Anaís. 20 años. Estudiante de universidad.
Ian. El hombre de su vida, pero oculta un secreto.
Una sucesión de crímenes acontecidos las noches de luna llena te llevarán a descubrir el límite entre la realidad y la ficción.
Acompaña a nuestra protagon...
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Matar a una persona es muy fácil para mí. No me supone ningún problema y no asumo ningún rencor. Tengo la conciencia tranquila. Ya he matado otras veces, y este asesinato era igual a los demás. ¿Van a sospechar de mí? No lo sé. Pasaron muchos meses hasta dar conmigo, días de sufrimiento y dolor. Muertes de personas que tenían familia. Hijos, mujeres o maridos que les esperaban llegar a casa... Personas con una vida, y arrebatársela era muy fácil para mí. Que esa chica también tiene casa, gente que le quiere, pues no sé, me da igual. Su muerte ayudaría a mi cuerpo a sobrevivir un tiempo más. Era la persona indicada, lejos de su familia o quizás sola. Quizás nadie la eche de menos. Pero debía ocurrir así. Mi cuerpo lo pedía.
Acababa de llegar a casa. La noche había sido larga. Fui directo al baño a lavarme las manos. Siempre las notaba sucias. Por mucho que me las frotaba las notaba manchadas con sangre. Sangre de mis víctimas. Personas a las que robaba su alma sin pensar. Algunas veces me hacía heridas por friccionar con tanta fuerza y me dejaba las manos muy mal paradas. Pero a pesar de lavármelas tantas veces las seguía notando sucias.
Cerré el grifo del agua y las sequé con la toalla más cercana. Miré al espejo y contemplé mi rostro. No mostraba nada de rencor hacia mis actos, y lucía mi sonrisa picarona de siempre. Me guiñé un ojo a mí mismo y me encaminé hacia la habitación. Estaba cansado. Sabía que volver a aquel parque era una buena idea. Sabía que ella volvería allí tarde o temprano. Mi intención era llevarla lejos donde nadie la encontrara en mucho tiempo. Mientras buscaban su cuerpo ganaría tiempo y podría preparar a mi siguiente víctima, pues sabía que mi cuerpo me fallaba constantemente y pronto iba a necesitar más.
Despojé mis ropas y acaricié mi pecho. Mi piel estaba rugosa. Una cicatriz grande cruzaba desde el hombro hasta el centro del pecho. La herida me causaba mucho dolor, y eso que no era reciente. Apreté fuertemente los dientes de rabia. Lo que me causó esa cicatriz seguía quitándome el sueño. Recorrí con el dedo la marca dibujando su contorno.
Nada cuanto haga consigue quitarme este dolor, y en unos días se hará insoportable. He aguantado todos estos años pero creo que al final he encontrado la forma de acabar con mi sufrimiento. Pronto terminará todo y yo podré seguir viviendo en paz. Puede que no se acaben las muertes, no lo sé, pero mi alma descansará tranquila.
Me acerqué a la ventana y contemplé el cielo de la noche, tan oscuro como mi interior. Observé la luna en lo más alto. Faltaban unos días para completarse. Esa luna era como yo, imperfecta, y tenía que esperar varios días para conseguir su perfección, y mientras tanto se oculta cada día, durante un mes, esperando de nuevo que llegue el gran día. Yo también necesito llenar mi cuerpo cada cierto tiempo. De esa manera me sentiré completo.
Mientras contemplaba la luna, una extraña sensación comenzaba a invadir mi cuerpo desde los pies, recorriendo cada centímetro hasta llegar a mi herida, donde provocó un gran dolor. La cicatriz quemaba, ardía. Apreté con más fuerza los dientes. Parecía como si algo quisiera salir de ella, salir de mi interior. Agarré con las dos manos las cortinas de la ventana y estiré con fuerza hasta arrancarlas. No podía quitar la mirada de la luna, y el dolor era cada vez más intenso. Apreté con fuerza la herida, para ver si el dolor producido por mí compensaba el que me estaba surgiendo y así pudiera tranquilizarme. De pronto la luna desapareció entre las nubes, llevándose consigo mi dolor, como si fuera causado por ella. Apoyé mi mano sobre la ventana e incliné la cabeza agotado. Lleno de ira fui cerrando la palma de mi mano y las uñas sonaron con un fuerte chirrido al desgarrar el cristal.
Tenía que acabar con ese dolor. Cada vez era más insoportable y me consumía. Mi cuerpo me pedía más. No podía saciarlo. Necesitaba más. Sangre fresca. Sangre humana. Víctimas con quien pagar mi dolor y sufrimiento.
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