CAPÍTULO 19

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La noche siguió con un ritmo frenético. Habíamos conectado con todos los sentidos. Paseamos por el parque bajo la tenue luz de las farolas. Agarraba mi mano con delicadeza y dulzura. Muchas veces perdía el hilo de la conversación perdiéndome en la oscuridad de sus pupilas. Sentía que me tenía allí dentro, encerrada. Podía verme reflejada en esos lindos ojos, y de una cosa estaba segura: No quería salir.

Fue muy duro tener que volver a mi cuarto, pero se hacía tarde y mañana tenía que estudiar. Tenía que preparar los exámenes.

Cuando llegamos a la puerta principal, me abrazó con fuerza. Sentía que no quería dejarme marchar. Me habría gustado quedarme con él. No quería dejarlo escapar otra vez.

Pero se despidió con un fuerte beso apasionado.

Entré en la residencia, observándole como se despedía con la mano inclinada en el aire. Cerré la puerta y me volví hacia las escaleras.

¿Qué haces tonta? No te vayas, no subas a tu cuarto. Quizás no le vuelvas a ver.

Demasiado tarde. Ya no estaba allí. Se había esfumado como si de una ilusión se tratara.

Fui a mi cuarto. No podía borrar esa sonrisa que se me había dibujado en la cara, como si mi alma estuviera contenta. Ya estaba pensando en cuándo sería el día en que le volvería a ver hasta que algo golpeó en el cristal de la ventana. Me acerqué corriendo. Seguro que era él. Abrí y me llevé un susto enorme. Estaba agarrado a mi ventana. Había trepado hasta allí por la fachada de ladrillo. Debería haberle costado mucho, pero parecía como si tuviera mucha experiencia, de ahí su cuerpo atlético y fortachón.

− Perdona que te interrumpa otra vez en la misma noche – comentó mientras se inclinaba hacia mí –. Ya te echaba de menos.

Soltó una de sus manos y me acarició la mejilla. Estaba muy asustada. Podría caerse y hacerse mucho daño.

− Necesito saber si éste ángel tiene nombre.

Me llevé las manos a la cabeza. Él me dijo su nombre, pero yo no le dije el mío. Qué vergüenza.

− Anaís – le dije acercando mi rostro hacia el suyo.

− Un nombre adecuado para una linda princesita – dijo luciendo una radiante sonrisa.

Aproximó sus labios a los míos y me regaló un flamante beso, tan delicado y sutil que parecía que quemaba de pasión.

Se separó lentamente de mí y me quedé como una tonta con los labios en el aire, buscando más de ese placer que me daba. Abrí los ojos y me envió un guiño de sus preciosos ojos. De pronto soltó sus brazos y saltó hacia atrás. Me llevé las manos a la cara asustada, pero como si de un acróbata se tratara, descendió hasta el suelo sin problemas. No estaba tan alto, y el césped amortiguaba la caída.

Allí lo tenía, bajo mi ventana. Deseaba que volviera a subir, o podría saltar yo y que me recogiera con sus fuertes brazos. Bajo mi ventana estaba la persona que me había hecho sentir dos veces princesa en una noche: Cenicienta y ahora mismo, Julieta. Y mi Romeo estaba bajo mi ventana a punto de irse. No sabía el tiempo que tardaría en volver a verlo pero aun sin haberse marchado deseaba que ese momento fuera ya.

Se despidió con la mano mandándome un beso y desapareció en la oscuridad de la noche.

Adiós, mi príncipe azul.

Adiós, mi príncipe azul

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A LA SOMBRA DE LA LUNA LLENA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora