CAPÍTULO 14

33 5 3
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


Y así fue. Esa tarde, nos fuimos al centro comercial de la ciudad, donde, después de comer, recorrimos muchas tiendas, probándonos ropa que ni siquiera teníamos pensamiento de comprar, multitud de vestidos, de todos los colores, algunos provocativos, otros graciosos. Nos echamos miles de fragancias en la tienda de perfumes. Acabé comprándole un vestido parecido al que le había estropeado. Y ella me regaló un fabuloso vestido blanco, con un hombro al descubierto y un lacito en la cintura.

Todo pasaba muy rápido con ella. Vimos una peli en la que las dos acabamos llorando viendo a ese chico perfecto que sale en todas las pelis. Al salir llegamos juntas a la conclusión de que esos chicos no existen, y a mi mente vino de nuevo esa imagen. No quería recordarlo. Ya no era perfecto para mí. Aunque sus ojos seguían produciendo ese ardor en mi pecho, ese cosquilleo como si cien mariposas revolotearan dentro de mí.

− ¡Any! ¡Despierta! – escuché decir a mi amiga.

− ¿Qué pasa?

− Estabas como ausente. Te preguntaba si te apetecía hacer algo.

− Pues, no se – respondí a su pregunta –. La tarde ha sido bastante completa.

− ¿Pero qué dices? Aun nos queda la noche. –Ella insistía en que la fiesta no había acabado.

Me agarró de la mano y me arrastró por los pasillos del centro comercial.

− ¿A dónde me llevas? – pregunté acelerando el ritmo de mis pasos para llegar a su altura.

− Tú calla y sígueme.

De pronto choqué con alguien y rápidamente solté la mano de mi amiga. Creí reconocer aquella persona. Me giré lentamente, y allí estaba, parado de espaldas a mí. El pelo liso y castaño era igual al suyo, y su altura, y la medida de su torso... Era él, estaba segura. Por fin lo había encontrado. Sabía que tarde o temprano nos volveríamos a cruzar. Me acerqué a tocarle el hombro para saludarle y se giró lentamente. Mientras se giraba, parecían unos segundos eternos. Estaba deseando volver a verle los ojos. Pero cuando se giró sobre mí, mi corazón pareció explotar dentro de mí.

− Lo siento – le dije −, me he confundido.

El chico siguió su camino.

No podía creerlo. Estaba obsesionada. No podía hacer de él mi mundo. Debía asumirlo. Siempre me decía lo mismo y siempre acababa igual. Creí que si salía de la habitación podría encontrarlo.

Me giré hacia mi amiga y le agarré de la mano, retomando el camino a donde me quisiera llevar. Escuchaba su voz mientras me hablaba, pero mi cabeza seguía en otro lado. Desearía revivir una vez más aquella tarde. Estar cerca de él unos segundos más y parar el tiempo para que fuera eterno, para no perderlo jamás.

Cuando llegamos a su destino, alcé la vista al cartel de la tienda donde podía leer "librería".

− ¿Qué hacemos aquí? – le pregunté extrañada.

− He pensado que como perdiste mi libro voy a comprarte uno nuevo.

− Anda, tonta. – Intenté impedírselo. De nuevo volví a sentirme mal. Si no hubiera perdido la cabeza aquella tarde no se me habría olvidado su libro en aquel banco.

− Que sí, que quiero regalártelo, otra vez. – De un estirón me introdujo en la tienda. Buscamos entre todos los libros pero no había forma de dar con él. Al final optamos por preguntarle a la dependienta que nos dijo que ese libro estaba agotado.

− ¿Y sabe dónde podríamos encontrarlo? – preguntó mi amiga con un tono de desesperación. No entendía por qué se empeñaba tanto en volver a regalarme ese libro. Allí había cientos. ¿Por qué precisamente el mismo?

− Lo siento, pero era una edición especial – respondió la dependienta. – Era hasta fin de existencias. No creo que vuelvan a hacer otra edición en mucho tiempo.

Las dos salimos de allí decepcionadas.

− Alicia, – al salir de la tienda, nos sentamos en un banco y le pregunté − ¿por qué quieres que sea el mismo libro? Me conformo con el que sea.

Se quedó un rato mirando la gente pasar por delante nuestro.

− Es que ese libro me gustaba mucho – respondió. – El prota es genial. Si encontrara un chico así, estoy segura que me haría sentar la cabeza. Y pensaba que a ti también te enamoraría.

Mi pecho se quebró en mil pedazos. Recordé frases del libro donde el chico hacia cosas inimaginables para atraer a la chica por la que estaba loco. Sí, me gustaba mucho ese libro. Le pedí perdón una vez más.

Pero la noche no acabó ahí. Jugamos unas partidas en la bolera, donde no era ninguna experta, cenamos en una bocatería, nos tomamos un algodón de azúcar sentadas en un banco...

Hasta que llegó la hora de cerrar. Vimos como los comercios comenzaban a bajar sus persianas. Nos encaminamos al parking a recoger el coche y volver a casa. No fue muy difícil encontrarlo porque ya no quedaban muchas personas. Sacó sus llaves del bolso y...

− ¡Mierda! – dijo ella cabreada –. Me he dejado las bolsas de la compra en el banco. – Enseguida vuelvo.

Abrió las puertas del copiloto para que entrara y se marchó corriendo a recuperar las bolsas. Cerré los pestillos para sentirme segura. Estaba en un parking subterráneo y aunque no se viera a nadie, daba un poco de miedo. Alicia no tardaría mucho. El centro comercial no era muy grande. Cerré los ojos y esperé.

De repente, alguien golpeó la ventanilla. Me llevé un susto enorme. Casi estaba dormida. Miré fuera del vehículo pero no había nadie.

Otra pesadilla más no, por favor.

Miré por todas las ventanillas para ver si había alguien. Volví a sentir otro golpe, ahora en el lateral del piloto.

− ¿Alicia? – pregunté en voz alta para ver si era mi amiga –. Si es una broma no tiene gracia.

De repente, una silueta apareció en mi ventanilla dando un fuerte golpe. El susto fue tan grande que mi corazón casi se sale del sitio. No reconocía a esa persona. Tenía media cara tapada con una gasa. Era rubio, con el pelo engominado. Sus brazos eran grandes y fuertes.

− ¿Qué quiere? – le pregunté con educación pero sin abrir la ventanilla ni la puerta del coche.

El chico, como respuesta, se quitó la gasa y dejó al descubierto una herida en la cara, muy reciente. Mi ritmo cardíaco se puso al máximo, y la respiración me fallaba.

− Hola zorrilla – dijo el chico mientras comenzaba a balancear el coche –. Por fin sales de tu escondrijo. 

 

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
A LA SOMBRA DE LA LUNA LLENA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora