Harry XVI

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Hacía unos días que se había instalado en la Madriguera, como la señora Weasley había querido dejarles a los padres de Fleur el viejo dormitorio de Fred y George, de manera que a él lo habían instalado junto con Ron. Recordaba todavía lo accidentada que había salido su extracción de Privet Drive, en un momento se había alegrado saber que iba a ir en moto, pero Hagrid no le hizo caso a su petición de ir por tierra y claro los mortífagos los sorprendieron en pleno vuelo. Le sorprendió que Zeus no tratarse de echarlo a cañonazos. Suponía que o no se había percatado de su presencia, o le daba igual. Lo cual había sido de agradecer. En algún momento Riddle los alcanzó, cosa que no había sucedido si Hagrid le hubiese hecho caso, pero era difícil hacerse entender cuando no podía revelar que su informante era el propio Snape, a quien había tenido que dejar que sentenciasen. Esa noche había muerto Moody, el segundo al mando y ahora debía reconocer que la orden era un caos. Suponía que sería Kingsley quien tomase el testigo, era la mejor elección para la orden. Después, al día siguiente, había sido su cumpleaños, y el ministro se había presentado en la casa para hacer la lectura del testamento de Dumbledore y el de Sirius Black. No comprendía porque Dumbledore le había legado a Ron algo tan valioso como el desiluminador y sabía que Hermione tampoco, pero había ayudado a Ron a salir del atolladero. Comprendía que a Hermione le legase un libro, pues a esta le encantaba la lectura, lo extraño era que se trataba de un libro de cuentos escrito en runas. Lo desconcertó lo de la snich dorada, cosa que no pudo evitar que notase el ministro; también lo de la espada de Gryffindor, lo que pudo disimular un poco mejor porque esa espada era suya, esta lo había reclamado y acudía a su llamado. Esa espada en cuestión no había sido encontrada por el ministerio. Luego el testamento de Sirius Black, al parecer cuando alguien moría esto se revelaba en el departamento jurídico y Dumbledore había sido el impedimento para poder leer ese testamento. Su padrino le había legado toda su fortuna y la casa de Gridmauld Place. Lo peor de ese día no fue la lectura de los testamentos, sino el hecho de que casí había habido una pelea entre Ron y el ministro, por tardar tanto en desvelar el testamento; comprendía la reacción de Ron, un par de años atrás probablemente hubiese reaccionado igual, pero había aprendido a medir sus reacciones y lo que es mejor, que el conflicto pasase a mayores.

Suspiró, aprovechando esos minutos que estaba a solas en la habitación para revisar su equipaje; ahora que tenía casa propia y esta era segura no podían negarle marchar allí siendo mayor de edad tras la boda, aunque por si acaso no había dicho nada, no deseaba que le cortasen el paso o le dificultasen las cosas. Siendo así podría llegar al campamento antes de lo previsto. Escondió la espada en el fondo de la maleta que había comprado, no se llevaría su baúl, no le hacía falta. Tan sólo las cosas imprescindibles: la espada, su arco con su carjac y las flechas, algo de ropa de verano y de invierno, dinero, y el falso guardapelo que deseaba entregar a Kreacher. Cerró la maleta y dejó lo que no deseaba en el baúl, a excepción de la saeta de juego que tanto valor sentimental tenía para él. Aguzó el oído para asegurarse que nadie lo oyese, empleando las sombras para viajar hasta Grimauld Place.

- Kreacher, no tengo mucho tiempo; he venido a dejar la maleta y la escoba solamente.

- Pero volverá, ¿no?

- Esa es mi idea – Le aseguró al elfo que desde que lo ayudo a cumplir con la promesa que hizo a Regulus Black lo trataba como un miembro de la familia – Además, tengo algo para ti. Recuperé esto de la cueva y pensé que querrías tenerlo – Le dijo sacando del bolsillo delantero de la maleta el falso guardapelo y entregándoselo.

- El amo es muy bueno con Kreacher.

- Te lo mereces – Le sonrió al elfo – Ahora debo irme, no puedo permitir que noten mi ausencia.

Regresó a la madriguera, al llegar a la habitación encontró a Ron tendido en el suelo dándole la espalda a la puerta, cosa que agradecía porque si lo hubiese visto sería difícil de explicar. Ladeo la cabeza contemplándolo.

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