El templo de una Diosa muy amorosa

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Mila me estaba arrastrando a la facultad de filosofía, no puedo evitar sentir miedo y curiosidad al mismo tiempo, más la primera

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Mila me estaba arrastrando a la facultad de filosofía, no puedo evitar sentir miedo y curiosidad al mismo tiempo, más la primera. Mila era una mujer extraña, su genuina belleza era increíble, pero tenía algo distinto a las otras chicas, nunca supe con exactitud de qué se trataba, pero siempre me perturbó.

— Necesito que cubras tus ojos —dijo sacando una larga tela azul claro de su cartera. Es como si viniera preparada. La miré totalmente confundido, ¿Por qué me tendría que vendar lo ojos? ¿me quedaré a su merced mientras no veo nada? La incomodidad me roía, me quedé mirándola inconforme —sólo hazlo —demandó, agarré la tela sin ningún tipo de seguridad y la até a mi cabeza.

— Mila no me gusta nada esto — comenté amarrando la fina tela a mis ojos.

— Tranquilo, confía en mí — dijo empujándome de los omoplatos.

— Repito, Mila, no me gusta nada esto.

—Cállate y camina —La pelirroja me orientó por una remota e irreconocible zona, no sabía a donde me había metido, ni mucho menos porque quedé varado en ese lugar con ella —agacha la cabeza — avisó muy tarde, mi frente ya se había estampado contra el cemento de un muro.

— ¡Mila! — regañé sobando mi adolorida cabeza.

— Lo siento, lo siento, cuidado, escalera— advirtió, pero de nuevo muy tarde, ya me hallaba rodando escalera abajo.

— ¡Waaaaaaaah! — grité rodando por la escalera tal cual pelota, hasta por fin llegar a un frío suelo de estacionamiento.

— ¡Viktor! —escuché desde arriba.

— ¡Estoy bien! —grité tocando la molesta tela que entorpecía mi andar, para arrancarla y orientarme.

— Hagas lo que hagas, no te quites la venda — alejé las manos de inmediato de ella — voy, espérame dónde estás.

Parece que nos encontramos en un sótano, el frío ambiente me hacía sacar aquella conclusión, junto con el increíble eco que acompaña las voces. Un olor a incienso penetró mis fosas nasales, estornudé por reflejo.

— ¿Dónde estoy? —mascullé tanteando el liso suelo con las manos.

— Estamos en el santuario de la Diosa Afrodita —recalcó Mila asustándome. — Quítate la venda Viktor —desconfiado totalmente, y un poco arrepentido de haber venido, me desamarré la tela y mis ojos se tardaron en adaptarse a la poca luminosidad.

Estábamos situados en una especie de sótano, estaba iluminado por velas rojas, rosas, y naranjas, en el centro, había una estatua de una hermosa mujer de largo cabello, sublimes facciones y divinas curvas, toda bañada de oro, de la palma de aquella figura salía un chorro de agua con las mismas tonalidades del lugar, rosa. En donde incurría el agua, había hermosas rosas flotando en esta, me quedé sin palabras, esto es simplemente hermoso. En las paredes caían largas y verdes enredaderas, que jugaban con las gamas del ambiente, parecía totalmente irreal, fue como ser transportado a otro mundo, a la antigua Grecia para ser más precisos.

Cambio de CuerpoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora