nuestra separación tras enterarnos que posiblemente éramos primos, nuestras confusiones al querer creer que amábamos a alguien más cuando en realidad nunca habíamos dejado de amarnos. Todo había valido la pena, porque al estar acostada a su lado me hacía comprobar que el amor que sentía por él jamás se había desvanecido, había aumentado con el paso del tiempo.

Oía a los grillos cantar, y a un búho que quizá se encontraría en la cima de un árbol. Y podía ver a través de la cortina blanca a la luna siendo testigo de nuestro amor.

Mientras tanto, Arturo daba pequeños besos a mi frente haciéndome sentir realmente amada, como una niña. No tenía deseos de dormir, quería disfrutar cada instante, no dejar pasar ni un segundo a su lado. En mi mente pensaba que él sentía lo mismo.

—Desee esto por tanto tiempo —dijo Arturo sin dejar de abrazarme—. Estar junto a ti, abrazándote. Cuando me dijiste que éramos primos, una parte de mí se había rendido.

—¿Y la otra?

—Tenía esperanza de que eso no fuera cierto.

Sonreí.

—Que bueno que no la perdiste.

—Estaba a punto de perderla cuando me iba a casar con Griselda —habló casi en un susurro—. Me di cuenta que no podía hacerlo porque te seguía amando.

—Es gracias a ella que estoy aquí —dije alzando la mirada para poder ver sus ojos color miel que se trastornaban negros en la oscuridad—. Me confesó que te había dicho que me casaría.

—Sí. Trató de convencerme para que fuera y te detuviera. No pude, Annie. Quería, pero no podía arriesgarme a arruinar tu felicidad, no me perdonaría eso. —Se quedó en silencio y luego agregó—: ¿Cómo supiste que no somos primos?

—No hablemos de eso ahora. No hablemos de nada, ahora eso no importa.

—Importa que ahora podremos estar juntos —interrumpió sabiendo lo que pensaba, agregando después—: Para toda la vida.

Sonreí al imaginar una vida con él. Sonreí porque sabía que eso sería posible, se haría realidad finalmente.

—Para toda la vida —susurré acurrucandome en sus brazos, aún incrédula al saber que eran los brazos del hombre a quien amaba.

                             ♦

Cuando desperté por la mañana y noté el cuerpo de Arturo recostado a lado mío, recordé la mañana en que había despertado años atrás con él.

Me senté sobre el colchón cuidando de no despertarlo y me di la libertad de verlo dormido. Uno de sus brazos reposaba sobre sus ojos, exactamente igual que cuando era joven.

Imaginé cientos de mañanas despertando así, a su lado. Me recosté nuevamente a lado suyo dándole un beso en una de sus mejillas, hasta que finalmente abrió sus ojos paulatinamente encontrándose con los míos.

—Hola. —Saludó sonriendo.

—Hola —dije con la misma emoción que él.

Ambos nos miramos sin decirnos nada, experimentando esa conexión mágica que había existido entre nosotros desde que éramos adolescentes. Esa conexión que se sentía aún más fuerte.

Por favor, no me olvidesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora