VIII

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Según sus cálculos, debía llevar ya más de cinco horas allí dentro, y ya no podía seguir soportándolo. Estaba más agobiado de lo que lo había estado nunca. No sabía dónde estaba, por qué estaba allí, ni cuánto tiempo iba a pasar hasta que pudiera salir. Si Nicolás no hubiera estado en esa habitación, habría gritado, golpeado las cosas, llorado... Todo eso lo habría ayudado a sentirse algo mejor, pero por si estar encerrado en esa habitación no fuera suficiente, tenía que soportar convivir con un chico que no le caía nada bien. Sabía que a la mínima cosa que hiciera volvería a reírse de él, o a comentar lo estúpido que era por hacer cualquier gilipollez. Y sí, Iván sabía lo poco que iba a conseguir con eso. Pero si le hacía sentir mejor, ¿qué más daba lo que hiciera?

También tenía mil preguntas sobre su cabeza. Mil preguntas a las que Nicolás podría dar respuestas. Pero se negaba a hablar con él. No quería tener que soportar su comportamiento ni por un segundo más.

Aprovechó uno de los momentos en los que el chico pareció haberse quedado dormido para encerrarse en el baño con pestillo. Volvió a mirarse en el espejo, y pensó en si ya estaba algo más consumido de como había llegado. Sus ojos castaños seguían teniendo su mismo color, pero su pelo cobrizo estaba algo más rizado y desordenado que de costumbre. Además de eso, tan solo era necesario mirarlo a los ojos para darse cuenta de la sensación de impotencia que cargaba por dentro.

Se sentó en el suelo del baño, y después de abrazarse las piernas, se permitió llorar. Las lágrimas ayudaron a despejar un poco su mente, aunque no demasiado. Deseaba con todas sus fuerzas abandonar aquel lugar, volver a su casa, con su familia, sus amigos. Y su novia. No podía soportar la idea de pasar ahí dentro todo un mes, comiendo puré de pollo y soportando al imbécil de su compañero. Era más de lo que podía cargar sobre su espalda.

La puerta del baño se abrió unos minutos después de que Iván comenzase a llorar, y Nicolás traspasó el umbral metiéndose dentro.

-El pestillo del baño no funciona –dijo-. Y si te preguntas cómo lo descubrí viviendo aquí solo, pues bueno... Yo también fui un capullo durante los primeros días, y pensaba que era buena idea bañarse con el cerrojo echado, por si al secuestrador le daba por entrar mientras estaba desnudo.

-¿Y el hecho de que hubiera cerrado la puerta con pestillo no te ha hecho pensar que quería intimidad?

-Me ha hecho pensar que querías aprovechar que estaba dormido para cagar sin que te oyera, pero luego te he escuchado llorar, y...

-¿Eres siempre igual de gilipollas?

Nicolás se sentó al lado de Iván, y se abrazó las piernas del mismo modo.

-Estás agobiado –dijo, y era de las primeras cosas que decía en serio.

-Sí –susurró en respuesta Iván.

-Lo entiendo. Agobia muchísimo, sobretodo al principio.

-¿Cómo lo haces para estar tan tranquilo?

-No lo sé –confesó él-. A veces creo que es un mecanismo de defensa que ha creado mi cerebro contra este lugar. ¿Tiene eso sentido? –Volvió a reír al acabar la pregunta.

Iván se encogió de hombros.

-¿Entonces no eras tan gilipollas antes de entrar aquí?

-¿No te he dicho ya que el único gilipollas de esta habitación eres tú?

Iván rodó los ojos.

-No, en serio –siguió el otro chico-. Si quieres, puedo intentar controlarme. Pero es que me sale solo.

-No estaría mal que dejaras de meterme conmigo cada vez que tienes la oportunidad.

Nicolás guardó silencio por unos segundos, e Iván pensó que estaría pensando en el siguiente comentario ingenioso.

-Lo siento –susurró. Iván lo miró a los ojos, sin terminar de creer que se hubiera disculpado-. No lo hago con la intención de ofenderte, de verdad. No quiero caerte mal.

¿Era ese el mismo chico que el de hacía solo dos minutos? ¿De verdad le interesaba lo más mínimo caerle bien o mal? Iván se había quedado sin saber qué decir.

-Vas a necesitar llorar bastante a menudo –le dijo-. Y sé que preferirás hacerlo sin mí dándote el coñazo, pero tampoco hace falta que te avergüences de ello. Ni que eches el pestillo. Yo también he llorado, y lo más seguro es que vuelva a hacerlo. Si quieres, incluso podemos quedar para llorar juntos.

Contra todo pronóstico, Iván sonrió.

-Vete a la mierda.

-Lo digo de verdad. No eres el único jodido aquí dentro.

Iván le dedicó una mueca.

-Gracias, supongo.

Nicolás no le devolvió las gracias. En su lugar, se puso en pie y empezó a caminar hasta la salida del baño.

-Si quieres que te de un consejo, date un baño. Han tenido el detalle de darnos agua caliente. Y seguro que te ayudará a relajarte. Luego... No sé. Intenta dormir un poco. O habla conmigo. Siempre podríamos seguir jugando a las preguntas, si no te quejaras tanto.

Iba a marcharse del baño cuando Iván tuvo la necesidad de hacerle una pregunta que había rondado su cabeza desde que empezó a llorar.

-Oye –dijo, y Nicolás se detuvo para echarle un último vistazo-. ¿Ni siquiera hay papel higiénico en este sitio?

El otro chico sonrió ampliamente.

-Eso forma parte de su encanto.

En la misma habitación.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora