CAPÍTULO 23

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La mañana no tuvo más remedio que acabar

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La mañana no tuvo más remedio que acabar. Tenía que preparar el examen para mañana, así que me acompañó hasta la biblioteca para que recogiera mis cosas y después me acompañó a casa.

Aún quedaba mucha tarde por delante. Incluso llegué a pensar en pasar del examen. Ya lo haré en septiembre. Solo quería pasar un poco más de tiempo con él. No quería que se volviera a marchar. Estaba tan a gusto a su lado...

Íbamos caminando por las calles del pueblo, ahora más alegres con la luz del sol.

− ¿Y dónde vives ahora? – me limité a preguntar.

− Cuando mis padres murieron – un gesto de tristeza golpeó en sus pupilas mientras hablaba –, una pareja de ancianos me acogió en su casa. Desde entonces vivo con ellos.

No quise preguntarle más. Es como si algún recuerdo hubiera llegado a su mente y le estuviera atormentando. Algo relacionado con la muerte de sus padres.

No hizo falta sacar más conversaciones. Nos encontrábamos en la puerta del colegio mayor. Dentro podía ver a Alicia que me esperaba sentada en la escalera.

− ¿Te quedas a comer con nosotras? – Intentaba retenerle un poco más. No quería que se fuera.

− Será mejor que no. – Un tono entristecido cubría su leve sonrisa -. Me esperan en casa. Tengo que hacer unas tareas.

− ¿Estás seguro? – insistí –. Podrías llamarles y decirles que tardarás un poco. Aquí dentro hay teléfono. O también puedes usar el mío.

Comencé a buscar nerviosa entre los bártulos de mi bolso para encontrar el móvil. No quería que se fuera.

− No, de verdad – interrumpió mi búsqueda agarrando mi mano −, me tengo que ir.

− ¿Y cuando te volveré a ver? – le pregunté poniendo una carita de cachorrito. Estaba a punto de llorar.

− El pájaro que no surca los cielos no es feliz. Tan pronto como necesites sentir mis alas estaré allí, te lo prometo.

Una lágrima recorrió mi mejilla. Mi alma rebosaba alegría y se desbordaba por mis ojos.

Acto seguido me recogió con sus brazos y unió sus labios con los míos. Luego me mantuvo abrazada, en esos brazos que me daban seguridad. Sabía que decía la verdad. No se marchaba para siempre. Sólo era un hasta luego y nada más. Podía dejarlo marchar, pero mi cuerpo no me dejaba. Apretaba con más fuerza mis brazos para mantenerlo en mi prisión.

− Tu amiga se alegra de vernos – dijo interrumpiendo mi intento de retenerle.

Me separé un poco de él y me giré para ver a mi amiga, a la que sorprendí con los morros pegados al cristal, imitando lo que sería un morreo. Luego se apartó del cristal, me hizo un gesto de llevarse algo a la boca como señal de que nos fuéramos a comer y guiñando un ojo a Ian, se encaminó hacia el comedor de la Residencia.

A LA SOMBRA DE LA LUNA LLENA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora