XXVIII

1.1K 102 31
                                    


Desde que lo hicieron por primera vez, la masturbación para ellos comenzó a transformarse en algo natural. Repitieron apenas un par de días después, y siguieron haciéndolo desde entonces.

Iván seguía preguntándose a sí mismo por qué hacía eso, y por qué lo disfrutaba. Pero, por mucho que le preocupase, no tenía la fuerza de voluntad suficiente como para querer detenerlo. Y, en consecuencia, Nicolás y él pasaron a estar más unidos todavía. Empezaron a dormir sobre el mismo colchón de vez en cuando, a veces abrazados, y a veces solo uno junto al otro; comenzaron a tomar baños juntos de larga duración, en los que se limitaban a hablar sobre cualquier estupidez y tratar de llevarlas al nivel filosófico más alto posible, y también continuaron desvelándose sus más profundos secretos, esos que no le habían contado nunca a nadie.

Una de las veces en las que los dos chicos se encontraban desnudos sobre la cama de Nicolás, Iván volvió a fijarse en la cicatriz que Nico tenía justo bajo el ombligo. Se trataba de una fina línea que describía un trazo horizontal. No era la primera vez que se daba cuenta de que estaba allí, sobre su cuerpo, y cada vez que la veía sentía curiosidad por descubrir cómo pudo haber llegado a herirse en esa zona.

-¿Cómo te la hiciste?

Nicolás estaba tumbado con la vista fija en el techo, e Iván algo girado hacia él.

-¿Cómo me hice el qué?

Iván posó la yema de su dedo índice sobre la cicatriz de Nico, y aunque solo tardó un par de segundos en acariciar la marca de su amigo, creyó sentir el modo en el que su piel se erizaba bajo su contacto, haciéndolo sentir algo aturdido.

-Esto –susurró Iván en respuesta nada más retirar el dedo de su vientre.

Nicolás frunció solo un poco el entrecejo.

-¿Recuerdas lo que te conté sobre mi anterior colegio?

-Sí –Iván tenía grabada la noche en la que Nico tuvo aquella pesadilla. En parte por la pesadilla de su amigo, y en parte por el sueño que él tuvo después-. Recuerdo que no querías hablar de ello.

Creyó que Nicolás iba a dejar el tema ahí, pero no fue así.

-Tenía once años cuando me la hicieron.

-¿Qué se supone que puede hacer un niño de once años para que lo odien tanto?

Los ojos verdes de Nico se clavaron sobre Iván, y tenerlos a tan solo unos centímetros lo hacía estar intranquilo.

-Ser diferente –contestó-. Ser demasiado diferente para ellos.

La voz de Nicolás sonaba tan quebrada que Iván sintió la necesidad de detenerlo.

-No tienes que hablar de esto si no quieres. Si lo que quieres es cambiar de tema, aún nos quedan mil gilipolleces por decir.

No sonrió, y tampoco dejó de contarlo.

-Uno de los niños de mi clase tenía una navaja –siguió diciendo-. Presumía todos los días de que se la había dado su hermano mayor. Y... Y ese niño, como todos los de su grupo, la tenía tomada conmigo. Me amenazaba diciéndome que o hacía lo que él quería o me cortaría la polla –hizo un intento de sonreír-. Con solo once años...

Iván sintió algo de miedo al pensar en una posible relación de lo que ese niño solía decirle a Nico con el lugar donde estaba la cicatriz.

-A mí me daba miedo, y pensaba que podía llegar a decirlo de verdad. Mis amigos me decían que no, que nunca lo habían visto usar la navaja contra nadie, y que estaban seguros de que no se atrevería a hacerme nada. Pero al final lo hizo. Un día decidí que estaba harto de él, y que lo iba a mandar a la mierda. Así que le conté a mi profesora que me estaba forzando a hacer sus deberes. A día de hoy sigo pensando que la hija de puta ya debía saberlo de antes, porque por muy parecidas que intentaba hacer las letras, ella nunca decía nada. Ni tampoco hizo gran cosa después. Creí que ella iba a protegerme, a hacer algo para que estuviese a salvo, pero lo que hizo fue expulsarlo una semana, y contarle el motivo. Y ese mismo día, a la salida, volvió a decírmelo, lo de que me iba a cortar las pelotas. Tuve una semana para soñar con cómo lo haría. Todos los días tenía pesadillas. Pero después de lo mal que había sido la primera vez que lo conté, no me atreví a contárselo a nadie más. Así que, a la semana siguiente, me encerró en el baño con la ayuda de sus amigos e intentó hacerlo. Si no hubiese sido por un chico de la ESO que nos descubrió a tiempo, creo que me la habría cortado de verdad. Pero le pillaron justo cuando estaba a punto de hacerme el corte, así que falló, y a cambio de ese golpe de suerte me hizo la herida que más tarde se convertiría en esto –se tocó la cicatriz con los dedos, pero no dejó de mirar a Iván-. Y la odio. Odio tenerla.

Los ojos de Nicolás se llenaron de lágrimas para después liberarlas sobre sus mejillas. Iván, en respuesta, le apartó los mechones de pelo sobre su rostro y le dio un beso sobre su frente a la vez que lo abrazaba.

-Cada vez que la veo, lo recuerdo –siguió él entre sollozos-. Y la odio no porque sea fea, sino porque no logro entenderla. Siempre he intentado pensar en un porqué, en algo por lo que de verdad la mereciera. Pero nunca encuentro nada.

-Eso es porque nunca hay nada más que odio –respondió Iván-. He hecho cosas como esa, Nico. Y ni yo mismo logro entender por qué las hice. Odiamos, y transmitimos ese odio a los demás. Pero no tenéis culpa de nada, así que no intentes buscarla.

Nicolás apoyo su rostro contra el hombro desnudo de Iván, mojando así su piel con lágrimas.

-Y lo siento –siguió Iván-. Siento haber hecho ese tipo de cosas, aunque no sea a ti. Porque sé que fui un hijo de puta, y porque creo que incluso a día de hoy lo sigo siendo. Y porque no debería ser alguien como yo quien te consuele por esto.

-Algún día –dijo Nico, y su voz sonaba amortiguada por el cuerpo de Iván-, ¿me contarás que fue lo que tú hiciste? Y puede que así logre entenderos. O, al menos, entenderte.

Iván acarició la espalda de su amigo, y respondió:

-Sí. Prometo que algún día haré todo lo posible por entenderme, para que así luego puedas entenderme tú.

En la misma habitación.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora