CAPÍTULO 31

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Cuando salí del despacho me sentía nueva. Era alentador saber que las intenciones del profesor eran honestas conmigo. No sé cómo pude dudar de él. Era tan bueno conmigo... Y la gente... me da igual lo que pensara la gente. Era evidente que él hacía por mí más que cualquier otra persona.

Por las escaleras sufría ciertos espasmos de alegría en mi interior. Había sido gratificante hablar con el profesor. Era tan comprensible y atento...

Un golpe seco paró durante unos segundos los latidos de mi corazón. Al salir por la puerta del edificio me encontré a Ian esperándome. Estaba de pie, a unos metros de la entrada, con los brazos caídos a los lados de su cintura. Su rostro seguía siendo alegre, pero no sé lo que se cocía dentro de su pecho. Otra vez me había visto acudir al profesor. ¿Cómo sabía que estaba allí? ¿Me había seguido? Me sentía acosada. Un sentimiento amargo inundó mi estómago.

Me acerqué a él lentamente. Era difícil intentar ocultar el desconcierto que mostraba mi cara.

− ¿Qué haces aquí? - le pregunté. Luego le di un beso en la mejilla.

− Alicia me ha dicho que te encontraría aquí.

¿Sería cierto lo que decía? Aunque lo cierto es que mi amiga me conocía bastante bien. No se creyó la escusa que le di estando con sus amigas, porque nunca le hablo sobre ligues o chicos en particular.

− Me ha dicho que te diga que quiere todos los detalles esta noche. - Una sonrisa burlona se hizo paso en sus labios.

Esta Alicia... ¿cómo podía ser así? ¿Sabría él a lo que se refería? Los labios se le cerraron rápidamente como señal de que sí lo entendía.

− Pues... − intenté explicarme para que no se sintiera mal. En realidad no había pasado nada por lo que alarmarse.

− Yo no te he pedido explicaciones - me interrumpió -. Lo que haya pasado en ese cuarto se queda allí.

Su rostro no parecía triste ni enfadado. Seguía con esa expresión alegre de siempre.

− Yo sólo he venido a verte. Quería saber cómo te había ido el examen.

− Pues muy bien. - No sabía cómo se lo iba a explicar sin tener que mencionar al profesor.

− Lo suponía. Después de verte dormir entre las páginas de tu libro, anoche, supe que te iba a salir bien.

Su frase lo confirmaba. Fue él el que estuvo en mi cuarto y el que me acostó sobre mi cama.

− ¿Estuviste en mi habitación anoche? ¿Y por qué no me despertaste?

No podía ocultar la alegría que me producían sus palabras.

− Estabas muy cansada y necesitabas reponer fuerzas - sus palabras era dóciles y concisas -. Además, parecías un angelito mientras dormías.

− ¿Me observaste mientras dormía? - Me ruboricé un poco y mis mejillas se sonrojaron.

− Qué le iba a hacer. Parecías tan frágil y dulce... Fue un placer escucharte hablar en sueños.

− ¿Qué hablé en sueños? - le grité sorprendida. Le golpeé en el hombro avergonzada −. ¿Quién eres tú para irrumpir en mi intimidad?

− Lo siento - se disculpó con una sonrisa -, pero fuiste tú la que me lo pidió. Querías que te protegiera.

Me quedé con la boca abierta observando su cara. Después me di la vuelta y comencé a reír.

− Estabas tan graciosa... − siguió diciendo mientras me abrazaba por la espalda -. Siento haber aparecido por tu cuarto sin avisar, pero es que tenía muchas ganas de verte.

A LA SOMBRA DE LA LUNA LLENA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora