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La puerta del cuarto de Min Yoongi está cerrada

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La puerta del cuarto de Min Yoongi está cerrada. Ya no es sorpresa, para su madre, que así esté. Ella toca la puerta dos veces, sin obtener respuesta y suelta un suspiro. Tiene que hablar con él,  está asustada, demasiado. Desde aquel sábado que lo encontró en la bañera decidido a ahogarse, tiene miedo de un día entrar a su cuarto y encontrarlo sin vida. ¿Cuándo fue que su hijito, lleno de luz, había llegado a este estado?

Finalmente se decide a entrar, cree que si no lo hace, lo lamentará. Entonces abre la puerta suavemente, mirando a su hijo que se encuentra acostado en su cama con los ojos cerrados. Necesita corroborar si respira, pues no sabía aún de qué era capaz su pequeño. Se acerca a la cama y acaricia la mejilla de su hijo. Él está frío, lo que comienza a preocuparla.

—¿Yoongi? —llama, intentando esconder su rostro desesperado—. ¿Hijo, estás bien?

Los ojos malhumorados de Yoongi comienzan a moverse. Cuando finalmente están abiertos, miran fijo a su madre, sin emitir palabra alguna, y su madre entiende que está preguntándole, con esa intensa observación, qué hace ella en su cuarto.

—Quería hablar contigo —le dice. Yoongi se sienta en la cama, apoyando su espalda en la pared, y observa a su madre, dispuesto a escuchar lo que sea que tenga que decirle—. Mira, sé que dijiste que no querías que me entrometiera... —Mira una vez a su hijo, buscando algún tipo de reacción, sin embargo él sólo la observa con un rostro serio—. Estoy preocupada, Yoongi, en verdad lo estoy. El sábado...

—Estás confundida, mamá —la corta—, el sábado malinterpretaste las cosas. 

—Yo también tuve tu edad, hijo, pasé por las mismas cosas que pasaste tú, sufrí mucho, y entiendo cuando tienes ganas de, simplemente, desaparecer —le cuenta, su voz tornándose débil al hablar. Yoongi traga saliva, escuchándola atentamente—. Pero todos lo superamos, hijo, el problema es que tú no pareces poder hacerlo. Ya ha pasado más de un año desde la última vez que te vi sonreír de manera honesta, sonreír porque verdaderamente estabas feliz... —Tiene que detenerse y tragar el nudo en la garganta que se le había formado, prefiere parar antes de comenzar a llorar, porque no es momento de mostrarse débil frente a su hijo. Debe mostrarse fuerte, debe  explicarle y hacerle entender que juntos van a salir adelante, que lograrán superar todas las dificultades que se les presenten. Entonces aclara su voz, toma un fuerte respiro, y le comenta la razón específica por la que entró a esa habitación en primer lugar—. Creo que necesitas ayuda, Yoongi —se calla unos instantes, antes de darle, finalmente, la noticia—. Te inscribí en un grupo de autoayuda.

—¿Grupo de autoayuda? —Es lo único que sale de su boca. Su madre asiente, lentamente. Saca el folleto que llevaba en el bolsillo de su abrigo y se lo muestra.

—Dicen que es muy bueno, tiene excelentes recomendaciones...

—¿Qué se hace en un lugar así? —Los ojos de ella brillan al ver que Yoongi muestra un mínimo de interés, de curiosidad. 

—¿Por qué no vas y lo descubres por ti mismo? —Él no dice nada, por lo que su madre es consciente de que no funcionará si no le explica, aunque sea un poco, de qué se trata—. Hay chicos de tu edad, se ayudarán entre sí, conocerás gente. Es algo sano, no hay que pagarlo, y va a ayudarte —Hay silencio, ella comienza a desesperarse, así que decide proponerle un trato—. Mira, ve una sola vez, ¿sí? Si no te gusta, buscaremos otro, o intentaremos con otro tipo de ayuda, pero no te quedes encerrado en tu habitación así. Es peor.

Él medita la situación unos segundos, mira la cortina que se mantiene cerrada, observa la oscuridad de la habitación, observa el desastre en el que se encuentra la misma, mira sus muñecas y se detiene. Ve aquellas cicatrices logrando que un escalofrío recorra todo su cuerpo, y pese a eso, no puede quitarles la mirada de encima. Es su madre quien se concientiza de ésto y lo toma de las muñecas suavemente haciéndole una caricia que lo despabila.

—Dime que irás, hijo, prométemelo, por favor —Los ojos de su madre expresan tanta preocupación, le están pidiendo a gritos que acepte, que le hiciese caso y que fuese. 

—De acuerdo, mamá —dice sin mirarla, pero no decide ir sólo por cumplirle el deseo a su madre, sino también, porque en el fondo de su alma, sabe que lo necesita. Hay una pizca de esperanza en sí mismo que le pide por favor, que trate de vivir, que lo intente, aunque sea una sola vez más.

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❝Gracias, Jimin.❞ [JIMSU] | Libro #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora