CAPÍTULO 4

63 8 3
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

− ¿Es que no me oías? – preguntó el chico. Le reconocí enseguida. Era un compañero mío de clase. Se sentaba varias filas por detrás y casi nunca atendía. Se pasaba las horas haciendo dibujitos en las mesas. El típico que no hace nada en clase y acaba aprobando los exámenes gracias a la facilidad que tenía para copiar. Le acompañaban dos chicos que no conocía, aparentemente un poco mayores que él.

− ¡Ay! Perdona Javi – contesté mientras me quitaba los auriculares de los oídos –. No te escuché por la música. – Mis manos sudorosas por los nervios enrollaron el cable y colocaron el mp4 dentro del bolso.

− ¿Cómo te va todo? – volvió a preguntar acercándose un poco más a mí. Un acto reflejo me hizo retroceder asustada. Los otros ya me habían rodeado para retenerme con ellos –. Hace tiempo que no se te ve por las calles. ¿Estás tan puesta en los estudios como siempre?

− ¡Qué tipazo tiene esta chica! – interrumpió su amigo −. ¿Es que no nos vas a presentar?

El chico que quedaba intentó levantarme la falda que caía por mis rodillas y me aparté. La situación se estaba poniendo tensa como pensaba. Se echaban risas mientras los dos amigos intentaban hacerme rabiar moviendo sus manos hacia mi trasero. Este es el momento en que mi príncipe azul debería aparecer en escena para rescatarme y llevarme lejos, pero pasaban los segundos y nadie aparecía. No ocurrió como con aquel niño que se precipitó al agua y enseguida, de la nada, surgió su rescatador. ¿Es que no vendría a ayudarme a mí? Lo deseaba con todas mis ganas. Mi corazón latía fuertemente pidiendo auxilio. Pronto aparecería, estaba segura.

− ¡Dejadla en paz! – Javier empujó a uno de sus compañeros de juerga −. ¡Es una amiga!

− Pero, ¿de qué vas? – El muchacho cabreado volvió a devolverle el empujón tirando a mi amigo al suelo. La escena se calentaba cada vez más. Mientras, el otro chico, más alto y corpulento, me apresó con sus brazos, atrayendo la atención de su amigo para que empezara la tarea.

Ya está, todo está perdido. ¿Dónde está mi príncipe? ¿Por qué te has entretenido? Necesito tu ayuda. Seguro que en cualquier momento aparece. Noté como el chico intentaba subirme la falda. "¡Ahora!", grité para mis adentros. Pero nada. Hice un fuerte forcejeo pero no sirvió de nada. Era muy fuerte. De repente, el chico que deslizaba su mano sobre mi muslo cada vez más arriba, recibió un fuerte puñetazo que le tiró al suelo. Pero aquel rescatador no era más que mi amigo Javier, que lleno de ira arremetió sobre su compañero. Mi prisión fue liberada como reacción para ayudar a su amigo y acto reflejo me quité un zapato y le golpeé en la cara con el tacón, que hizo una herida profunda en su mejilla.

− ¡Hija de puta! – gritó cabreado el chico que me sujetaba −. ¡Me has destrozado la cara! ¡Me las vas a pagar!

Javier y su compañero estaban metidos en una pelea sin control, tirados por el suelo, forcejeando y dando mamporros. Sin pensarlo dos veces, agarré carrerilla y golpeé a mi enemigo entre las piernas, derribándolo al suelo presa del dolor que le causé en todas sus partes. Solté el zapato y salí pitando de allí dirección a mi guarida, el colegio mayor. El libro ya lo recuperaría o le daría una explicación a mi amiga, pero ahora lo importante era salir de allí. No me giré para ver el curso de la pelea o para percatarme de si mi amigo estaba bien. Sólo quería salir de allí, ponerme a salvo. Corría con todas mis ganas, con un solo zapato, notando la dureza del asfalto con mi pie descalzo. Escuchaba alejarse los gritos de los 3 muchachos y de aquel que me maldecía por el dolor y la herida que le había provocado. No pararía hasta asegurarme de dejar de oír los gritos y sentirme a salvo.

Faltaban unos metros para alcanzar la puerta del colegio mayor cuando tropecé con el bordillo de la acera precipitándome al suelo. No noté el golpe presa del pánico, pero seguro que me iba a doler muchísimo al día siguiente. Me levanté rápidamente y fui hacia la puerta que por sorpresa estaba cerrada. No era extraño encontrarla así a estas horas de la noche. Busqué entre las tonterías de mi bolso para encontrar mis llaves. De pronto comencé a escuchar los gritos de aquel que quería cogerme que cada vez sonaban más cerca. Empecé a sacar cosas del bolso y a tirarlas para hacer espacio y encontrar las dichosas llaves. Pintalabios, botes de colonia... salían de mi bolso y caían al suelo hasta hacerse añicos. Los gritos se acercaban y por lo que decían no eran amigables en absoluto. La cosa iba a acabar muy mal si no encontraba las llaves y conseguía entrar. Y por fin di con ellas, pero resbalaron de mis manos sudorosas y cayeron al suelo. La oscuridad hizo difícil encontrarlas, pero lo hice y me incorporé para introducirlas en el cerrojo. El temblor de mis manos hizo la cosa más difícil. Noté la voz de aquel chico cabreado a unos metros detrás de mí, cuando por fin conseguí meter las llaves y abrir la puerta. Entré y cerré rápido cuando un fuerte golpe sacudió la puerta de cristal. El chico había llegado y quería abrirse paso para capturarme. Sin pensarlo dos veces cerré la puerta con llave desde dentro y retrocedí hasta caer al suelo. Observé al otro lado del cristal y vi la cara del chico que chorreaba sangre de la herida, mucha sangre. Cabreado forcejeaba la puerta y dirigía insultos muy fuertes hacia mí y hacia mi madre.

− ¡Te voy a matar cuando salgas de ahí! – gritaba furioso dando golpes a la puerta −. ¡No vas a estar encerrada eternamente! – Vi como el chico dejaba de dar golpes a la puerta cuando se escucharon las voces de los guardas que intentaban acudir a ver qué sucedía allí. El chico me dirigió una mirada de pocos amigos, hizo un gesto con el dedo índice como si fuera a cortarse el cuello, amenazándome de esa manera como que me iba a matar, y la expresión de sus ojos decían que estaba totalmente convencido. El chico desapareció en la oscuridad de la noche.

Derrumbada en el suelo intenté controlar la respiración y el ritmo de mis latidos que estaban en su límite. Iba a darme un infarto. Lo que había vivido era horrible, y mi cuerpo no podía soportarlo. Entonces recordé los ojos de aquel muchacho, el cual yo pensaba que vendría a rescatarme, aquel príncipe azul salido de la nada cuya mirada conseguía hipnotizar mis sentidos.

− ¡Maldito seas! ¡¿Por qué no has venido a ayudarme?! − Le maldije lo más alto que pude sin importarme de que alguien pudiera escucharme. Y caí sumergida en un mar de lágrimas que hicieron más borrosa la imagen en mi mente de aquel rostro que consideraba tan perfecto para mí. Quizás dejé que se hundiera de verdad en el agua y por eso no había escuchado mis gritos de auxilio. Quizás había salido realmente de mi vida. Lo había perdido definitivamente y para siempre. No existía ese príncipe azul del que me estaba enamorando, ese de las historias de mis libros, ese que debería haberme sacado de allí ilesa llevándome a un sitio seguro. Esos chicos no existen en esta realidad.

A causa de mi cansancio, la humedad en mis ojos y el dolor de mis huesos, noté como perdía las fuerzas, cayendo en una oscuridad más intensa que la noche, más silenciosa que las calles que había cruzado. La noche había acabado ahí, pero algo malo había empezado para los días posteriores. La oscuridad y el silencio me invadieron, dejándome allí tirada en el suelo, cerca de la puerta de entrada. 

 

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
A LA SOMBRA DE LA LUNA LLENA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora