Cuando salí de la clase pude respirar aliviada. Ya había pasado lo peor. Ahora debía centrarme en los otros que me quedaban. Y esta vez no iba a descuidarme, porque no quería aprobar así.
Fuera estaban algunos de mis compañeros. Muchos de ellos se quejaban de la actitud del profesor. Decían que con el otro era más fácil copiarse y que éste les había jodido. Dentro de mí brotaba un sentimiento de culpa. Ellos no tuvieron la misma suerte que yo. Pero, ¿por qué me ayudó el profesor? Necesitaba hablar con él, ver sus intenciones. Aunque, por otro lado, me daba miedo enfrentarme a él, y sobretodo después de ver el comportamiento que había mostrado en clase con los demás alumnos. ¿Y si tenía arrebatos? Puede que fuera a hablar con él y se enfadara conmigo o me suspendiera. Mejor dejarlo a un lado.
Sentado en un banco, dentro del aulario, pude ver a Javier. Me acerqué para ver qué tal le había salido el examen, y parecía como si mi presencia no le hiciera mucha simpatía. No me miraba a los ojos.
− Bueno – me respondió sin apartar los ojos del suelo −, dentro de lo que cabe... se puede decir que me ha salido bien.
− Pero, ¿tú no has copiado, verdad?
Tardó un poco en contestarme. Al final alzó la vista para mirarme y dijo:
− Tú sabes que nunca estudio. –Volvió a agachar la cabeza. Parecía disgustado.
− Pero, a ti no te ha echado como a los demás.
Entonces pensé que quizás le había dejado copiar como a mí. Puede que no fuera la única a la que había ayudado en ese examen. Pero su cara no mostraba alegría. Era extraño ver cómo una persona que aprobaba siempre de la forma más fácil no se alegraba de haber engañado al profesor más listo de la universidad.
− En cuanto sacó al segundo chico, el de la camiseta con las respuestas escritas – mientras me hablaba seguía mirando al suelo apenado −, me asusté y me tragué mis propias chuletas.
− ¿Cómo? – Una pequeña sonrisa intentaba dibujarse en mi rostro, pero sabía que no era ocasión para reírse, no cuando al otro chico no le ha hecho gracia −. ¿Y por qué no te fuiste sin más?
− Necesitaba aprobar ese examen.
Me senté a su lado y pasé una mano por su espalda, acariciándole, para animarle un poco. Nunca lo había visto así después de un examen. Siempre fardaba de lo bien que le había salido y sin estudiar.
− Pero, ¿sólo llevabas esas? Tú siempre vas bien preparado.
Giró su rostro y me miró fijamente a los ojos. Luego se quitó un deportivo y me enseñó la suela. Estaba desgastada y sucia.
− Intenté por todos los medios que no me pillara – dijo colocándose de nuevo la zapatilla –. Veía a todo el mundo que intentaba copiar, es inhumano. ¿Cómo puede tener esa vista? Tal vez tenía un sexto sentido para esas cosas.
No sabía lo que me quería decir enseñándome el deportivo degastado.
− Intenté hacer el examen sin copiar. Y mientras, frotaba con fuerza las suelas contra el suelo para que se me borraran las notas que llevaban apuntadas.
Lo imaginé arrastrando los pies en el suelo mientras hacía el examen. Una persona que no se preocupaba por nada, asustado de un simple profesor. Hay que ver hasta qué punto consiguió meterles el miedo en el cuerpo.
− Pero, si a ti nunca te han pillado copiando – le dije −. ¿Por qué lo hiciste?
− Si mis padres se enteran de que no hago nada en la carrera y de que apruebo los exámenes copiando – su tono se volvió más sensible y triste −, me sacarán de la universidad y me pondrán a trabajar.
Era comprensible. Mucha gente a esa edad solo estudia para no tener que trabajar. Pero no entendía como alguien no pensaba en su propio futuro. No se llega a nada sin estudiar. Pero no podía decirle esas palabras porque no contenían nada de ánimos.
− Bueno, lo has intentado. Quizás hayas aprendido algo haciendo esas chuletas y has aprobado el examen por tus propios méritos.
Me miró y descubrí un pequeño brote de alegría en sus ojos.
− Espero que tengas razón. Oye – cambió de tema y con ello su rostro volvió a oscurecerse −, siento lo ocurrido con mi amigo.
− No pasa nada. – Por nada del mundo quería volver a recordar esa noche –. No le des más vueltas.
− Pero es que yo...
− Shhh... − le interrumpí –. Estoy aquí, y no me ha pasado nada. No lo pienses más.
Su rostro seguía apagado y desconsolado.
− Además – seguí diciendo −, el pasado está escrito, y no hace falta volver a leerlo si no te apetece. Simplemente fue un dato en nuestra historia como amigos. Dejémoslo así.
Me miró y creí haberle animado, pero su rostro seguía triste.
− Anda, tonto. – Le di un abrazo que me devolvió enseguida. − ¿Qué haría yo sin ti?
Me apretujó contra su cuerpo.
− Bueno – interrumpí el abrazo para despedirme −, me tengo que ir que Alicia me está esperando.
Me levanté y agarré mi mochila del suelo.
− ¿Te vienes? – le pregunté.
− ¿Con Alicia? – Parecía haberse puesto un tanto nervioso al nombrar a mi amiga.
− No, conmigo, tonto.
Se frotaba las manos y vi que tenía la mirada perdida en el vacío.
− Vaya, vaya. – Dejé de nuevo la mochila en el suelo y me senté otra vez junto a él en el banco –. ¿Es que te gusta mi amiga?
− ¿Qué dices? Es que... bueno, yo... − No decía nada coherente.
− Ohh, de lo que se entera una. Si quieres puedo arreglarte una cita con ella. Seguro que está dispuesta a quedar contigo. – Nunca mejor dicho conociendo a mi amiga. Si eso distraía a Javier y le animaba, era lo poco que podía hacer por él.
Me miró y una sonrisa surgía de sus labios. Había conseguido sacarle del agujero en el que se había metido.
− Tranquilo, mañana te vienes con nosotras a celebrar mi cumpleaños y así te conoce mejor.
− ¿Es que es tu cumpleaños?
− Pues sí, veinte añitos.
− Y bien cumplidos – respondió.
− Gracias. – Mis mejillas se volvieron rosadas de la vergüenza –. Pues quedamos mañana.
− De acuerdo. Y gracias a ti por no negarme la palabra.
− Para eso están los amigos – le dije. Le di un abrazo para despedirme y me fui.
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A LA SOMBRA DE LA LUNA LLENA ©
Mistério / SuspenseAnaís. 20 años. Estudiante de universidad. Ian. El hombre de su vida, pero oculta un secreto. Una sucesión de crímenes acontecidos las noches de luna llena te llevarán a descubrir el límite entre la realidad y la ficción. Acompaña a nuestra protagon...