De repente, los gritos de la multitud hicieron que volviera en mí. Me levanté y observé hacia arriba, donde señalaban todos con el dedo. Pude escuchar que gritaban que habían visto a alguien asomarse en la ventana, pero el humo dificultaba la visión. Me aparté hacia atrás para ver desde mejor perspectiva, pero no lograba ver nada. Varias explosiones hicieron que mi corazón se acelerara al máximo. No había escapatoria. ¿Dónde estarán los bomberos? ¿Por qué no llega nadie? Estos minutos eran eternos.
Y de pronto vi una silueta asomarse al exterior. De nuevo los gritos sonaban en la calle.
− ¡Ian, Ian! – grité con un tono de esperanza.
Él observaba de un lado a otro, como si buscara algo o a alguien.
- ¡Mi bebé! – gritó la última mujer que salió del edificio.
Pude ver que sostenía algo en sus brazos. De pronto desapareció en el humo que ahora era aun más intenso. Cerré los puños con fuerza esperando volver a ver su silueta y...
− ¡Aahhh! – todos gritaron al unísono.
Desde fuera pudimos ver como Ian salía volando de un salto por la ventana del primer piso. Una fuerte explosión sonó tras él y muchas llamaradas salieron del edificio. Todos temíamos que callera al suelo, pero por suerte cayó encima de un vehículo que estaba aparcado casi debajo de la vivienda. El techo del coche se hundió amortiguando la caida. Restos quemados cayeron a su paso desde arriba. La multitud acudió en su ayuda. Bajó saltando en el capó del coche y una vez en tierra le agarraron lo que sostenía en sus brazos.
− ¡Mi bebé! ¡Mi bebé! – gritaba la mujer histérica abriéndose paso entre la gente. Agarró fuertemente algo envuelto en una toalla y el llanto de un niño hizo exclamar a todos un grito de alegría−. ¡Mi niño! ¡Mi niño está bien! ¡Gracias a Dios!
Todos comenzaron a aplaudir el acto heroico que acababa de tener Ian que ahora se abría paso hacia mí. Yo seguía inmóvil, con los puños apretados, como si algo de mí hubiera muerto en ese salto. Una vez en frente de mí, me dedicó una pequeña sonrisa y mi respuesta fue darle un tortazo seguido de un fuerte abrazo.
−¡No vuelvas a hacerme esto! – le gritaba apretando con todas mis fuerzas.
Él me envolvió en sus brazos.
Por fin se escucharon las sirenas del camión de bomberos que se abría paso por la calle abarrotada de personas.
−Vámonos, por favor – me dijo al oído.
No pregunté por qué quería salir de allí tan rápido. Era como si no quisiera hablar con la policía o contar lo que había hecho, pero la verdad era que yo también quería salir de allí.
Fuimos por las calles hasta llegar a un sitio donde tenía su moto aparcada.
− Sube. – Me tendió la mano para ayudarme a subir detrás. Después montó él y no tardó nada en hacerla rugir y salir pitando.
En unos instantes nos encontrábamos de nuevo circulando a gran velocidad por las calles del pueblo. No sabía dónde me llevaba, pero no me importaba. Yo me apretaba con fuerza a su cintura. No sé si por miedo a caerme o por la grata sensación que sentía al tenerlo tan cerca de mí.
Salimos del pueblo en unos minutos.
− ¿Dónde vamos? – grité para que me oyera.
− Espera un poco, ya casi llegamos – dijo girando un poco la cabeza.
Y luego aceleró un poco más lo que hizo que me asustara y me aferrara más a él. No podía verle la cara, pero seguro que disfrutaba de ello.
Unos minutos más tarde, después de subir una cuesta larga hacia arriba, al otro lado de la cima, apareció un inmenso mar que cubría el horizonte. Era una vista preciosa. Me separé un poco de él para poder ver mejor. Ahora íbamos cuesta abajo.
− Intenta soltarte un poco – me dijo –. Disminuiré la marcha para que puedas disfrutar del paseo.
Y lentamente, aterrada, fui soltando los brazos de su cintura.
− Extiéndelos – dijo de nuevo.
No me atrevía a hacerlo, pero, de pronto, los nervios desaparecieron. Sabía que con él no me podía pasar nada. Él era mi protector, y no haría nada que pudiera ponerme en peligro. O eso pensaba.
Alcé los brazos lentamente en el aire y miré hacia delante. Él se inclinó un poco sobre el motor para que pudiera disfrutar mejor de la vista.
Cuesta abajo, sin nada que me impidiera la visión, y con los brazos extendidos, parecía como si estuviera volando. Veía el mar a todo lo ancho. Era una sensación agradable. Me sentía como un pájaro. Sentía que podía acariciar el aire con las palmas de mis manos que flotaban sobre él. Era una sensación tan agradable que no pude contener un grito de alegría que brotó desde lo más profundo de mi pecho.
− ¡Ahhhh! – Parecía una niña, de las que se divierte con cualquier cosa que le hicieran. Me sentía feliz –. ¡Soy un pájaro!
Agité suavemente los brazos imitando el vuelo de las aves, pero cuidadosamente para no caerme. No quería salir volando de verdad.
− ¡Agárrate! – me dijo girando la cabeza hacia mí.
La carretera se acababa y se formaba una curva hacia la izquierda. Volví a enrollar mis brazos sobre él y apreté con fuerza asustada. La curva era un poco cerrada y la velocidad que llevábamos no era la indicada para poder girar.
− ¡Ahhhh! – ahora mi grito no era de alegría, sino de terror.
Estaba asustada y apretaba fuertemente mi cuerpo contra el suyo. Cerré los ojos con fuerza esperando que pasara lo peor, pero no pasó nada. Solo noté que había disminuido la velocidad y que ya no andábamos por un asfalto liso. No había girado en la curva.
Abrí los ojos para cerciorarme de lo que ocurría. Circulábamos ahora por un camino de tierra.
− ¿Por qué vamos por aquí? – le pregunté retomando el aliento.
−Ya casi hemos llegado.
Y relajé mis brazos, con mi cabeza apoyada en su espalda. Me encontraba genial. Había conseguido olvidarme de todo por unos segundos. Aquella bajada había sido espectacular. Esto era lo que necesitaba para mi cumpleaños, un toque de adrenalina.
No tardó mucho en reducir la marcha hasta parar el motor de su vehículo.
− ¡Uauu! – grité después de bajar de la moto –. Ha sido genial. Vamos a repetirlo.
No me contestó. Se quedó parado mientras me observaba con una amplia sonrisa.
− Me he sentido como un pájaro. Parecía que estaba volando – no salía de mi asombro –. Quiero ser un pájaro.
− Permíteme que te corrija – dijo acercándose a mí –. El pájaro soy yo. Solo quería hacerte saber lo que se siente al tocar el cielo, lo que siento cuando estoy cerca de ti. – Y terminó mientras pasaba un brazo tras mi espalda a la altura de la cintura, mirándome fijamente con esos ojos que me hipnotizaban.
No supe que decirle. Mi cuerpo automáticamentese abalanzó sobre sus labios fundiéndonos en un solo beso.
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A LA SOMBRA DE LA LUNA LLENA ©
Mystère / ThrillerAnaís. 20 años. Estudiante de universidad. Ian. El hombre de su vida, pero oculta un secreto. Una sucesión de crímenes acontecidos las noches de luna llena te llevarán a descubrir el límite entre la realidad y la ficción. Acompaña a nuestra protagon...