Allá donde alcanzaba mi memoria me llevó a un parque situado en un pueblo pequeño cerca de la costa mediterránea. Todo estaba cubierto de verde y había un gran estanque de agua donde se veían unos patos nadando felizmente de un lado para otro. Yo estaba sentada en un banco, observando unos niños que jugaban a la pelota. En uno de los pases, el balón cayó accidentalmente a mis pies. Lo cogí y levanté la mirada para ver al niño de unos siete añitos de edad que se acercaba para recogerlo. Sus ojos saltones y claros se clavaron en mí y nervioso me pidió por favor si podía devolverle la pelota. Se la lancé a las manos y con una sonrisa de oreja a oreja me dio las gracias y se marchó corriendo a seguir con su juego.
Hice un recorrido con la mirada al resto del parque. Estaba repleto de gente. Unos paseaban agarrados de la mano, otros leían un periódico o un libro sentados en un banco o en el césped, otros jugaban a diferentes juegos, corrían, pasaban una pelota, lanzaban un disco para que su perro lo recogiera... Todo el parque estaba rebosante de felicidad. Estar allí me hacía sentir muy bien. Todo lo que nos rodeaba creaba una atmósfera alegre y reconfortante.
Cerré el libro que estaba leyendo hasta que el feliz niño me interrumpió y lo coloqué sobre mis piernas. Era una comedia romántica, la típica que te hace reír y llorar, una aventura que todo el mundo ve fuera de su mundo, algo que deseas que te pase a ti pero nunca sucede, donde el protagonista es un chico encantador, romántico, divertido, picarón y con un lado salvaje, y la protagonista queda hechizada con sus encantos y al final siempre acaban juntos. Sí, un mundo que no está hecho para mí, una chica solitaria sumergida en sus estudios universitarios, alejada de la realidad que existe fuera de sus libros de texto. Mis años de universidad se hacían lentos y si no fuera por mis compañeros de clase, a los que solo puedo ver en clase o en la biblioteca, estaría sola en este mundo. Mis padres casi ni los veo. Me pagan una habitación en el colegio mayor de la universidad para que mis viajes a casa no me distraigan de mis estudios.
La estancia en ese parque era reconfortante, me hacía sentir bien. No había un lugar donde miraras y no vieras algo que te hiciera sonreír. Observaba los niños que gritaban y saltaban al ritmo de los botes de su pelota. Miré al niño que me sonrió que cogió su pelota y subió una cuesta que bordeaba el estanque de patos que llegaba hasta un mirador desde donde se podía ver el parque. El niño se propuso soltar la pelota por la cuesta para que sus botes cogieran velocidad hasta llegar a sus amigos. Lo hizo y la pelota fue botando poco a poco bajando la rampa poco inclinada. Cada bote hacía que mi corazón latiera más fuerte provocando un sentimiento de malestar. Los latidos se compaginaron con los botes sonando al mismo compás. Tenía la sensación de que algo malo iba a pasar pero no tenía idea de qué podía ser. ¿Qué podría quebrantar la felicidad que rebosaba en ese parque? Los botes parecían ir más lentos cuando predije lo que iba a suceder. Mis manos sudorosas agarraron fuertemente el libro entre mis piernas mientras observaba caer la pelota. Uno de los niños se disponía a chutar el balón para lanzarlo lejos y devolvérselo al que estaba más arriba, pero seguí la trayectoria que la pelota podría coger y esta caería al estanque de patos.
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A LA SOMBRA DE LA LUNA LLENA ©
Mystery / ThrillerAnaís. 20 años. Estudiante de universidad. Ian. El hombre de su vida, pero oculta un secreto. Una sucesión de crímenes acontecidos las noches de luna llena te llevarán a descubrir el límite entre la realidad y la ficción. Acompaña a nuestra protagon...