Capítulo 23

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No me había atrevido a llamar a Kilian después de haber pasado de él de la manera en que lo hice. No había parado de pensar en la posibilidad de que me gustara y quizás fuese así, pero necesitaba tiempo para asimilarlo.

Con los cascos puestos y Take Me to Church de Hozier a todo volumen, empecé a subir las escaleras con una bolsa de la compra en cada mano. Iba tarareando la letra sumergiendo en mi propio mundo de miseria cuando ésta salió de mi mundo para llegar al real al ver a la persona a la que menos me apetecía ver. Quitándome un casco y con cara de mal humor, fui directa hacia él.

–¿Qué haces aquí? –Pregunté dejando las bolsas de la compra tras de mí.

–¿No vas a dar un besito a tu padre?

–No, a lo mejor lo que le doy es una patada en sus partes bajas, ¿qué quieres?

–Meredith, tranquila. Tienes el mismo humor que tu madre... –Dijo riéndose mostrando la dentadura a la que le faltaban varios dientes y dejándome oler ese aroma que tanto detestaba a Whisky barato. –Solo quería ver qué tal estaba mi niñita.

–Estoy bien, sobre todo cuando tú no estás cerca. –Gruñí intentando controlar la cara de asco, pero cuanto más tiempo lo tenía cerca, más ganas de vomitar me entraban. O de escupirle en la cara.

Vi su ceño fruncirse y sabía lo que venía ahora, por eso me eché hacia atrás pero no pude evitar que me cogiera del pelo para acercar su cara a la mía. Sus ojos azules, iguales que los míos, estaban llenos de rabia.

–A mí me hablas con respeto, que soy tu padre.

–¡Suéltame! –Grité empujándolo pero tenía más fuerza que yo.

–No te voy a soltar. Me debes que te haya dado la vida y que te haya pagado tu carrera para comer cocos. Deberías respetarme, sin mí no serías nadie.

–Tú no me pagaste nada. Fue mamá la que lo hizo. –Respondí intentando aguantar las ganas de llorar y echándome hacia atrás para que soltara mi pelo sin ningún resultado, solo conseguía que apretara más fuerte. –Tú solo te gastabas el dinero en ti, en putas y en tu asqueroso alcohol.

Como cuando era pequeña, por contestarle, me cogió del cuello pegándome a la pared. Intenté clavarle las uñas en sus asquerosas manos para que me soltara pero no podía, su agarre era demasiado fuerte y notaba que empezaba a quedarme sin aire y que mis pies no tocaban el suelo.

–Necesito 5.000 dólares antes del viernes y tú, pequeña zorra, me los vas a dar o sino, volveré. Sabes que lo haré, ¿te ha quedado claro? –Escupió en tono amenazante y mirándome fijamente, sin pestañear si quiera, sin rastro de emoción al ver que las lágrimas corrían por mis mejillas.

–¿Para qué los necesitas? –Pregunté riéndome sin casi oxígeno y sin voz porque su mano alrededor de mi cuello no me dejaba hablar. –¿Para que no te maten? Porque si es así, no pienso pagarte nada. –Escupí en su cara y le di una patada en el estómago con la que conseguí que me soltara. Cogí las bolsas de la compra, abrí tranquilamente la puerta de mi casa y desde ahí, lo miré retorcido en el suelo haciendo que una sensación de triunfo recorriera mi médula espinal. –No cuentes conmigo, Carlos.

Se levantó corriendo para venir hacia mí de nuevo pero cerré la puerta haciendo que se chocara contra ella. Tiré las bolsas de la compra al suelo y me miré el cuello en el espejo de la entrada. Tenía la marca de su mano dibujada en mi cuello y pasé mis dedos por ella como tantas y tantas veces había hecho años atrás.

–¡Meredith! ¡Abre la puta puerta! ¡Maldita zorra! ¡Eres igual que tu madre e igual que ella deberías estar! Bajo tierra. –Gritó aporreando la puerta provocando que me temblaran hasta las pestañas.

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