XIX

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-Oye, voy a lavar mi ropa. ¿Quieres que lave la tuya también? –Le propuso Nico mientras se levantaba de la cama.

-¿Cómo vas a lavarla? –Preguntó Iván, aún tumbado en su cama.

-Bueno, todavía no nos han instalado la lavadora, así que voy a usar la bañera.

Iván rodó los ojos en respuesta a su sarcasmo.

-¿Y cómo vas a hacer para que se seque?

-Pues esperando. Estamos en verano, tampoco creo que vaya a costarme demasiado tiempo. Y ya lo hice una vez. Siempre ayuda a quitar el tufo a podrido de tu ropa. Si quieres puedo enseñarte a lavarla, y así ahorramos agua para quien sea que pague los recibos de esta habitación.

Iván se puso en pie.

-Tampoco creo que sea muy difícil meter ropa en una bañera –dijo-. Pero vale, enséñame, entonces.

Nico caminó hasta el baño, e Iván lo siguió. Se acuclilló junto a la bañera y abrió el grifo de la misma después de taponar el desagüe. Iván se sentó en el suelo junto a la bañera, con la espalda apoyada en la pared.

Los dos chicos esperaron en primer lugar a que el agua saliera algo tenue, y luego a que se llenase la bañera. Una vez ambos procesos hubieron acabado, comenzaron desvestirse y fueron echando sus prendas al interior de la bañera.

Iván pensó que era tan solo la segunda vez que veía a su compañero de habitación desnudo, a pesar de llevar conviviendo con él una cantidad de tiempo considerable en un espacio verdaderamente reducido. Los dos chicos se sentaron en torno a la bañera. En el Purgatorio carecían de todo tipo de jabón o producto de limpieza, por lo que lo único que pudieron hacer fue frotar las prendas bajo el agua.

-Es incluso más fácil de lo que parecía –comentó Iván con la intención de romper el silencio de la habitación.

-Bueno... Tampoco hace falta sacarse ningún grado para frotar la mierda de los calzoncillos.

Siguieron lavando las prendas en silencio, sin decir demasiado. Cuando hubieron pasado unos diez minutos, dejaron de frotar la ropa y la sacaron de la bañera. Nico escurrió su ropa lo máximo que pudo, y después, la dejó extendida sobre su cama. Iván decidió hacer exactamente lo mismo que él.

Los dos niños se vistieron solo con sus bóxers, y se sentaron en el baño mientras esperaban a que el resto de las prendas terminasen de secarse.

-¿Cuánto tiempo pasará hasta que podamos volver a vestirnos? –Preguntó Iván.

-¿Tienes frío? –Dijo Nicolás.

-No –la temperatura en el interior del Purgatorio era lo suficientemente alta como para pasar incluso algo de calor-. Era solo por preguntar.

-Pues... No sé. La última vez tardó cerca de medio día, más o menos.

-¿Medio día desnudos? ¿Y qué vamos a hacer cuando estemos en invierno?

-De aquí a invierno, espero haber salido del Purgatorio –soltó Nicolás-. Y si no, espero que los secuestradores sean tan amables de traernos una estufa, o un buen edredón.

Iván soltó una mueca, y luego volvió a reinar el silencio. Nico y él podían pasarse grandes periodos de tiempo hablando sin parar sobre cualquier tontería, pero ese día, su compañero de habitación parecía más callado de lo habitual. Nicolás era la típica persona que siempre tenía algo que decir, pero en ese momento estaba demasiado callado, como si se le hubieran acabado los temas de conversación. Iván pensó en decirle algo al respecto, pero decidió respetar la intimidad del chico.

-Tengo que contarte una cosa –dijo Nico en un tono de voz bajo.

-Dime –pidió Iván, pensando que esa cosa sería el motivo por el que se comportaba de ese modo tan extraño.

-Es... Una idea que he tenido. Pero no sabía si contártela porque no sabía cómo te la ibas a tomar.

Iván empezaba a inquietarse.

-Bueno, prueba –dijo encogiéndose de hombros.

-Antes de contártela, quiero que sepas que no quiero presionarte a hacer nada. Es solo una sugerencia.

-¡Dila de una vez! –Se quejó-. Me estás poniendo nervioso.

Nicolás soltó aire y empezó a hablar.

-Cuando era más pequeño, con catorce años, tenía un amigo que se llamaba Lucas, y también era mi vecino.

-¿Y qué pasa con eso? –Interrumpió Iván.

-El caso es que aprovechábamos que teníamos confianza, y que él vivía cerca, para... -Hizo una pausa.

-¿Para? –Iván no tenía ni la menor idea de qué trataba de decirle.

-Bueno, para masturbarnos –soltó de repente-. Mutuamente.

Iván sintió sus nervios agudizarse por un ligero momento, al igual que notaba la temperatura de su cuerpo subir. No por la excitación, sino por la mera situación. ¿Qué era exactamente lo que Nico quería proponerle?

-Ninguno sentía atracción por el otro. Pero, simplemente... Bueno, pues no sé. Su casa se quedaba sola por las tardes, y yo iba a verle cada vez que nos apetecía. Ni siquiera llegamos nunca a vernos. Usábamos una manta, de forma que...

-¿Y quieres que...? -Iván lo interrumpió. 

-Había pensado que podíamos hacer algo parecido. Ya nos hemos visto desnudos, y los dos sabemos que echamos de menos tener sexo. Sería como un intercambio de conveniencia. Sin sentimientos ni nada que no sea simplemente un trato mutuo.

-No voy a hacerte ninguna puta paja.

Nicolás lo miró a los ojos, herido. Iván había ido alterándose según hablaba. Estaba acostumbrado a ver chicos desnudos, y a veces los vestuarios provocaban situaciones extrañas, pero nunca nada como eso. Se negaba por completo. No iba a dejar que ningún tío lo tocase, y mucho menos iba a masturbar él a otro. Estaba deseando que Nicolás terminara de expresarse para poder dejárselo bien claro: nunca iba a dejarse hacer ese tipo de cosas. Cuando por fin tuvo la oportunidad de decirlo, pudo darse cuenta de la forma en la que Nico lo miraba, como si le hubiera hecho daño que le hablara de esa forma. Aun así, no iba a andarse con rodeos.

-Solo era una... -Intentó decir él, sin siquiera mirarle a los ojos.

-¡No! –Reiteró Iván-. Me parece genial que hagas lo que te dé la gana, pero yo no voy a hacer ese tipo de cosas.

Nicolás se abrazó un poco las piernas.

-Vale. Sí. Lo entiendo.

De repente, Iván empezaba a sentirse algo incómodo ante la falta de ropa, de modo que se puso en pie y salió del baño.

En la misma habitación.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora