Capítulo uno.

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Hay personas que piensan que la vida es una bendición, que agradece el estar vivo todos los días, que disfruta en todo momento cada minuto en el que respira.

Pues adivinen, yo no soy una de esas personas. Lo que mas me gustaría en estos momentos es morir, que me pise un maldito tren o algo.

La gente que agradece estar viva es porque tiene algo bonito en su vida, yo no.

Con solo 18 años de edad debo trabajar para un maldito viejo baboso y desagradable para pagar mi pequeño departamento y poner comida en la mesa.

Antes solía ser una de esas personas que amaban la vida... hasta que encontraron muertos a mis padres.

- ¡Me cago en Dios! - esa, últimamente, era mi línea favorita para empezar todas las mañanas cuando sonaba el estúpido despertador.

Con pereza y mal humor me levanté de la cama, había vuelto a dormir poco y aún faltaban dos días para mi preciado fin de semana.

- Solo dos días más Callie, solo dos días mas y podrás descansar - me dije a mi misma y con movimientos rígidos me levanté de mi cama desperezándome como usualmente hacía y daba un gran bostezo. Caminé hacia el baño y abrí la ducha para que pueda regularse el agua, volví a mi habitación, preparé lo que me pondría ese día y me metí directo a la regadera para asearme.

Apoyé mi cabeza sobre la fría baldosa de la pared de la ducha para aclarar un poco mi mente y lograr despertarme del todo, odiaba con todo mi corazón las mañanas pero debía seguir así si quería conservar mi apartamento y tener que comer. Resoplé y salí envolviéndome en una toalla para poder cambiarme.

Hice lo de siempre, me vestí, me peiné, desayuné algo ligero, me lavé los dientes y salí de mi hogar para poder comenzar otro día de trabajo.

- ¡Blair! ¡mi café, apúrate niña! - gruñí por lo bajo, maldito viejo asqueroso. 

- ¡Enseguida va señor Rumsfeld! - exclamé llenando su taza con café caliente. - Deberían pagarme mas por estas mierdas.

- Lo harían si dejaras de ser tan niña y le hicieras un par de favores al jefe - me contestó por detrás Britanny, una de mis compañeras de trabajo, una zorra hecha y derecha como le gustaban a mi jefe.

- No gracias, si quiero que me manoseen por dinero, me vuelvo prostituta - exclamé con veneno y caminé hasta el despacho del viejo asqueroso. - Aquí tiene su café señor Rumsfeld.

- Ya era hora, toma, acomoda estas carpetas y si llama de nuevo ese molesto de Smith le dices que no estoy, me tiene hasta la coronilla con los problemas de su pequeña empresa. 

- Si, señor. - Me di media vuelta para irme, pero su voz me detuvo.

- Blair.

- ¿Sí, señor?

- ¿Qué tal tus planes para el fin de semana? - oh Dios, no otra vez, ¿qué acaso este degenerado no se cansaba?

- Debo estudiar y atender muchos asuntos pendientes señor.

- ¿No puedes postergar esas cosas? - apreté los labios.

- No, señor.

- Retírate entonces, y dile a Britanny que venga, necesito pedirle algo - asentí con la cabeza y salí de su despacho. 

Siempre era igual, el maldito degenerado se hacía el tonto con el tema de los planes, pero era mas que obvio lo que quería hacer conmigo, era la única empleada del lugar que no se había echado un polvo con él por un pequeño aumento de sueldo o un ascenso como habían hecho las zorras de mis compañeras, ellas se reían de mi ya que a mi me pagaban una miseria por no complacer los deseos pedófilos de mi jefe. 

Pero en mi mundo, las putas arrastradas son ellas, así que no me interesaba en lo mas mínimo, por lo menos con lo que me pagaban me alcanzaba para vivir.

Como había decidido no hacerle ningún favorsito al jefe me dejaron trabajando mas de la cuenta ese día. Terminé yéndome de la oficina a eso de las 9 de la noche, había estado trabajando casi doce horas casi sin parar. A pesar de no ser tan tarde no había mucha gente en la calle por el frío que hacía esa noche, suspiré, me acomodé un poco mas mi abrigo y caminé las desoladas calles para llegar a mi hogar. De la nada empezaron a caer gotas del cielo, esto tenía que ser una broma ¿lluvia? ¿en serio? no traía paraguas así que seguí caminando. Por cada paso que daba la lluvia se intensificaba, decir que estaba empapada era decir poco, casi lloro de alegría cuando llegué a casa, me quité la ropa mojada y me puse mi piyama, empecé a prepararme la cena cuando de repente me acordé de unos papeles sumamente importantes que traía conmigo. Corrí hacia mi bolso y me desesperé al verlo tan mojado. Los papeles se habían arruinado, me iban a matar en el trabajo. 

- ¡DEMONIOS! - Grité y pateé la mesa de noche agarrándome la cabeza con las manos. - ¡SOLO TE PIDO UNA BUENA BARBAS! ¡SOLO UNA! ¡TE LLEVASTE A MIS PADRES, TE LLEVASTE MI VIDA! ¿QUÉ MAS QUIERES PEDAZO DE INFELIZ? ¿QUE ME SUICIDE? ESTOY A UN PASO DE HACERLO, ME CAGO EN TI, DEJA DE ARRUINAR MI VIDA.

Estaba no solo molesta, estaba sacada de mí. Lágrimas de rabia cayeron por mis mejillas, me deslicé hasta sentarme en el suelo.

En los brazos del Ángel. «Horan»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora