CAPÍTULO 3

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Iba de camino al colegio mayor que me pillaba a unos 15 minutos a pie. El pueblecito que estaba al lado de la universidad era pequeño y bastante acogedor, pero sus calles se hacían muy oscuras por la noche debido a la escasa distribución de las farolas. Los edificios no eran muy altos y sus fachadas un poco antiguas. Las calles se hacían solitarias en esta época del año y solo se escuchaba el cantar de los grillos. Si querías pasar la noche fuera de casa, el lugar más frecuentado eran los bares, donde se llenaban de jóvenes universitarios que se atiborraban de cerveza. Allí celebraban sus fiestas y era su manera de desconectar de los exámenes, bebiendo y provocando a ver quién era el que hacía la mayor locura esa noche. Era normal levantarse por las mañanas y encontrar contenedores de basura en lo alto de los árboles que habitaban en todas las calles, en las aceras, o ver algún gato colgado del rabo atado arriba de una farola. La mayor locura que he visto en mi estancia aquí es ver colgados varios calzoncillos de una cuerda cruzando la calle, donde en la parte trasera de cada uno se podía ver una letra y juntas se podía leer "España". Fue la noche que el equipo español celebró su victoria ganando así la Eurocopa. Las calles esa noche se llenaron de jóvenes alocados gritando el himno español bajo cada ventana, celebrándolo en cada esquina, andando por en medio de la calzada. Al ver esas ropas interiores pensé en quien sería el gracioso que volvió sin calzoncillos o desnudo esa noche a su casa. Esa noche no era igual. Todo estaba desierto. En épocas de exámenes es difícil ver gente por las calles a excepción de alguna pareja paseando o algún viejecito tomando el fresco en el portal de su casa. Quién necesitaba algo se acercaba a la ciudad que estaba a tan solo unos kilómetros de allí, donde podías encontrar centros comerciales, muchas tiendas de ropa y comercios donde se compraba comida barata. El pueblecito era pequeño, y estaba escaso de zonas de ocio para la gente joven, pero era el mejor lugar para quedarse a vivir si lo que pretendías era estudiar, sin ningún tipo de distracción. Por eso el sitio más frecuentado eran los bares.

Mis pasos sonaban en las silenciosas y desiertas calles, con un eco un poco aterrador. Al andar no sabías si alguien te estaba siguiendo y eso te hacía acelerar tu ritmo, y cuanto más corrías más pasos parecía sonar detrás de ti. Ir por esas calles, en la penumbra y sólo, podía convertirse en algo terrorífico. Antes de girar cada esquina me cercioraba de si había alguien al otro lado. Mi paseo no fue tranquilo ni acogedor. Mis pasos me ponían cada vez más nerviosa, así que opté por sacar mi reproductor de música del bolso y aislarme del sonido ambiental que producían las calles vacías. Me puse música algo animada para no estar asustada e incluso tarareé algunas letras en voz alta para no sentirme sola. Desconecté de nuevo de esa realidad y me sentí tranquila. Me imaginé arriba de algún escenario cantando para miles de personas y que todos quedaban maravillados con mi voz, pero eso sólo ocurría en ese mundo porque en la realidad mi voz no podría sonar al compás de ninguna música. Puede que fuera por el miedo que produce el sentirse escuchado por los demás y por uno mismo, esa vergüenza que te impide sacar todo de ti. Sentía una gran pasión por la música, pero nunca me habría inclinado por dedicarme a ello plenamente. En un escenario sería un fracaso, todas esas personas mirándome, atentas de si te equivocas o desafinas, esperando que cometas algún error, o aquellas que esperan quedar fascinadas con tu voz o con tu música. Mis pensamientos eran superficiales, sabía que aquello nunca pasaría, pero yo era feliz imaginándolo.

Giré una esquina y tuve que frenar de golpe. En ella se encontraba uno de los bares más frecuentados por los jóvenes universitarios y al ser noche de viernes seguro que estarían de fiesta. Sería muy normal encontrarse algún chico borracho en busca de diversión o problemas. Las peleas eran muy frecuentes en esas calles y los dueños no tenían más motivos que echarlos a la calle para evitar jaleos dentro del local. Esa calle era la que más cerca paraba del colegio mayor, hacer un rodeo me llevaría unos minutos más y estaba muy agotada por el dolor en mis huesos a causa de la humedad. Mis ropas seguían mojadas y dando un rodeo para tardar más, seguro que me haría coger un constipado tremendo. Decidí adentrarme en la calle, sigilosamente para no llamar la atención, con la cabeza agachada. En la puerta del local no había nadie, pero se escuchaba la juerga que había en su interior. Gritos y risas de muchachos con ganas de divertirse. Faltaban unos pasos para sobrepasar la puerta del bar y luego aceleraría mi ritmo para salir cuanto antes de la calle cuando de pronto se abrió la puerta. Tres jóvenes salieron dando gritos como que la fiesta continuaba fuera de allí. Seguí mis pasos sin desviar mi atención hacia sus rostros. Tenía ganas de llegar a casa. Mi corazón se puso a cien y mi respiración se hizo un poco difícil. Escuché como uno de los chicos gritaba mi nombre, pero fingí no haberle escuchado gracias a los cascos y la música que llevaba puesta. Aceleré mis pasos para salir cuanto antes de allí. No quería entretenerme, y menos tener problemas. Era la típica situación de mis libros donde unos chicos problemáticos persiguen a una chica e intentan violarla, y si mirabas en las noticias la orden del día eran chicas asesinadas por jóvenes que jamás encontraron sus cuerpos. Aunque en los libros siempre aparece algún héroe que salva a la chica de aquella situación. Quizás el destino me daba otra oportunidad para encontrarme con mi príncipe azul, que me rescataría y me llevaría lejos de allí para después envolverme con sus brazos y protegerme de todo lo malo que pueda pasar. Pero aquello sólo ocurría en los libros, como el mío que...

− ¡Mierda! – grité sobresaltada. Paré sobre mis pasos y rebusqué entre el bolso mi preciado libro. No lo encontré. Quizás me lo dejé en el banco del parque. No podía regresar a cogerlo porque tendría que enfrentarme a esos chicos y también alargaría mi tardanza en esa noche fría y oscura. Miré al frente y casi pude ver al final de la calle el colegio mayor que sería mi guarida, mi refugio de aquella noche. Pero necesitaba el libro. Recordé la dedicatoria de Alicia escrita en la primera página:

Para una amiga especial de alguien mucho mejor. Espero que en estas páginas esté escrito todo aquello que te haga sentir alegre y te lleve a un mundo de fantasías y amor. Pero recuerda que siempre estaré fuera del texto para quererte y ayudarte en todo lo que necesites.

Te quiere, tu amiga del alma, Alicia.

Necesitaba recuperar ese libro. Era un regalo y haberlo perdido iba a hacer sentir muy mal a mi amiga. Además le había cogido mucho cariño. Hice retroceder un pie para volver sobre mis pasos cuando escuché de nuevo los gritos de aquel chico que me llamaba, ahora más cerca. Me giré para ver quién era y sobresalté al encontrármelo a tan solo unos metros frente a mí.

 Me giré para ver quién era y sobresalté al encontrármelo a tan solo unos metros frente a mí

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A LA SOMBRA DE LA LUNA LLENA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora