XXXI

1K 87 29
                                    

Iván tardo un tiempo considerable en salir del baño. Cuando al fin lo hizo, Nicolás se encontraba en ese momento comiendo su ración de puré. Iván caminó hasta su cama y cogió el plato que Nicolás debió haber dejado sobre la misma. Luego se sentó en el colchón y comenzó a comer en silencio.

Poco después de que terminasen sus platos de comida, Nico le preguntó:

–¿Estás enfadado conmigo?

–No –respondió sin siquiera mirarlo a los ojos. Cada vez que lo hacía creía recordarlo.

–Lo parece –Iván se encogió de hombros en respuesta–. Odio cuando me evitas.

–Lo siento. Es que... –Se atrevió a mirarlo a los ojos–. Es raro. Nunca he hecho nada como esto. No estoy acostumbrado a hacerlo. Pero no estoy enfadado contigo.

Nicolás asintió con la cabeza.

–¿Entonces no te ha gustado?

–Ha sido incómodo. Pero bueno... No sé.

–¿No sabes si te ha gustado?

–No sé si lo he entendido –lo corrigió-. No sé si lo entiendo.

–¿Entender qué?

–¿Por qué lo hacemos? Me refiero... Entiendo que seamos las dos únicas personas en esta habitación. Pero seguimos siendo dos chicos, ¿sabes?

–¿Acaso no pensaste en otra cosa mientras lo hacía?

-¡No puedo pensar en otra cosa! Sé que eres tú quien lo está haciendo. Y me cuesta concentrarme en algo que no sea eso.

–Tienes razón...

–¿En qué?

–En que no estás entendiendo nada de esto.

–Pues entonces explícamelo.

Nicolás se inclinó poco sobre su cama hacia delante.

–No somos dos chicos, Iván. Somos dos personas. Esto no se trata siquiera sobre el sexo de ninguno de nosotros. Lo único que importa es lo que sentimos en nuestro interior. Tú y yo poseemos una serie de deseos. Y solo tú y yo somos capaces de satisfacer esos deseos. Al menos, mientras sigamos aquí dentro. Que seamos dos chicos apenas importa.

–A mí me importa.

­­–Porque no sabes borrarme de tu mente. Tienes que dejar de verme, de sentirme. Todo lo que tiene que quedar en esta habitación debéis ser tú y tu imaginación.

–Yo no sé hacer eso.

–Ni siquiera has cerrado los ojos mientras lo hacía, ¿verdad?

Tenía razón. No los había cerrado. ¿No se le había ocurrido hacerlo o no había querido hacerlo? ¿Acaso preferiría tenerlos abiertos para así poder ver al otro chico? No... Seguro que no.

­–Bueno. No, pero...

–Entonces es obvio que no vas a poder borrarme.

Iván miró a Nico por unos segundos, justo antes de bajar la vista hasta sus manos.

–Tengo una idea –habló de nuevo Nicolás.

–¿Cuál?

Apretó los labios antes de volver a hablar.

–¿Quieres intentarlo de nuevo?

Iván creyó que su temperatura corporal habría aumentado solo con oírlo. Pensó su respuesta, aunque tampoco por demasiado tiempo. Asintió, y Nicolás lo hizo con él.

–Pues quítate la camiseta. Voy a vendarte los ojos esta vez.

En la misma habitación.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora