Anaís. 20 años. Estudiante de universidad.
Ian. El hombre de su vida, pero oculta un secreto.
Una sucesión de crímenes acontecidos las noches de luna llena te llevarán a descubrir el límite entre la realidad y la ficción.
Acompaña a nuestra protagon...
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Ahí me encontraba, sentado en un borde al lado de mi cama, en el suelo, con la cabeza entre las rodillas apoyada sobre los brazos. Acurrucado en una esquina, viendo pasar el tiempo. Mi actitud no había sido la correcta y mis sentimientos estaban destrozados. Debería haber actuado de otra manera, eso lo sabía, pero ahora no había vuelta atrás. Alzaba la cabeza de vez en cuando, y miraba al techo, buscando una explicación de mis actos. Allí no había nada, un techo blanco, sin moldura en la escayola, y así me sentía, totalmente vacío. No comprendía mi actitud y lo que mi corazón me pedía. Algo pasaba en mi interior que recorría cada centímetro de mi cuerpo, una sensación agradable, dulzona pero a veces algo dolorosa y molesta. Amagué de nuevo mi cabeza entre mis piernas y me sumergí de nuevo en mis pensamientos incoherentes. Mi mente me decía que hiciera una cosa, pero mi cuerpo hacía otra. Estaba totalmente desorientado. Quería actuar de una manera pero mis actos eran distintos. Lo ocurrido la noche anterior fue el paso definitivo para darme cuenta de lo loco que estaba. Sentimientos punzantes invadieron el centro de mi pecho, un dolor de rabia y angustia no me dejaba respirar. Estaba avergonzado de mi mismo. Podría haber hecho cualquier cosa para que hubiera sido diferente y ahora no estar en esta situación. Anoche debería haber hecho caso a lo que mi conciencia me decía. Si no lo hubiera pensado dos veces ahora no estaría así, derrumbado, deprimido. Pero, ¿qué podía haber hecho? No era tan fácil como parecía. ¿Qué explicación le iba a dar? Sí, es que, mira, te estaba siguiendo porque... ¡Joder! Cualquiera pensaría que soy un acosador. No, en realidad hice bien en mantenerme al margen. En total no pasó nada grave. No ocurrió nada de qué preocuparse. Le podía haber pasado a cualquiera. Además, circular de noche por estas calles es como lanzarse de cabeza a los leones. En cualquier esquina puedes encontrar problemas. Lo cierto es que le habría partido la cara si hubiera querido, pero hice bien en mantenerme al margen. Aunque si la cosa hubiera acabado mal, no me lo perdonaría jamás. Debo dar gracias de que no fue así. Nadie salió mal parado. Bueno, no todos. Pero se lo merecía. Y si ella no lo hubiera hecho habría sido yo, segurísimo.
Levanté un poco la mirada y me froté la cara para despejar mis sentimientos. Me estaba volviendo loco. ¿Qué hacía yo persiguiéndola por las calles en medio de la noche? No iba a conseguir nada bueno de eso. Ella se asustaría de mí. Por eso hice bien en no involucrarme en la pelea. Yo no pintaba nada allí. Y si se enteraba de que la había estado siguiendo, no iba a arreglar nada. No soy un acosador, pero necesitaba asegurarme de que estaba bien, que llegaba sana y salva a su casa. No podía dejarla allí sola, y caminar por esas calles vacías. Aunque no volviera a ver jamás esos lindos ojos verdes y esa larga melena ondulada, aunque no lograra acariciar nunca esa piel delicada de color melocotón, necesitaba asegurarme de que esa noche descansaba segura en su cama. El breve encuentro que tuvimos fue tremendo, eterno. Podría haber congelado allí el tiempo y ser feliz el resto de mis días. Pero todo ocurrió demasiado rápido, y no fui consciente de mis actos. Si me hubiera dejado llevar todo habría cogido un curso diferente. Ahora mismo podría estar acariciando sus manos y saber lo que se siente al acariciar su piel, aparentemente suave al tacto, observar durante horas el brillo de sus ojos y perderme en ese universo oculto en el interior de sus pupilas.
Tenía que dejar de desvariar. Ya no hacía falta pensar en ella. La noche había acabado y ella se encontraba en un lugar seguro. Era hora de centrarme en mis tareas. Lo ocurrido queda escrito en el pasado, y un nuevo día se abría paso por la ventana. Si el destino volvía a poner en mi camino una oportunidad similar, no la dejaría escapar, por nada del mundo caería dos veces en el mismo error.
Separé las manos de mi rostro y llevé la mirada hacia la mesita de noche donde situé esa noche unos tesoros muy importantes que adquirí con el transcurso de mi alocada aventura. Recuerdos que herían lo más adentro de mi pecho, pero que me llevaban a un mundo feliz, en el que quería perecer después de haber vivido un intenso romance. Agaché de nuevo la cabeza y me encerré de nuevo en la soledad y la tristeza que me invadía. Quizás no hubiera otra oportunidad como aquella, quizás lo había perdido todo.
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