Severus VI

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Hacía casi un mes que había caído el ministerio y que el señor tenebroso se había alzado como gobernante en las sombras. Era un secreto a voces, un secreto que nadie se atrevía a pronunciar por temor a hacerlo ante la persona equivocada. Con esa situación, el terror de antaño había vuelto a establecerse en el mundo mágico, hasta los muggles notaban que algo extraño estaba sucediendo. Sabía que Hogwarts iba a notar que ciertos estudiantes no acudirían, la comisión de registro de hijos de muggles era sólo una tapadera para purgar al mundo de estos mismos; también el hecho que la educación fuese ahora obligatoria en Hogwarts, así controlarían a los niños desde muy jóvenes, adoctrinandolos e impidiendo que se formasen sus propias ideas. Si algo positivo podía sacarse de toda esa situación era que no habían cogido a Harry y que el señor oscuro lo había nombrado director de Hogwarts.

Había tomado posesión del cargo en cuanto había sido publicado en los periódicos, trasladándose al castillo. Muy a su pesar, lo acompañaban los hermanos Carrow, el señor tenebroso había designado que fuese Alecto quien ocupase el puesto de profesora de estudios muggles y Amycus como profesor de Artes oscuras. Había visto los programas de ambas materias: el señor oscuro había modificado el programa de ambas materias, suprimiendo la defensa e implantando las artes oscuras; en cuanto a los estudios muggles, había pasado de ser una materia que explicaba como era la actual vida de los muggles a una materia que los describía como basura, como alimañas que deben ser exterminadas. Eso era bastante repugnante de por sí. Lo peor de todo era que serían ellos quienes por orden del señor oscuro implantarían la mayor parte de la disciplina en la escuela, por lo que la integridad de los alumnos peligraría. Tenía claro que debía protegerlos en la medida de lo que pudiese, como también estaba seguro que el resto de profesores, que con tanto desprecio lo miraban, harían lo que pudiesen para proteger a los estudiantes. Sólo se encontrarían con una dificultad, Flitwich y McGonagall habían sido relegados de los puestos de jefe de estudios y subdirectora respectivamente, y en su lugar habían sido colocados los Carrow. Era un hecho que lamentaba, pues sabía que por mucho que lo odiasen, Flitwich y McGonagall eran de confianza.

La reunión con todo el equipo docente en la sala de profesores resultó ser bastante tensa; pasaron horas hablando de lo que cada cual impartiría a los alumnos en los diferentes cursos y también cómo se organizaría Hogwarts con sus nuevas normas, normas muy restrictivas para los estudiantes; pero si se había excedido en estas más allá de lo que le habían pedido, claro que si con eso conseguía preservar la integridad de los alumnos del castillo, no estaban de más. No podía permitir que se le fuesen las cosas de las manos. Por las miradas de aquellos que, durante mucho tiempo fueron sus compañeros, detectó que si pudiesen le escupirían a la cara.

Terminada aquella reunión regresó al despacho, a su nuevo despacho, todavía no se habituaba al mismo, como tampoco lo hacía a tener el retrato de Dumbledore detrás de su cabeza durmiendo a todas horas menos cuando quería darle la lata con aquellos planes que tenía para esa guerra contra el señor oscuro; como siempre le ponía la mejor cara que podía ponerle, pero estaba harto de sus tejemanejes y de que quisiera que siguiese moviendo los hilos por el. Un buen ejemplo era la espada de Gryffindor, le había insistido mucho que se la hiciese llegar a Harry y que este debía conseguirla en un acto de valor, ignoraba porqué quería que se la entregase, pero no podía hacerlo porque esta había desaparecido, algo que había convenido a bien no contarle al retrato del antiguo director. Así que la mayor parte del tiempo en el que le dirigía la palabra desde su retrato se dedicaba a seguirle la corriente, planteándose en ocasiones lanzarle un encantamiento silenciador al retrato.

Esa misma noche llegarían los estudiantes, tenía unas horas para prepararse, para recibir a todos ellos y explicar las nuevas normas; se planteó redactar un discurso y aprendérselo, con tal que quedase completamente claro quien era el que mandaba ahora y las consecuencias que tendría el desobedecerlas, mirando en especial hacia la mesa de la casa Gryffindor, los más proclives a revelarse, tal como pudo ver en sus mentes que lo habían hecho con el régimen de Umbridge. Eso había sido un juego, esto era mucho más que un juego; los Carrow encargados de impartir disciplina eran muy peligrosos, los conocía lo suficiente para saber que eran capaces de "accidentalmente" matar a alguien. Cuando estuvieron todos en el gran comedor, con los de primero seleccionados, se irguió; comenzando a dar el discurso.

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