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Antes.

Estoy a punto de decirle exactamente eso cuando mi celular se apaga por la falta de batería, y en ese preciso instante doblo al pasillo siguiente, y veo al chico rubio que acude cada día al café, a sólo unos metros de mí. 

Dado que ya no puedo devolverme sin parecer una tonta, me limito a agacharme un poco y esconderme tras mi pelo, fingiendo que estoy buscando algo en la parte más baja de la estantería. Lo cual es ridículo, porque no hay más que desodorantes y lociones de hombres aquí. 

No me agrada este chico. Odio a los tipos de su clase, con esa sonrisa de le-agrado-a-todo-mundo y su gran actitud de ganador que les hace pensar que pueden hablarle a quien quieran con toda confianza. Quiero decir ¿A quién le ganaron? ¿Y qué es lo que han ganado? Llámenme intolerante. Porque sí, lo soy. 

—Hey —dice de pronto. Adivino que es a mí, desde que no hay nadie más a lo largo del corredor.  

Bueno, era cosa de tiempo antes de que me viera.  

—Vinka, ¿así era, no? 

Me paro derecha y empujo mi cabello hacia atrás para poder verlo y bajar la temperatura de mi rostro.  

—Guau —se ríe—. ¿Qué es esa cosa de... juish? —pregunta, alzando su mano hacia atrás por encima de su cabeza en una exagerada imitación de mi gesto.  

—Me molestaba el pelo sobre la cara, eso es todo —respondo con un perfecto rostro de póker y algo de suficiencia.  

—¿Estás comprando desodorantes? ¿Sabes que este pasillo es de hombres, verdad? 

—Ah, no. Es sólo... —De pronto recuerdo que no tengo que darle una explicación de por qué compro las cosas que compro a un desconocido—. Por supuesto que no estaba comprando desodorantes de hombre —termino y me cruzo de brazos, dejando caer estúpidamente el saco de azúcar al suelo.  

—Te ayudo —se apresura él y se inclina a recogerlo.  

—Gracias. 

¿Has pensado alguna vez en aquellos días en que todo va realmente mal y parece ser que el mundo no va a detenerse hasta que estés durmiendo o simplemente te encierres en tu habitación hasta la mañana siguiente? Eso es exactamente lo que viene a mi mente cuando recibo el saco y una delgada fila de azúcar comienza a caer al suelo.  

—Vas a necesitar uno nuevo —dice riéndose y apunta al saco, como si no lo hubiera notado ya—. De todas formas, ¿Azúcar morena y desodorante de hombre? ¿Qué clase de brujería piensas hacer con eso? 

Suspiro sabiendo que no tendré la capacidad de aguantar otra de sus bromas ridículas e infantiles.  

—Escucha: Tengo prisa y no me agradas.  Lo más sano para ambos será seguir mi camino y olvidar que estuviste aquí diciendo tus aburridas bromas, ¿de acuerdo? 

—Woah. Bien, lo siento —dice con sus manos en el aire, cual inocente saliendo de la escena del crimen.  

Comienzo a alejarme de él a paso apresurado, con una pequeña hilera de azúcar trazando mi camino en el suelo a medida que avanzo por el corredor. Y justo antes de doblar al final, el muy gracioso exclama. 

—En el 23 hay analgésicos femeninos, ¡Sólo digo! 

Necesito recordarme a mi misma que golpear a las personas en público podría meterme en problemas.  

Esperando no encontrarme con el otra vez, sigo mi camino hasta el pasillo del azúcar para cambiar la bolsa por una nueva y descubrir que soy una boba por no darme cuenta antes de que los sacos de harina estaban ahí también, a tan sólo un metro de distancia.  

Yo invito (fanfic n.h)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora