Capítulo 49

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Seis años atrás

Oksana

Nunca me había sentido así de mal. Sentía unos martillazos en la cabeza, como si hubiera trabajadores dentro. Sentía mis sienes latir y un extraño calor que dominada todo mi cuerpo. Lo último que recuerdo es esa miserable habitación del motel a donde Thiago me acompañó. Recuerdo haber tomado la pastilla. Solo que, no entiendo porque me siento agotada, cuando esas malditas debieron haber hecho lo contrario. Me sirven para quedarme despierta, atenta y no perder el ritmo. Evidentemente, algo salió mal. Me cuesta mucho abrir los párpados. Lo único que escucho es un extraño bip y un fuerte olor a desinfectante.
Me muevo, tratando de liberarme de ese extraño estado de inmovilidad, pero una mano aprieta la mía con delicadeza.

«¿Sana? ¿Estás despierta?» pregunta una voz.

Por un momento creo que estoy soñando. Después de todo, Dmitriy se fue por cinco días sin dejar rastro alguno y decidió no seguirme cuando yo me fui, así que, tiene que ser un sueño. O una pesadilla, depende del punto de vista.

«Hey» continua.

Finalmente, después de varios intentos, logro abrir los ojos. Lo primero que veo son dos profundos ojos azules y una expresión de alivio, como si Dmitriy estuviera contento de verme. Lo veo con antipatía, preguntándome lo que hace ahí.

«¿Puedes apagar la luz, por favor?» pregunto, girándome a él. Cuando me acostumbro a la leve iluminación de la ventana que ilumina el cuarto, me doy cuenta de que estoy en otro lugar. El lugar desconocido es de un blanco puro. La cama en la que estoy acostada es más alta de lo normal y, en mi brazo hay una intravenosa. El bip insistente, en cambio, proviene de la máchina a lado de mi cabeza, sobre un tipo de mueble rodante. Claro, estoy en el hospital.

«¿Cómo me encontraste?» pregunto sin ver a Dmitriy que, mientras, llega hacia mí y se sienta en la silla al lado de la cama.

«Tu celular, Sana. Siempre tiene el GPS prendido. Yo fui quién te trajo aquí».

Malditos artefactos tecnológicos. Ni siquiera puedo esconderme porque me encuentran al instante.

«¿En dónde estuviste?» pregunto fría, refiriéndome a su improvisada huida.

«En Estados Unidos».

«¿Cómo?».

«Sí. Esa noche, después de que me sacaste de quicio, fui a beber a un bar. Tuve que recuperar la sobriedad, pero cuando estaba de camino a casa recibí una llamada de Irina. Dijo que tenía una emergencia en el trabajo y necesitaba que fuera inmediatamente, así que fui directo al aeropuerto y tomé el primer vuelo disponible a Los Ángeles. Te hubiera avisado antes si no hubiera sido urgente».

«No es una justificación. No solo te fuiste sin decir una palabra, tampoco te dignaste a hacerme saber que estabas vivo, muerto, o cualquier cosa. ¡No sabes por lo que me hiciste pasar?» le acuso alzando la voz.

«Tienes razón y te pido perdón. El problema es que no estoy acostumbrado a tener a alguien a quien darle explicaciones. Lo hice sin pensar» se justifica.

«Beh» comienzo. «Desde hoy te hago las cosas más fáciles, por mi te puedes ir a cualquier país. No eres mi dueño. No tienes el derecho de tratarme así, porque no te lo permitiré».

Me cuesta decirlo, porque estoy bien con él, pero Dmitriy ha cruzado la línea. Dejarlo es lo último que quiero hacer. Él era la única persona que tenía, pero si no somos dos en una relación, no tiene sentido continuar. ¿Cuál es el sentido?

Cuando pongo mis ojos en Dmitriy, su expresión es la de un cachorro lastimado, como si mis palabras lo hubieran herido en serio. Nunca ha expresado una emoción, pero ahora sus ojos están vidriosos. «No puedes hacer eso» dice en un susurro. «Nosotros estamos bien juntos. No lo puedes negar, Sana. Yo te amo».

Yo te amo.

Yo te amo.

Yo te amo.

Yo te amo.

Yo te amo.

Yo te amo.

Yo te amo.

Yo te amo.

Yo te amo.

Siento como su declaración hace eco en mi cabeza durante minutos que parecen infinitos, como si no pudiera comprender lo que significa – y la importancia – de aquellas palabras. Abro y cierro la boca, pero no sale ningún sonido.

«¿No dirás nada?» pregunta con una risa amarga, desilusionado por mi incapacidad de pronunciar palabra.

«Yo...» comienzo, sin saber cómo continuar. Pero la verdad es que tal vez yo siento lo mismo, pero no logro decirlo. Lo único de lo que me arrepiento es de haberle dicho que entre nosotros ya todo terminó. Quiero seguir a su lado. No estoy lista para dejarlo ir, no después de haberme confesado sus sentimientos. «Yo también» digo con dificultad.

Soy atrapada por un beso que me devora. Dmitriy se lanza hacia mi mirándome feliz, besándome y sonriéndome. «Estaremos bien, Sana. Te lo prometo».

Asiento y le sonrío contenta. «Pero ¿por qué estoy aquí?» pregunto, después, cuando finalmente me deja respirar.

«Porque eres una estúpida. Estabas inconsciente cuando te encontré en ese sucio motel. Me preocupaste. A propósito, ¿cómo te sientes?».

«Bien» me limito a decir, encogiéndome de hombros.

«¿Bien? Oksana, encontraron droga en tu organismo, mezclado con alcohol. ¿Por qué lo hiciste? La droga es para los débiles».

Ahí es cuando me hago pequeña pequeñita porque, sabiendo que eso no me hacía bien, ignoré las señales, tratando de convencerme a mí misma que no estaba haciendo nada malo, que podría parar cuando yo quisiese. Que no dependería de ellas. ¡Que estúpida! Dmitriy tiene razón, soy una estúpida.

«¿Desde hace cuánto las tomas? Porqué los exámenes dicen que la cantidad no es para nada de una sola vez».

«Son pastillas blancas, no sé qué hay dentro. La primera vez que las tomé fue cuando comencé a batallar en el Red. Necesitaba el trabajo» admito, bajando la cabeza.

«¿Quién te las dio?».

«Las primeras Lyudmila, pero después me dijo que era Igor quien las vendía».

«Bastardo» maldice a regañadientes.

«No las tomaré más. Ya terminé con ellas».

«Claro que ya se acabó» contesta. «Ya te inscribí en un programa de rehabilitación que te ayudará a desintoxicarte. Dura alrededor de tres meses, deberías de estar limpia para cuando llegue la primavera».

◎◎◎

La desintoxicación – aunque nunca me gustó llamarla así – fue más difícil de lo que pensé. Los primeros días fueron terribles. Pensé que luchar con la necesidad de probar un poco de esa mierda sería más fácil. Mi cuerpo las reclamaba, las deseaba, sentía la necesidad de tenerlas en las venas. Pero después, con el pasar de las semanas, aprendí a vivir sin ellas. Después de un mes ya sabía cómo lidiar con mi dependencia, después de dos meses estaba del todo limpia. Ya no había rastro alguno de sustancias tóxicas en mi cuerpo. Y después de tres meses me casé.
Me convertí en la señora Oksana Volkova.


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