XLV

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Cuando despertó, Nicolás seguía abrazándolo.

Los dos chicos habían terminado por dormir sobre el mismo colchón, como ya habían hecho en otras ocasiones. Esa vez lo hicieron con sus calzoncillos como única prenda de ropa, y estaban tan pegados que Iván era capaz de sentir todo el cuerpo de Nicolás pegado a su espalda. A pesar de que le agradaba la situación de sentirlo de esa forma, se giró para así mirar al otro chico a los ojos.

Nunca supo si Nicolás estaba ya despierto o despertó a causa de sus movimientos, pero el otro chico entreabrió los ojos en la oscuridad de la habitación, solo apaciguada por la luz que se colaba a través de la puerta encajada del cuarto de baño. A menudo, Nicolás se encargaba de dejar encendida la luz del baño antes de dormir. Aunque no entendía el motivo, creía que se debía a que Nicolás tenía miedo de la oscuridad.

–¿Cómo estás? –Su voz sonaba ronca debido al cansancio.

Iván no pudo evitar mirar sus labios cuando habló. Esos mismos labios que había besado apenas horas antes. Se descubrió queriendo volver a hacerlo.

–Bien. Mejor.

Los dedos de Nicolás acariciando su espalda lo obligaron a estremecerse.

–¿Quieres hablar sobre ello?

Nicolás le había preguntado una sola vez qué era aquello que lo hizo llorar, pero tras la evasión de Iván no volvió a intentarlo, hasta ese momento.

–Antes... Cuando... Cuando me besaste, perdí el control –fue como si el hecho de haberlo nombrado en voz alta lo hubiera hecho más real. Nicolás lo había besado. Sí. Era completamente real–. No sabía lo que hacía hasta que no me paraste.

–¿Es eso lo que te preocupa? ¿Haber querido...? –Dejó la pregunta en el aire.

–No. No es solo eso. Es... A lo largo de mi vida he hecho muchas cosas de las que me arrepiento. Si fueras capaz de saberlas todas, estoy seguro de que no te comportarías conmigo como te comportas –en ese instante Nicolás dejó de acariciar su espalda–. Y cuando me di cuenta de lo que había querido hacer contigo fue como si todas ellas me estallaran en la cara. Marcos no fue el único. Le hice daño a mucha más gente, y les hice daño por ser... Por ser quienes son. Fui capaz de verlos a todos, como si estuvieran en El Purgatorio. Todos me odiaban, porque a todos intenté hundirlos.

Dejó de hablar, y Nicolás tardó en romper el silencio.

–Es algo por lo que mereces pasar –Iván lo miró a los ojos, sorprendido. Había esperado que fuera a consolarlo, pero no había sido así. En parte era lo que merecía, pero no lo había visto venir–. Aun así... Lo acabarás aceptando. Quiero decir que... Los errores no tienen porqué perseguirnos siempre. Y los tuyos... Aprenderás a perdonarte a ti mismo.

–Ellos nunca van a perdonarme.

–Lo sé. Los jodiste a todos, y lo más seguro es que te odien lo suficiente como para querer incluso tenerte aquí encerrado. Y es probable que nunca vayan a perdonarte. Pero eso solo te deja con dos opciones: odiarte al igual que lo hacen ellos o ser el primero en perdonarte.

–Ni siquiera sé cómo hacerlo para perdonarme a mí mismo.

Nicolás se acercó incluso más a él.

–Dices que siguen dentro de tu mente, ¿no? Todos a los que jodiste... –Iván asintió–. Entonces demuéstrales que te arrepientes. Cambia. Deja de odiar el amor. Deja... Deja de temer a lo que no es como tú.

Estaba tan cerca que podía respirar el aire que salía de sus pulmones.

–Es difícil hacer eso estando entre cuatro paredes... No tengo por dónde empezar.

Nicolás sonrió.

–Entonces empieza conmigo.

Iván sintió todo su estomago revolverse. Quería que lo besara. Debía ser eso a lo que se estaba refiriendo. Nicolás le estaba incitando a besarlo. O eso era lo que creía, porque cuando hizo ademán de hacerlo, el otro chico se incorporó sobre el colchón y le dijo:

–Mira, tengo que enseñarte una cosa.



-¿A qué te refieres? –Le preguntó Iván intrigado mientras Nicolás buscaba debajo de la cama. ¿Acaso iba a mostrarle una salida secreta o algo por el estilo?

–Es algo que traje de cuando estuve fuera del Purgatorio –pareció hacer contacto con algo–. Mira.

Lo que el chico sacó fue algo rectangular y pequeño de color azul. Lo primero que Iván creyó fue que era un paquete de tabaco. Pero no, era algo aun más extraño: un paquete de tizas de colores.

Nicolás se lo mostraba con la sonrisa más resplandeciente del mundo, como si aquel paquete fuese una verdadera reliquia.

-Entonces... -Iván no terminaba de entenderlo-. Sales a la calle, puedes traerte cualquier cosa, y decides coger un paquete de tizas. ¿Qué clase de persona eres? Pensé que sería tabaco.

-¿Fumas? –Le preguntó.

-No, pero estando aquí encerrado me da un poco más igual el cáncer de pulmón.

Iván se dio cuenta en ese instante de que su estado de ánimo había mejorado. Bromear con Nicolás era capaz de hacerlo sentir extremadamente bien.

-Esto es mejor que cualquier droga, y no produce efectos negativos.

-¿Vas a esnifar la tiza?

-No, imbécil. Voy a usarla.

-¿Para qué?

-Para crear –Nicolás lucía más feliz que nunca-. Voy a dibujar en las paredes, y a escribir dentro de mis dibujos.

Iván no pudo evitar sonreír al verlo tan ilusionado.

-¿Cómo pudiste conseguir ese paquete?

-Lo robé en un bazar que hay cerca de mi casa. Y lo escondí.

-¿No te revisaron antes de entrar aquí?

-Sí, pero no fueron tan lejos como para mirar dentro de mis calzoncillos.

-Estás completamente loco.

-Venga –le dijo haciendo un gesto con la cabeza-. ¿Quieres ayudarme a pintar algo?

En la misma habitación.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora