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Sentía el corazón latir dentro de su pecho, bombeando sangre a través de todo su cuerpo, y su cabeza saturándose de esa misma sangre. Su vista había llegado incluso a nublarse, pero entre esa espesa niebla blanca que se estaba formando en su mente seguía destacando el rostro de Nicolás.

El rostro de la única persona con la que había convivido durante puede que meses, el de la persona que lo había hecho cambiar, el del único chico al que había llegado a amar en toda su vida. El rostro de la persona que, al parecer, había estado jugando con él todo ese tiempo.

Pero no tenía sentido. Era imposible. Nicolás también había estado encerrado, y además de eso...

–Las manos... –Dijo Iván en su delirio–. No eras tú, es imposible que fueras tú. Las manos que nos traían la comida no podían ser tuyas.

Nicolás se sentó en el suelo de la habitación.

–Tengo que confesar que no estabas tan perdido, en realidad. No he hecho esto solo, por motivos obvios. Carlos ha estado ayudándome.

La expresión en su rostro era tan tranquila que Iván no podía creer lo que le estaba diciendo. Aquello no tenía sentido. Era imposible. Él ni siquiera había visto a Nicolás en su vida antes de entrar en el Purgatorio. ¿Por qué iba a querer hacer algo así? ¿Y por qué se iba a encerrar también a él mismo?

–¿Por qué?

Pudo darse cuenta de cómo se enfurecían sus ojos.

–Llevo queriendo contarte esto desde el mismo puto momento en el que te atrapamos en la parada de autobuses. Cada jodido segundo que he estado contigo ha sido una tortura por no poder contártelo.

–¿Contarme qué? –En su mente, Nicolás aún seguía siendo el chico con el que había hecho el amor apenas horas atrás. Tan diferente al Nicolás que tenía ahora frente a él.

–La clase de persona que en realidad eres –su rostro estaba más enfurecido que nunca–. Ni siquiera... Ni siquiera sabes el daño que me has hecho.

–Nico...

Nicolás le asestó un puñetazo sobre su mandíbula, haciendo que emanase sangre de su boca.

–No vuelvas a llamarme así. Nunca.

Iván cerró los ojos mientras palpaba el sabor a sangre en su boca. Aquel golpe le había dolido, pero la realidad era que le dolía más quién le había asestado el golpe que el mismo golpe.

–Ni siquiera te conozco, Nicolás –dijo sin siquiera abrir los ojos–. No sé... No entiendo cómo pude hacerte daño –tuvo que luchar por no romper a llorar en ese mismo instante. Fue entonces cuando se dio cuenta de que estaba asustado, que tenía miedo de lo que Nicolás pudiera hacerle.

–Entonces te lo contaré –sintió los dedos de Nico alzándole la barbilla y él volvió a abrir los ojos. Era capaz de ver su rostro en el reflejo de sus ojos verdes–. ¿Te acuerdas del chico al que le arruinaste la puta vida? Se llamaba Marcos. Te suena, ¿no?

Iván no podía imaginar qué relación guardaría ese chico con Nicolás.

–Ya sabes que lo siento –dijo, sabiendo que no serviría de nada.

–Marcos era mi primo pequeño. Y yo fui quien lo ayudó a aceptarse. Para él, yo era alguien admirable. A veces creo que ese chico era la única persona que me ha considerado nunca digno de admirar. Yo había salido del armario antes incluso de que él se diera cuenta de lo que sentía por Raúl, de manera que, cuando empezó a sentir que había algo distinto en él, me lo contó. Fui la única persona en saberlo, y lo ayudé a asimilarlo –Nicolás estaba comenzando a derramar alguna que otra lágrima–. Lo ayudé a ser feliz. ¿Y sabes para qué sirvió? Sí, claro que lo sabes. Dime, ¿para qué sirvió?

En la misma habitación.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora