Anaís. 20 años. Estudiante de universidad.
Ian. El hombre de su vida, pero oculta un secreto.
Una sucesión de crímenes acontecidos las noches de luna llena te llevarán a descubrir el límite entre la realidad y la ficción.
Acompaña a nuestra protagon...
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La noche había caído en aquel parque. Yo seguía sentada en ese banco cuando la luz de las farolas comenzó a brillar. La gente parecía haberse esfumado. Ahora solo se veían parejas intimando en las oscuridades del parque. No se escuchaban las risas de los niños y el murmullo de las personas que se divertían en los verdes prados, dando paso a un absoluto silencio creando un aire de soledad. Si no fuera por el canto de los grillos sería un poco aterrador, pero la música que creaban era acogedora y daba una sensación romántica a las parejas que circulaban por allí. Pero yo estaba sola. No sé qué hacia aún allí. Las horas se me habían pasado rápidamente y no había hecho nada interesante, ni siquiera leer, pues el marca páginas de mi libro seguía en esa hoja donde había parado aquella tarde. Recordé el motivo por el cual había dejado de leer. Una sensación extraña recorrió mi vientre hasta llegar al pecho, un cosquilleo agradable que inundó mi corazón y me llenó de alegría pero frustradamente se convirtió en un malestar al recordar la mirada de aquel chico que me observaba con su amplia sonrisa. Quizás no volvería a ver esos lindos ojos y eso era lo que me hacía sentir tan mal. Perdí mi única ocasión de conocerle mientras observaba como se marchaba. Intenté memorizar esos rasgos perfectos de su rostro que lo hacían más bello gracias al brillo que emitían las gotas de agua que resbalaban desde su frente hasta su barbilla, desprendiéndose de ese cuerpo que extrañamente me atraía. Deseé ser una de esas gotas para saber qué se sentía al acariciar esa piel suave y pálida.
El extraño ambiente que me había creado al pensar en aquel chico se vio interrumpido por el horrible tono de llamada de mi teléfono y volviendo a la realidad en la que me encontraba, busqué por el enorme bolso que tenía a mi lado, rebuscando por el interior entre una gran cantidad de cosas innecesarias hasta dar con él.
− Dime Alicia, – Contesté después de estar sonando esa melodía tan horrible que mi compañera de cuarto había puesto en mi móvil para reconocerla en cuanto llamara –. ¿Qué te pica ahora?
− ¿Dónde estás? – contestó con un tono desesperado –. Me tenías preocupada. Ninguno de los compañeros de clase te ha visto hoy por la biblioteca. ¿Ocurre algo?
− No, no pasa nada. – dije para intentar tranquilizar a mi amiga que parecía tener un ataque de nervios. – Estoy en el parque descansando un poco de los estudios, leyendo ese libro que me regalaste hace una semana.
− ¿Te gusta? – preguntó interesada. El libro fue un regalo suyo ya que faltaba poco para mi vigésimo cumpleaños. Decía que ese libro me ayudaría a desconectar de mis estudios y me distraería un poco. Es lo que necesitaba en ese momento y ella lo sabía. Los exámenes de la universidad pueden volver loco a cualquiera y leer me relajaría un poco, aunque no debía desconectar del todo, no podía descuidarme. Alicia era de las muchas personas que no ponen mucho empeño en estudiar pero consigue sacar buenas notas. Yo, en cambio, necesitaba echarle muchas horas al día y mi esfuerzo solo me llevaría a sacar un siete como máximo. Un poco deprimente porque no tenía vida social y en esas fechas pocas veces veía el sol de la calle.
− Está muy interesante, la verdad −. Respondí desviando mi mente hacia el contenido del libro, esa parte que me estaba haciendo desvariar esa tarde, donde aparece el chico ideal, aquel que todas queremos y nunca encontramos, aquel que yo creí tropezarme por casualidad y dejé escapar como una tonta.
La conversación se centró en ella y solo la escuché contar cosas de las que había hecho esa tarde, como irse de compras con unas compañeras de clase, conocer algún chico inadecuado que intentaba hacerse el chulico en su coche lujoso... Nada fuera de lo normal para ella. Me lancé a interrumpir su monólogo para contarle lo que a mí me había sucedido y...
− Lo siento, chiqui − cortó mis palabras rápidamente dejándome con la boca abierta sin que mi voz pudiera salir, – tengo que colgar, me esperan para cenar.
Se disculpó un par de veces y me pidió que llevara cuidado al volver porque las calles estaban oscuras. También añadió que no la esperara despierta, dando un matiz picarón a sus palabras. No hacía falta decir más, seguro que había quedado con aquel chico del coche de esa misma tarde. Fui a despedirme y de nuevo volvió a dejarme con las palabras en la boca. Colgó el teléfono antes de decirle que también tuviera cuidado. Esta chica nunca cambiará, siempre picando de flor en flor esperando que llegue su príncipe azul.
Alicia y yo nos conocemos desde pequeñas. Fuimos juntas al cole, al Instituto y ahora en la universidad, y aunque estudiábamos carreras distintas nos alojábamos en la misma habitación del colegio mayor situado a las afueras del campus, la única condición de nuestros padres para dejarnos ir a vivir allí durante el curso: quedarnos las dos juntas y nada de chicos en el cuarto, cosa que Alicia siempre cumplía porque cuando quedaba con alguno nunca dormía esa noche conmigo. Era muy cariñosa y protectora, pero a veces algo alocada. Es el síndrome universitario que le hace vivir todo al máximo y divertirse tanto como pueda. Una de las personas que no entiendes como se puede sacar el curso limpio y pegarse la fiesta todos los fines de semana.
Me quedé observando el móvil que sostenía en mi mano y un escalofrío invadió mi cuerpo. Estaba empezando a tener frío. Mis ropas mojadas no habían llegado a secarse y me estaba enfriando. La temperatura en esta zona desciende bruscamente al caer la noche. Alcé la mirada al cielo y contemplé la luna en lo alto, a pocos días para formarse completa y redonda, en sus días de mayor belleza y luminosidad. Era hora de irme, no quería que se hiciese más tarde porque empezaba a tener mucho frío y mis huesos empezaban a dolerme debido a la humedad. Necesitaba un baño calentito y tumbarme junto a mi almohada para que me ayudara a olvidar aquel chico con el que me había tropezado hoy. El recuerdo de sus ojos vinieron rápidamente a mi mente, naciendo de nuevo un cosquilleo entre mi pecho y el corazón. Di unos cuantos golpecitos a mi cabeza para que saliera de allí y centrarme en el camino de nuevo a casa. Ese recuerdo debía quedarse allí para siempre, en ese parque rebosante de felicidad, donde puedes desconectar de ti misma siempre que haga falta. El pensar en no volver a ver a ese chico creaba un agujero en mi pecho y ese vacío no era lo que necesitaba en esos momentos, cerca de los exámenes del primer cuatrimestre, cuando más necesitaba concentrarme. Miré al estanque donde ocurrió todo y decidí dejar allí ese recuerdo, que se hundiera como podía haber ocurrido y pasar página. Giré la cabeza hacia el camino que debía tomar para volver a casa y me encaminé para abandonar el parque, dejando atrás ese banco donde había pasado la tarde más corta de mi vida y la más emocionante, dirigiéndome de nuevo a los rutinarios días que me envolvían, pensando cuando sería el día en que podría regresar.
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