Mi preciosa hechicera

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La Torré de los Colmillos, Taflem, Keisalhima.

Una hermosa hechicera, se encontraba en el comedor de la Torre con su cabeza apoyada sobre la mesa y oculta entre sus brazos. Todo su cuerpo se encontraba cubierto de magulladuras y heridas. A simple vista, su aspecto era deplorable y sumándole a eso, se encontraba maldiciendo entre dientes a un maldito hechicero negro con el que mantenía una relación violenta.

-¡Estoy agotada! ¡Maldito Orphen! ¡Me las pagará!- cerraba sus ojos por el dolor que sentía -El entrenamiento del día de hoy fue terrible...- suspiró -Comenzó con entrenamiento físico, luego combate cuerpo a cuerpo y por último, duelo de magia- tomó su cabeza entre sus manos -¡Está loco! ¡Casi me mata o hace que me maten!- volvió a apoyar su cabeza en la mesa, cansada -¡Déjame en paz, Orphen! ¡Ya fue suficiente por hoy!-

Exclamó molesta, al sentir que alguien tocaba su hombro cuando estaba a punto de dormirse. Después de unos momentos y lograr despabilarse, pudo comprobar que el que irrumpió su paz, era Lai y no el hechicero que la había hecho sufrir ese día.

-¡Wow! ¡Tranquila, Dea!- exclamó, mirándola detenidamente -¡Te ves terrible! ¿Qué pasó contigo?-

Se acercó y aplicó magia de sanación en ella. Su cara reflejaba preocupación. Era inevitable, siempre la cuidó y la defendió, ante todo.

-¡Orphen y sus métodos de enseñanza! ¡Eso me pasó!-

Explicó exasperada y adolorida.

-No me extraña, Krylancelo se ha tomado el papel de maestro diabólico contigo, muy en serio- mencionó, molesto -¿Quieres que hable con él? No mereces que te trate como lo hace- tomó con delicadeza el rostro de ella, para poder curarlo -¡Estate quieta, preciosa! ¡Sino, no podré curarte!-

La regañó. Ella no permitía que le tocara el rostro, le dolía demasiado.

-Lo lamentó pero, duele- explicó, humedeciendo sus labios resecos con la lengua -Y en cuanto a lo que me preguntaste sobre hablar con él- le apartó el mechón de cabello que siempre le cubría el ojo derecho -Creo que no es necesario, mañana volverá a Totokanta con los demás, después de hablar esta noche con el maestro Hartia- comentó sonriendo -Llamémosle a esto- se señaló a si misma -Un regalo de despedida-

Le guiñó su pequeño ojo adolorido y él sonrío, acariciándole los labios resecos con su pulgar. Ella se veía muy mal, de hecho, se había puesto pálida. Eso lo enfureció.

-¡Está bien!- respondió con la misma actitud anterior, poniéndose de pie -Creo que ya terminé, pero necesitas descansar, ven...-

Ofreció su mano a ella, que la tomó despacio para ponerse de pie con cuidado. En un momento y sin saber cómo lo hizo, terminó en sus brazos, transportándolos a ambos a la puerta de su habitación.

-¿No sabía que podíamos hacer eso?-

Comentó un poco aturdida por el efecto de la magia, mientras él, la bajaba al suelo desde sus brazos y ella, se sostenía del umbral de la puerta. Sentía náuseas y todo le daba vueltas, parecía que iba a desmayarse en cualquier momento.

-No todos los hechiceros tienen el poder de hacer eso. Tienes que tener un gran poder mental y...- se interrumpió al verla más pálida que antes -¡Oye! ¡Preciosa! ¿Estás bien?-

Negó con la cabeza, al ver bailar un mar de estrellitas frente a sus ojos. Él la atrapó de la cintura con un brazo y con su mano libre, le aferró el rostro.

-Escucha, Dea. No te duermas, ¿Sí?- habló preocupado, mirándola a los ojos -Sigue hablando hasta que lleguemos a la enfermería, ¿Comprendes?- ella asintió, débilmente, cerrando sus ojos de a poco -No cierres los ojos, por favor, vamos a ir por ayuda-

Una Alquimia llena de Magia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora