Entré en la sala. Estaba llena de gente. Intenté buscar un sitio por la parte de atrás, donde, quizás, si tenía suerte, alguien me podría dejar copiar de su examen. Pero estaba todo ocupado. Solo quedaban unos sitios en la primera fila. Tomé aire y me senté.
No me quedaba tiempo para hacer un último repaso. Miré hacia atrás y contemplé a mis compañeros. La clase estaba en cuesta, para que todos pudieran ver al profesor y él a ellos. Desde mi sitio podía ver gente escribiendo apuntes en las mesas, preguntándose cosas del examen entre ellos, ingeniando gran variedad de chuletas, en la suela de los zapatos, debajo de las faldas, en el interior de un bolígrafo...
¿Cómo no fui más lista y me preparé algo para poder copiarme? Nunca lo había hecho. Se me daba fatal. Pero alguna vez debía de ser la primera. No podía permitirme repetir ninguna asignatura, pues dependía de la beca que me daba la universidad para poder hacer mis estudios. Si no aprobaba, tendría que decirle adiós a las clases por un tiempo y ponerme a trabajar. Y también tendría que dejar la estancia en el colegio mayor, y decirle a mi amiga Alicia que se buscara otra compañera.
Entre mis compañeros pude ver a mi amigo Javier, que me dedicó un pequeño saludo y luego agachó la cabeza. Se le notaba disgustado por lo ocurrido con sus amigos la otra noche. Quizás debería hablar con él después del examen.
Me volví hacia la pizarra. Me estaba sintiendo cada vez peor. No sabía nada del examen y los nervios no me ayudaban. Si hubiera apuntado lo que me dijo el profesor en la biblioteca, ahora podría copiármelo. Porque, la verdad, es que no me acuerdo de nada.
Aunque la verdad es que no me gustaba copiar. Nunca había hecho trampas en un examen porque me gustaba aprobar por mis propios medios. Si sacaba un cinco o un sobresaliente era porque me lo había ganado, y eso me hacía sentir orgullosa. ¿Qué se gana copiando? Demuestras que no has aprendido nada. No me gustaba pensar así de mi misma, porque me estaba esforzando al máximo.
Pero este examen era diferente. No lo llevaba preparado ni para sacar un suficiente.
Me llevé las manos a la cara, llena de amargura.
De pronto, la gente cesó sus murmullos. El profesor había entrado en la clase. Descubrí mi rostro esperando ver al viejo gordinflón que daba la asignatura, pero, como si hubiera escuchado mis pensamientos, mis ojos pudieron contemplar a otra persona. Esos ojos azules, color del cielo y ese pelo casi rubio. Era el profesor de matemáticas de Alicia.
− Por favor – comenzó a decir, situando en la mesa un puñado de hojas, lo que debería de ser el examen de álgebra −, dejen todas sus pertenencias en los laterales del aula y procuren no tener nada debajo de sus mesas.
Observaba cada uno de sus movimientos. Cómo se expresaba utilizando las manos, la gracia con las que pronunciaba cada una de sus palabras...
− Vuestro profesor está enfermo y me ha pedido que os haga yo el examen.
Pensé que el señor había escuchado mis plegarias, pero ¿cómo iba él a ayudarme? No tenía sentido. Sólo vería lo poco que había estudiado. Y vería que las explicaciones que me dio en la biblioteca... como si no le hubiera escuchado ¡Qué vergüenza!
A pesar de estar en la primera fila, es como si no se hubiera percatado de que yo estaba allí. Nuestras miradas se cruzaron varias veces pero no se inmutó. Aunque, ¿para qué iba a saludarme delante de todos? ¿Qué le importaba que yo estuviera allí?
No hacía más que desvariar, así que me escondí de nuevo entre mis manos.
− Por favor – siguió diciendo –. Los alumnos de la última fila, cámbiense por los compañeros que están aquí en la primera.
Alcé la vista extrañada. Toda la clase comenzó a murmurar. El profesor quería cambiar a los alumnos de sitio.
− De esta manera os tendré más controlados. – Su tono era severo –. Y esto también va por todos aquellos que tengáis intención de copiarse.
Ya no eran murmullos. La gente comenzó a hablar en voz alta. Todos se habían alterado.
Pude ver a los compañeros de mi fila como se levantaban y cogían sus cosas. Los alumnos de la parte de atrás ocuparon sus puestos. Algunos de ellos salieron directamente de la sala. Y como ellos, otros alumnos que se habían asustado o habían dado el examen por suspendido, decidieron no presentarse y se fueron.
− Usted, señorita – miré al profesor. Parecía que se dirigía a mí. Pero su voz no era amable y gentil como otras veces –. Le he dicho que se ponga en la última fila.
Su rostro parecía enfadado. ¿Qué le había hecho para que estuviera así conmigo? Yo solo quería agradecerle...
− Estamos esperando – dijo bruscamente.
Me levanté de golpe de mi sitio. Abandoné la fila y cogí mi mochila que estaba en el lateral. Observé la puerta que estaba abierta y mis compañeros fuera. Pensé en irme a casa. No tenía nada que hacer allí y además la actitud del profesor me había dejado exhausta. Pero debía intentarlo. A mi mente vino la imagen de mi amiga Alicia. No quería dejar la universidad, así que tendría que aprobar ese examen. Me fui hacia la parte de atrás, donde encontré un sitio en la esquina del final de la clase.
Todos me miraban. Sabían lo ocurrido con el profesor en el parking del centro comercial. Las noticias vuelan. Y además, nos habían visto juntos en la biblioteca. Si se pensaban que había algo entre nosotros, ya tenían claro de que no era así. Mejor, porque en realidad no teníamos nada.
Dejé de golpe la mochila en el suelo, enfadada y apreté las palmas de las manos con fuerza sobre la mesa. Procuré no mirar al profesor de nuevo. Ahora no me mostraba simpatía.
− Bueno – siguió diciendo −, podemos comenzar.
Repartió los folios por todas las filas. Dos por persona. Estaban en blanco y llevaban un sello marcado en una esquina.
Cuando llegó a mi lado, no le miré a la cara. Tenía la vista fija en la mesa cuando me dio los folios, que depositó en ella. Luego bajó a la pizarra.
− Escribid el nombre y apellidos en las dos hojas, y el DNI. – Se dirigía a todos con total normalidad, como profesor que era. Seguro que nada de lo que había pasado estos días le importaba en absoluto –. Y no intentéis meterme el palo porque cuando presentéis el examen tendréis que enseñarme vuestros carnets de identidad, así que nada de poner nombres falsos para que no os corra convocatoria – seguía metiendo el miedo a los alumnos, que cada vez estaban más nerviosos.
Se acercó a la pizarra y comenzó a escribir unos ejercicios de álgebra. Cinco en total. Cada ejercicio que ponía parecía más difícil al anterior. No entendía nada. Lo que estaba escrito en la pizarra me sonaba a chino.
Copié todo lo que había escrito y cada vez que lo miraba no sabía por donde cogerlo.
− Tienen 3 horas a partir de ya. Comenzad.
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A LA SOMBRA DE LA LUNA LLENA ©
Misterio / SuspensoAnaís. 20 años. Estudiante de universidad. Ian. El hombre de su vida, pero oculta un secreto. Una sucesión de crímenes acontecidos las noches de luna llena te llevarán a descubrir el límite entre la realidad y la ficción. Acompaña a nuestra protagon...