CAPÍTULO 37

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El nerviosismo que llevaba dentro de mi cuerpo hacía que mis pasos fueran más ligeros. Estaba a punto de llegar a mi facultad cuando me tropecé con el profesor, Marcus. Parecía nervioso. Salía de la facultad y llevaba la cabeza agachada mientras caminaba. Era la primera vez que lo veía así. Él siempre iba con la mirada bien alta. Era como si se estuviera escondiendo o se arrepintiera de algo. Quizás las notas no habían sido correctas. Si es que no se puede suspender a tanta gente en una asignatura.

− Hola profesor – le dije cuando nos cruzamos.

− Eh... hola. – Tardó en responder y cuando alzó la mirada, sus ojos parecían muy nerviosos e inquietos. Miraba de un lado a otro y no fijaba la mirada en mí −. ¿Has visto tu calificación?

Se frotaba las manos ansiosamente mientras me hablaba.

− A eso iba. ¿Han sido buenas, en general? – le pregunté, no siendo esa la pregunta que me gustaría haber hecho en ese momento, pues no quería meterle en un compromiso. Si me había suspendido, estaba en su derecho.

− Dentro de lo que cabe... − miraba a izquierda y derecha, como si buscara a alguien –. Pero no las tengas muy en cuenta, no son definitivas.

− Vaya. – Intenté simular que me afectaba, pero en realidad me alegraba, pues si me había suspendido, quizás rectificara y me diera un aprobado. De esa manera conseguiría la beca –. Bueno. Me voy a verlas.

Sus ojos no paraban ni un instante en los míos. Estaba sudando, nervioso, inquieto. Parecía estar preocupado.

− La corrección de los exámenes, ¿la hará usted o mi profesor? – Era evidente que mi pregunta era estúpida, porque ¿cómo iba yo a reclamar en un examen en el que había copiado? Quizás estaba intrigada por saber lo que le pasaba, o tal vez quería pasar un poco más de tiempo con él.

Mi pregunta atrajo toda su atención. Su cara se quedó muda. No mostraba ningún sentimiento. Sus ojos se quedaron en blanco, fijos en mí. Luego, cerró lentamente los párpados y agachó el rostro. Es como si mi pregunta le hubiera quitado un peso de encima, pues ya no estaba nervioso y se le veía más natural.

− No creo que haya revisión de exámenes – me contestó alzando la mirada hacia mí, con esos ojos tan serenos y tranquilos que yo conocía –. Y será mejor que no estés mucho tiempo por aquí – miró a un lado y a otro – la cosa va a estar chunga estos días en la universidad.

No entendí lo que dijo con esas palabras. Y por lo visto, acabó de esa forma la conversación. Comenzó a andar y me rebasó, quedándonos los dos de espaldas. No se despidió ni nada, pero después de andar unos metros, se paró y sin volverse dijo:

− ¡Ah! Y feliz cumpleaños.

Me quedé sorprendida. Sus palabras iluminaron mi pecho con una luz radiante que quemaba de alegría. Me había felicitado. ¿Cómo es que lo sabía? Bueno, un profesor tiene los datos de todos los alumnos, pero, yo no era alumna suya. ¿Había estado mirando en mi historial? Aunque, puede ser porque ha sido él quien me ha examinado y tenía mis datos. Bueno, eso da igual. Lo importante es que me había felicitado.

− Gracias...

Y de nuevo, al girarme, ya no estaba. Se había esfumado. Me quedé como una tonta. ¿Cuánto tiempo había tardado en reaccionar? Porque no se le veía por ningún lado en el campus.

Retomé mi camino y fui a la facultad. Subí las escaleras hasta el despacho de mi profesor donde deberían estar las notas. En el pasillo había mucha gente. Más de la que debería haber allí. Hablaban en voz alta, rumoreaban cosas, estaban sorprendidos de algo. Algunas caras no las conocía. Ni siquiera las había visto en mi clase.

A LA SOMBRA DE LA LUNA LLENA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora