Capítulo treinta y nueve.

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Siempre había creído que el cielo era un lugar divino, un lugar en el que me gustaba estar, a pesar de mis obligaciones, siempre fue un lugar cálido, armonioso y especial, un lugar de donde los ángeles jamás queríamos salir y que añorábamos cuando teníamos nuestras misiones en la tierra. 

Ya no era así... añoraba mi lugar en la tierra junto con Callie, la extrañaba muchísimo y sentía un hueco en el pecho por la falta de su presencia, me dolía hasta pensar en el hecho de que ella en esos momentos no me recordaba, no sabía que yo había existido en su vida, no recordaba nuestros momentos juntos, los besos, las dulces palabras, su memoria se había borrado, sus recuerdos se habían ido. Pero los míos seguían latentes en mi cabeza. 

Me preguntaba que estaría haciendo mi pequeña en esos momentos... el tiempo transcurría de manera distinta en el cielo que en la tierra, en lo que aquí habían sido horas, en la tierra quizás habían pasado algunos días. La espera me desesperaba, necesitaba a Callie conmigo, necesitaba estar cerca de ella, cuidarla, abrazarla, sentir su delicioso aroma y besarla... el besarla me hacía sentir como un ángel completo, su ángel, de nadie más. 

- Guardián -  llamó Gabriel. 

- ¿Señor? - rogaba que me trajera buenas noticias. 

- Has estado muy inquieto.

- Lo siento... es que de verdad me he sentido muy nervioso por dejar a Callie sola tanto tiempo. 

- Veo que te has tomado muy enserio tu misión. 

- Con cualquier humano habría sido así, señor... pero ella significa aún más para mí. 

- Explícate, guardián. 

- Para nosotros los guardianes, siempre nuestro protegido será importante, debemos tratar de mejorar sus vidas, de ayudarlos, de protegerlos... pero en el fondo también lo hacemos para poder convertirnos en ángeles completos, para alcanzar la gloria de las alas. Y yo hace tiempo dejé de pensar en ellas... solo pienso en la seguridad de Callie, solo pienso en estar con ella hasta el final y no dejar que nada nunca le pase, porque no sería capaz de perdonármelo. 

Gabriel me estudió, el asombro asomaba en sus ojos. 

- Es una de las confesiones más puras y llenas de verdad que he oído, guardián... se nota que en verdad amas a esa mortal. 

- Más de lo que usted cree, señor. 

- Hoy se tratará tu caso - me informó. - Haré todo lo que esté en mis manos para que puedas regresar con ella, te doy mi palabra. 

- Se lo agradezco muchísimo, señor - creí que me echaría a llorar. 

Él asintió con una cálida sonrisa y se retiró del lugar, yo suspiré y me senté en el suelo. Cubrí mi rostro con las manos y por dentro desee con todas mis fuerzas el que todo saliera bien, necesitaba volver con Callie. 

De un momento a otro un dolor insoportable comenzó a extenderse por mi pecho, las plumas de mis alas se erizaron en señal de alarma... 

- Niall - escuché que una voz gruesa y cargada de maldad me llamaba, el aire se tornó pútrido. Un demonio. 

- Demonio, no puedes establecer contacto con los ángeles, retírate.

La comunicación vía mental estaba prohibida entre ángeles y demonios, cualquier tipo de comunicación en sí estaba prohibida entre nosotros. 

- ¿Es que acaso no me reconoces? - una risa maligna se escuchó y yo me tensé. 

- Asmodeus - siseé con enojo, la lengua me picó al decir su nombre. Él rió. 

En los brazos del Ángel. «Horan»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora