CAPÍTULO 5

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Abrí los ojos lentamente y poco a poco fui asimilando la luz que inundaba la habitación. Estaba desorientada. Recordé haberme dormido en la entrada principal y ahora me encontraba en la cama de mi cuarto. Froté mis ojos para despertarme mejor y poder mirar a mí alrededor. La cama de Alicia estaba vacía como sospechaba. No había vuelto en toda la noche. Entonces, ¿Quién me habría llevado a mi cuarto? No recordaba haber vuelto por mis propios medios, alguien debía haberme ayudado. Un sentimiento de nervios invadió mi cuerpo. Hice un intento de levantarme de la cama para poder ir al aseo y ver si allí había alguien más que yo, pero volví a caer tumbada sobre la almohada. Un fuerte dolor de cabeza me vino de repente. Me dolía todo el cuerpo de pies a cabeza. Lo que temía anoche había ocurrido, me había resfriado, y por la pinta que tenía era muy grave. Me esforcé para levantarme y después de varios intentos, lentamente y con mucho cuidado, me dirigí al baño. Abrí la puerta lentamente pero no encontré a nadie. Miré a mi espalda para observar mejor la habitación. Estaba sola, allí parada sobre mis pies temblorosos. Estuve a punto de caerme sobre mis rodillas, pero me sostuve con el pomo de la puerta evitando llegar al suelo. Delicadamente intenté llegar al lavabo para echarme un poco de agua en la cara. Apoyé los dos brazos para mantener el equilibrio, abrí el grifo de agua fría con la mano derecha y con la misma mano me eché un poco de agua en la frente y después en la nuca. Evité quitar la mano izquierda del lavabo para no perder el equilibrio. Las consecuencias de la noche anterior daban su fruto: un fuerte dolor de cabeza, mareos, nariz congestionada y seguía sintiendo dolores en los huesos, por llevar el vestido mojado toda la tarde o por el golpe que me di antes de entrar y ponerme a salvo. Cerré el grifo del agua y alcé la vista lentamente hacia el espejo para ver mi rostro, el cual me asustó. Tenía muy mala pinta. Ojos colorados, nariz hinchada... No podía salir así a la calle. Suerte que era sábado y podía quedarme en casa a descansar. De pronto me vino a la mente el chico que intentó matarme la noche anterior. Seguro que estaba ahí fuera esperándome para pillarme desprevenida y cumplir su promesa. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Mi mano resbaló del lavabo y casi me di de morros contra el cristal del espejo. Apoyé mi mejilla en él y me incorporé para encaminarme de nuevo a la cama. No iba a salir de allí en varios días. Necesitaba recuperarme para los exámenes, y así quizás, aquel matón, se le pasara la rabieta y dejara de perseguirme. Aunque más que rabioso se había vuelto loco. Y en ese momento recordé la herida que le había causado en la mejilla con el tacón de mi zapato. Eso le dejaría marca para toda la vida.

− ¡Mi zapato! – grité aturdida por el dolor mientras me sentaba al borde de la cama −. Lo he perdido. Uno de mis pares favoritos. – Iba a ser difícil reemplazarlos por ahora porque no volvería a la ciudad con mis padres hasta finalizar los exámenes. Eran negros, por los tobillos, con un pequeño tacón y un lacito cerca de la puntera. Eran los únicos que tenía allí de ese estilo y los que mejor me quedaban con ese vestido negro, con la falda al vuelo por las rodillas y sin mangas, decorado con mariposas rojas, que llevaba anoche y que aún seguía llevando puesto. Quién me hubiera traído a mi habitación había sido educado al no quitarme el vestido y de esa manera aprovecharse de mí. Cualquier chico de allí lo hubiera hecho, estoy segura. Pero mi príncipe no, él no era de esos. Él velaba por mi seguridad y me protegía en la lejanía, sin que yo pudiera verle, siguiendo cada uno de mis pasos para comprobar que me encontraba bien. Él me había subido al cuarto y me había arropado entre las mantas sin desnudar mi cuerpo para aprovechar y manosear o curiosear un poquito. Él me había dejado allí vestida y cómoda para que descansara, fuera de todo peligro. Estoy segurísima de que fue él.

Y cuando mi mente hizo un esfuerzo por recordar sus lindos ojos, alguien me interrumpió llamando a la puerta. Di un sobresalto asustada. Mi corazón comenzó a latir rápidamente, no sé si por el susto o por los nervios. Era él, claro que era él. Venía a comprobar cómo me encontraba. No pude reaccionar, estaba paralizada otra vez. Quien estuviera al otro lado de la puerta volvió a insistir golpeando un poco más fuerte. ¡Reacciona! Decía mi amiga conciencia. Se te va a escapar otra vez. Hice un gran esfuerzo por recuperar el control de mi cuerpo. ¿Qué es lo que me sucedía? ¿Por qué me abordaba ese sentimiento cada vez que pensaba en él? Si no lo conozco de nada y sólo nos hemos cruzado una vez y por casualidad. No puede ser amor a primera vista porque él miró hacia otro lado y yo no iba a caer rendida a sus pies por solo una sonrisa de sus labios. Lo que siento por él no puede ser nada más que curiosidad. Poco a poco fui recuperando el control de mi mano. No quería que el extraño que se encontraba al otro lado desapareciera otra vez. Necesitaba ver de nuevo esos lindos ojos. ¡Corre, abre la puerta y échate a sus brazos! Seguía animándome alguien dentro de mi cabeza. Levanté la mano poco a poco separándola del colchón y la dirige hacia la puerta mientras forzaba mi garganta para que salieran, por fin, esas palabras avisando de que estaba allí, para que no se fuera.

 Levanté la mano poco a poco separándola del colchón y la dirige hacia la puerta mientras forzaba mi garganta para que salieran, por fin, esas palabras avisando de que estaba allí, para que no se fuera

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A LA SOMBRA DE LA LUNA LLENA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora