XXXIV

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El frío me envolvió en segundos, pude sentir mi piel enchinarse gracias al viento que entró por la ventana que estaba abierta por unos centimetros.
Abrí los ojos de golpe, miré el edredón blanco y la lámpara del hotel, no había sido un sueño.
Me levanté a cerrar la ventana que tenía los vidrios empapados y volví a sentarme.

El lado en el que se suponía Michael había dormido estaba vacío. Noté que su billetera, las llaves de su coche y su teléfono celular estaban sobre la mesa de noche.

Lo había sentido en la madrugada junto a mi, lo sentía a centímetros de mi pero sin tocarme. Lo sentía aún dormida pues cuando él se movió yo abrí los ojos de una sin moverme de lugar. Intenté descifrar lo que hacia con sólo sentir sus movimientos. Eran las cuatro de la mañana según el reloj del hotel, no tenía idea de que tenía prisa de hacer que no fuese dormir.

Ruidos en el baño me sacaron de mis pensamientos, me di cuenta de que él no seguía fuera, de que sí había regresado.

Busqué los tenis que anteriormente había aventado sin piedad y coloqué mis pies dentro. No había recibido ningún tipo de llamada o mensaje de Cande o Jorge, cosa que se me hizo más que extraña. Busqué el celular por toda la habitación ya que había olvidado en dónde lo había puesto. Lo hallé debajo del edredón; intenté desbloquearlo, había olvidado que se había quedado sin pila el día anterior.

Seguía escuchando ruidos en el baño pero Michael no salía de él. Me acerqué a la puerta para intentar escuchar algo, era extraño. Ya habían pasado poco más de veinte minutos desde que yo había despertado.

—¿Michael?— golpeé la puerta un par de veces.— ¿Estás bien?

Pegué mi oído hacia la puerta tratando de escuchar una respuesta.

—Sé que saliste anoche Michael. Y creo saber a dónde lo hiciste. Sólo quería decirte que gracias por hacerme caso, ya sabes. Por entenderme.

Seguía sin escuchar una palabra de su parte.

—Te agradezco todo lo que haces Michael pero...— la puerta se abrió.— te pedí que no más.

Tenía el cabello mojado y alborotado, unos jeans diferentes a los del día anterior y el torso descubierto. Estaba recién duchado.
Las heridas de su rostro seguían igual, sus nudillos estaban sin el vendaje del día anterior y ligeramente curados por el alcohol que le había dejado.

Sus ojos marrones pronto se llenaron de lagrimas, frunció el ceño y se cubrió la boca para llorar.
Me acerqué a él y lo abracé, él lo hizo igual escondiéndose entre mi cuello.

Acaricié su espalda al mismo tiempo que lo hacía con su cabello. Una larga y delgada cicatriz en ésta me llamó la atención preguntándome como es que se la pudiese haber hecho. No quise preguntar.

—Entiendeme, por favor. No te pido más Valentina.— susurró.

—¿Y tú me entiendes a mi Michael?— cuestioné.

—Te hizo daño, muchísimo daño. Tú dime ¿Crees que lo hubiese querido dejar así?

—Te pedí que no hicieras más.

—Y no hice más, lo juro.— negó con la cabeza.

—¿Entonces? ¿Por qué saliste anoche?— me separé de él mirándolo fijo, limpié sus mejillas con mis dedos pulgares.

—No lo encontré.

—¿Querías matarlo?

—No.— negó con la cabeza.— quiero matarlo.

Reí irónica y negué con la cabeza alejándome de él.

—No entiendo Michael ¿Para qué hacerlo? ¿Para qué matarlo? Si tú me aseguras que haciéndolo todo lo que me hizo sentir, todo lo que he sentido durante todo este tiempo, el como ahora mismo me siento desaparecerá para siempre. Puedo jurarte que yo misma lo mataría, con mis propias manos Michael.

2.Mi Hermanastro-Michaentina (Adaptada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora