Muchacha de ojos tristes

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La Torre de los Colmillos, Taflem, Keisalhima.

La hora del desayuno finalizó y la pelea entre el hechicero y la cazadora también, ya que él, terminó siendo expulsado por la magia de Leki, el dragón oscuro de Cleo, hacia el otro extremo del comedor. Aunque, esos dos eran novios desde hacía ya tres años o un poco más, sus discusiones y peleas, eran algo de nunca acabar. Ahora, se dirigían hacia la oficina del maestro Hartia con un magullado Orphen detrás.

-¡No puedo creer! ¡Que el Gran Orphen, Hechicero Negro! ¡Y sobreviviente a la magia de la espada de Valtandhers! ¡Haya perdido la batalla contra un gatito que le robo su ridícula cinta! ¡Es absurdo!- no podía dejar de reír de las historias que Cleo y Majic contaban de sus viajes y que causaban tantas penurias, a ese hombre con cara de pocos amigos a sus espaldas -Como me gustaría viajar de la forma en la que lo hacen ustedes, sin preocupaciones y sin prisas- mencionó con voz soñadora.

-¡Escúchame bien, pequeña bruja manipuladora!- exclamó por detrás, en plan estoico -Si eso es una indirecta para que te invitemos a viajar con nosotros... Desde este preciso momento, te comunico, que la respuesta es ¡NO!-

Soltó, impertérrito y arrogante, llegando a la oficina de su amigo.

-¡Maestro, Hartia! ¡Este individuo me está molestando!- señaló al hombre en cuestión -Si sigue haciéndolo, voy a tener que darle una lección y puedo asegurar, que no será nada bonito- entrecerró sus ojos con rabia -Sufrirá lentamente y le dolerá- aseguró -Y paso a explicarte, hechicero maleducado y de mal carácter, que en vez de viajar contigo por el continente ¡Prefiero comprarme un bosque y perderme en él!-

Expresó, observando al amigo de su maestro a los ojos, con su mejor cara de ángel caído que podia tener. En simples palabras, lo odiaba.

-¿No me digas? Empieza a largarte de una buena vez, entonces- dijo él, sarcástico -Otra cosa, ¡No me asustas, niña! Me he enfrentado a monstruos más temibles y grandes que tú...- se acercó a ella -Y además, no me gusta que me apunten con el dedo-

Mencionó, bajando el dedo índice de la chica y observándola a unos pocos centímetros de su rostro, con los ojos más fríos que había visto jamás.

-Krylancelo, Dea ¡Ya es suficiente! ¿Por qué no compartimos un momento de armonía, felicidad y buenos deseos, por ser tu cumpleaños?-

Ambos ignoraron, olímpicamente, al maestro hechicero. Estaban esperando el primer movimiento del otro o que cualquiera de los dos bajara la guardia, mirándose mutuamente de manera desafiante.

Temblando por la ira contenida, la muchacha, quitó la capa que llevaba sobre sus hombros, dispuesta a pelear con el sujeto frente a ella, sin usar la magia, sino se disculpaba. Él bajó la guardia ante ese movimiento repentino, pensando que se había rendido. Pero no, nadie desafiaba a Dea Fleming a la cara.

-Te encierro en mi castillo, alma en pena-

Susurró aquel mantra, sellando los poderes del hombre de cabellos oscuros y ojos malvados, quedándose sin su magia por unos cuantos días una vez más. El pobre, la observaba con la cara más atónita que la última vez que ellos se enfrentaron. Ella se burló de él una vez más, a través de una gran sonrisa socarrona y el guiño de su ojo izquierdo.

-¡Dea Alexandra Fleming! ¿¡Qué haz hecho!? Y, además, ¿Qué tienes puesto? Espera, eso lo veremos después- Pronunció histérico, su maestro, señalando a su amigo y a ella con el entrecejo fruncido -Ahora, lo pronto ¿¡Qué fue lo que te advertí ayer en la noche sobre ponerle sellos mágicos a las personas!? ¿¡Eh!?- gritó, intentando no romper a reír como un demente, al observar la cara perturbada y de asombro del otro hechicero -¡Arregla inmediatamente esto! ¡Ahora!- ordenó con una mueca graciosa en su rostro.

Una Alquimia llena de Magia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora