Epílogo

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Un año después

Oksana

Estoy, literalmente, dividida en dos partes. De un lado tengo a Elia quién, sentado en mis piernas, me aprieta las mejillas (nada extraño para un niño de cinco años), del otro lado tengo a Ethan quién se limita a ver a Elia sin decir palabra. Parece que los dos están en un duelo de miradas silenciosas.
Elia sigue "provocando" a Ethan, diciendo frases del tipo: «La tía Nica es mía», e Ethan parece tranquilo mientras, cansado del asunto, va con Matt y sube a sus brazos. Mientras pasa todo esto, Astrid, ocupada en la cocina preparando de comer, sonríe divertida mientras voltea y le lanza una mirada de desaprobación a Elia. «Tía Nica no es de nadie» lo regaña. El pequeño hace un puchero, pero sigue con lo suyo.

La primera vez que llegué a Nueva York, el solo pensar en una grande ciudad me intimidaba. Estaba asustada de todo lo que me rodeaba y porque moriría sola solo con mi trabajo y en cambio encontré demasiadas personas hermosas que me cuidaron. Iniciando por Josephine. La primera vez que entré al St. John, me encontré sintiendo demasiadas emociones. Ese día estaba ahí por mera coincidencia. Aún recuerdo que estaba buscando una lavandería y, sin darme cuenta, entré en el orfanato. Mi primer instinto fue el de escapar, pero una dulce niña con dos trenzas rubias, me lo impidió. Es como si me hubiera atraído, me recordaba demasiado a mí a su edad. Comenzó a hacerme demasiadas preguntas y fui su rehén por casi una hora entera. Luego, a nuestra conversación se unieron otros niños y después Joss. Ella fue tan linda desde el inicio, dentro de pocos días, estaba lista para contarle mi infancia. Así que, regresé al St. John en mi tiempo libre y Joss se hizo cargo de mí como lo hacía con los niños.
Otra persona a la que le tengo que agradecer es a Lauren. Cuando buscaba trabajo, ella acababa de despedir a su secretaría y no dudo en contratarme al instante. Ella también resultó ser la buena persona que parecía ser, aunque nos distanciamos en su momento y fue exactamente cuando contrató a Astrid. Trabajaba con Lauren desde hace casi tres años y dado que el estudio iba bien y podía hacer bien mi trabajo, no era necesario contratar a alguien más. Me molesté con Lauren porque me quitó medio día de trabajo – para mi importantísimo – porque me mantenía ocupada y al mismo tiempo a mi cerebro. Siempre pensaba en lo mismo, de Dmitriy, de lo que había hecho y trabajar me ayudaba demasiado a no pensar. Pero cuando, por primera vez conocí a Astrid, me derretí literalmente. Estaba tan triste y sola... y aparte estaba Elia quien acababa de cumplir un año. De cierta forma, el trabajo le servía más a ella que a mí y lo tuvo. Al principio, me mantenía a su lado mientras le enseñaba los trucos de trabajo y le ayudaba con Elia – que lo traía al trabajo todas las mañanas – mientras ella trabajaba en la oficina, nuestra amistad se fue haciendo más grande con cada día que pasaba, hasta que llegamos a un acuerdo: yo me ocuparía de Elia en la mañana y lo llevaría al kínder, pasaba la mañana en el St. John y después del almuerzo iba directo al trabajo.
Pasé años en tranquilidad, hasta que Matt entró en mi vida. Él fue un tornado, un rayo en un cielo despejado, un rayo de sol en mis días grises. La primera vez que nos encontramos en el trabajo, inmediatamente pensé en que nosotros correría sangre. Pero me equivoqué completamente. El recelo que le tenía al principio no era más que lo que trataba de evitar cuando me di cuenta de la atracción que sentía hacía él. Sabía que no era buena idea y me odiaba por lo que sentía. Me juré que no habría más hombres en mi vida después de un esposo loco y asesino serial, me tatué YA NO MÁS en los ojos, pero eso no sirvió para impedir que mi corazón volviera a latir. Entre más tiempo pasaba junto a Matt, mi corazón latía con más fuerza, hasta que un día explotó. De un momento a otro me encontraba sintiendo de una simple atracción física a estar perdidamente enamorada de él. No sé cómo pasó, pero fue de la nada. Trate de evitar ese sentimiento – nunca antes conocido – hasta acéptalo. Él era perfecto en todo lo que hacía. Me dio una casa, me dedicó su tiempo, su atención, su amor hasta su corazón. Y yo lo acepté con los brazos abiertos. Hizo lo posible para descongelarme, insistió a pesar de mi rechazo y él era la persona perfecta a la cual pertenecerle. Aún ahora, mientras lo veo con la pequeña Camille en brazos, mientras habla con Ethan, me enamoro de él. Todo en él me atrae. Sobre todo cuando está en medio de niños ¡Cosa que hace explotar mis ovarios!

Sonrío sola con ese pensamiento y todos se giran a mi dirección para verme. Elia me ve como si estuviera loca y, bajando de mis piernas, va con Ethan – ahora encantado con la recién nacida – le da un golpecito en la espalda para llamar su atención. Luego, estudiándolo con seriedad, dice: «No puedes verla. Cami es mi hermanita».

«Comoquiera no me gusta. Parece un monstro y hace ruido» contesta Ethan.

«Tu hijo es intimidante» dice Matt. «¿Quién le enseña esas cosas?».

«¡Yo!» responde Jason, orgulloso de sí mismo. «Elia ya sabe qué hacer si alguien hace sufrir a su hermanita».

«Me parece bien. Pero ahora tómala porque huelo una buena carga de popó». Matt le da la niña a Jason quién la toma y besa por doquier, mientras va al baño a cambiarle el pañal.

«Sí, es una gran carga de popó» confirma Elia.

Cuando Matt llega a mí, se inclina y me besa en los labios. Me sonríe con sus dulces ojos y no puedo hacer nada más que responderle. ¿Es extraño si digo que cada día lo amo más? Para hacérselo saber, trato de que nuestro beso dure lo más que pueda, pero, la reprimenda exasperada de Astrid «¡Hay niños presentes!», nos hace resoplar, pero nos separamos solo cuando Ethan y Elia suben a nuestros brazos.

«Más tarde» me susurra Matt al oído, haciéndome estremecer al escuchar esa promesa.

Y luego me veo obligada a escuchar la conversación de los niños.

«Tía Nica es mía».

«Pero es mi mamá».

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