CAPÍTULO 9

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Saqué un poco mi cabeza por el borde de las sábanas y miré el reloj que había en la mesita de noche entre las dos camas

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Saqué un poco mi cabeza por el borde de las sábanas y miré el reloj que había en la mesita de noche entre las dos camas. Sus números indicaban que eran las doce y cinco del medio día. Llevaba allí escondida unas cuantas horas y no me animaba a salir de allí. Mi resfriado se calmó un poco, cesando el fuerte dolor de cabeza, aunque seguía con la nariz congestionada. Me quedé embobada mirando los números rojos del reloj y cuando volví en mí otra vez ya marcaban las doce y media. Me levanté de la cama buscando algo con que sonarme la nariz y fui al escritorio donde estaba mi bolso. Extraje de él un paquete de pañuelos y me limpié sonando con fuerza. Sonó una fuerte bocina y miré a los lados avergonzada, pero no había nadie. Tiré el pañuelo en la papelera y me fui hacia el aseo. Allí observé mi rostro frente al espejo. Estaba horrible. Nadie podría decir que tenía la cara más bonita del mundo. Tenía los ojos colorados y la nariz hinchada. Unas ojeras cubrían la mayor parte de mis mejillas y mis cabellos estaban enredados.

Miré a la ducha y decidí que debía hacerme un arreglo. Un baño calentito haría olvidarme de mis problemas y mejoraría mi aspecto. Además iba a pasarme el día allí, así que pensé que sería una buena idea para pasar el rato. Volví al cuarto y extraje ropa cómoda del armario. Aun llevaba puesto ese vestido negro y necesitaba un buen lavado. Entré de nuevo en el aseo y abrí al máximo el grifo del agua caliente. Mientras se llenaba la ducha comencé a desabrochar los botones de mi vestido. Cuando quité el último, el traje se deslizó por mi cuerpo hasta llegar al suelo. Me deshice de la ropa interior y me propuse a entrar. Incliné el pie derecho hacia la parte de dentro, guardando el equilibrio para no caerme. El agua llegaba por la mitad cuando introduje los dedos con sumo cuidado para comprobar la temperatura, pero resbalé y metí el pie hasta el fondo. El agua ardiendo quemaba mi piel y rápidamente lo extraje y perdí el equilibrio cayéndome hacia atrás. Intenté agarrarme a algo para no caerme al suelo, pero mi mano resbaló de la piedra del lavabo haciendo lo inevitable. Caí dándome un fuerte golpe en el umbral de la puerta. Mi espalda se llevó la peor parte. Me quedé allí tumbada hasta que se pasara el dolor. De pronto escuché unos pasos al otro lado de la puerta de la habitación. Giré sobre mi cuerpo y mientras seguía tumbada observé una sombra que pasaba por debajo. Alguien había allí, y se disponía a entrar. Rápidamente me puse sobre mis pies y envolví mi cuerpo con una toalla. Fui lentamente hacia la puerta, cogiendo de camino el zapato negro que me quedaba, alzándolo al aire como arma de defensa. La tarde anterior descubrí que era muy eficaz, y si la persona que había al otro lado era la misma, volvería a notar el sabor de su tacón en la cara. El pomo intentó girar, pero la puerta estaba cerrada con llave. Miré de nuevo la sombra por debajo del umbral y la sombra permanecía allí parada. De repente noté como algo se introducía en el cerrojo. Alguien intentaba entrar y si lo hacía me tenía atrapada. No tenía donde huir, así que lo mejor era enfrentarse a él cuando entrara, pillarle desprevenido. Mi corazón sonaba descompasado. Todos mis músculos temblaban mientras sujetaba con fuerza el zapato sobre mi cabeza. Algo giró y abrió la cerradura. Yo estaba situada en la pared, para quedar oculta cuando la puerta se abriera. Vi girar lentamente el pomo y comenzó a abrirse. La sombra que había detrás se hacía más grande en el suelo de mi cuarto. Poco a poco comenzó a entrar y yo apreté con más fuerza mi calzado. Cuando el extraño entró en la habitación, cerré rápidamente la puerta que sonó fuertemente tras su espalda y sin pensarlo dos veces le aticé en la cabeza.

− ¡Ay! – gritó una voz femenina. Fijé mi vista en esa persona y pude ver la imagen de mi amiga que se llevó las manos a la cabeza, soltando los libros que llevaba que acabaron tirados por el suelo. Se giró rápidamente hacia mí y pude ver que tenía cara de pocos amigos –. Pero, ¿qué haces, Any?

No tuve respuesta inmediata. Ella observaba el zapato que sostenía en mi mano. Por suerte no le di con el tacón, evitando que aquello acabara en tragedia, pero el golpe iba a tener consecuencias. Solté mi arma que cayó debajo de la cama y me derrumbé en el suelo, llorando desconsolada. Estaba muy asustada y nerviosa.

− ¡Pero, chiqui! – dijo extrañada abrazándome con sus brazos −. ¿Qué te pasa?

Mis sollozos no dejaron explicarme con claridad. Balbuceaba cosas incoherentes y sin sentido que ella no conseguía entender. Me apretó con fuerza para consolarme e intentar que me calmara. De pronto noté algo caliente que rozaba mis piernas desnudas.

− Pero, ¿qué es esto? – gritó mi amiga levantándose rápidamente. El suelo estaba cubierto de agua y se percató de donde venía −. ¿Qué has hecho? – Su voz sonaba algo mosqueada. Fue corriendo hacia el aseo para ver lo que sucedía. Fue inevitable resbalar con tanta agua y desgraciadamente introdujo sus brazos para no caer dentro de la bañera. El agua estaba tan caliente que tuvo que retroceder bruscamente y volvió a resbalar, golpeándose con el borde del bidé en la cabeza. Tuve que ser yo la que se levantara rápidamente a cerrar el grifo para evitar que saliera más agua. Observé a mi amiga tirada en el suelo emitiendo gemidos de dolor. No podía tocarse la cabeza porque se había quemado las manos. No podía ni imaginar lo que me diría cuando se recuperara. Le ayudé a levantarse con mucho cuidado y nos quedamos mirando nuestros rostros en el espejo.

− Te parecerá bonito – dijo en un tono sarcástico. Tenía los brazos colorados y los cabellos mojados y alborotados por la cara. En pocos segundos había conseguido, peor pinta que la mía. De repente, mientras observaba su rostro malhumorado, comencé a reírme desde lo más profundo de mi cuerpo. Estallé en un concierto de carcajadas. La situación había llegado a un extremo que no tenía más remedio que echarme a reír, y no podía parar. Siento que fuera a causa de mi amiga, pero aquello me estaba haciendo sentir mejor. Su mirada se alejó del espejo y se centró en mí, a pocos centímetros de mi cara –. ¡Estás loca!

Se separó de mí y se encaminó al cuarto con mucho cuidado de no volver a resbalar, y después de varios intentos volvió a caer al suelo. La risa de mi voz podía escucharse fuera del edificio. Ella, en el suelo, volvió su cabeza hacia mí, se mantuvo seria durante unos minutos pero no pudo contenerse. Una sonrisa comenzaba a dibujarse en la comisura de sus labios hasta enseñarme sus dientes blancos. Al final acabó a carcajadas como yo, y las dos estuvimos riéndonos durante un buen rato.

 Al final acabó a carcajadas como yo, y las dos estuvimos riéndonos durante un buen rato

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A LA SOMBRA DE LA LUNA LLENA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora