12 de septiembre del 2011
Al echar un último vistazo al niño, arrastrando sus pequeños pies por las empinadas escaleras, con aquella mochila que ellos le habían regalado repleta de libros, y la cabeza inclinada hacia abajo, a Marta se le antojó sumamente vulnerable. Tan frágil. Toda la mañana había mostrado una determinación impropia de su edad y las condiciones por las que atravesaba, y ahora, al ver la verdadera cara de su nieto se le cayó el alma a los pies. Se preguntó si lograría superar la muerte de su madre. Seguramente sí. Los niños son muy fuertes, se dijo para espantar a sus demonios, para acallarlos por el momento. Lo que necesitaba ahora era una temporada lejos de todo aquello, del dolor, de los hospitales, de la muerte...de él. Aquel hombre nunca se libraría del aire fúnebre que lo rodeaba. No se llevaría a su nieto a ese oscuro mundo. En esa dirección iban sus pensamientos mientras, lentamente, se encaminaba de vuelta a casa.
El calor de la mañana, un vestigio del sofocante verano que habían vivido, muy similar al de hacía un par de años, la acompañó durante todo el trayecto y, ante el agradable y prometedor día, se encontró a medio camino y de muy buen humor. Decidió parar en una pastelería a comprar unos cuantos dulces para Alejandro, quizás eso le alegrara el día y hacía que se abriera un poco a sus abuelos. Ella sabía muy bien que no lograría comprarlo, pero el soborno podía contribuir.
Dejó a su espalda el vibrante tintineo de la puerta y retomó sus pasos, cargando con la pequeña bandeja envuelta con papel blanco y amarrada con una cinta color crema.
No había dado ni diez pasos cuando escuchó el primer grito. Agudo y punzante, provenía de los pulmones de una mujer joven. Y se apagó abruptamente. Los viandantes, tras alzar un momento la vista como perros asustados por explosiones de pirotecnia, continuaron como si nada. Todos parecían demasiado ocupados como para responder a cualquier estímulo que proviniera del exterior. Con los avances de la ciencia el contacto humano terminará resultándonos extraño, pensó la mujer.
Los incipientes y alarmantes bramidos impidieron a los peatones continuar el hilo de sus pensamientos por mucho tiempo y, cuando apenas habían transcurrido un par de minutos desde el primer grito, todos en la calle se lanzaban interrogantes con la mirada o con la voz. Las preguntas del estilo "¿Qué ocurre?", sonaban algo estúpidas, pero la situación parecía requerirlas.
A pesar de la curiosidad que comenzaba a despertarse en ella, Marta continuó lanzando un pie delante de otro. Esta simple acción cada vez le costaba más. Se estaba poniendo nerviosa, y cuando le pasaba eso, la tensión se le concentraba en las rodillas y mover las piernas se convertía en una ardua tarea. En ese instante le gustaría haber cedido un poco y tener a mano el bastón que le había regalado su hija. Pero no, su tozudez había convertido aquel aparato en un criadero de termitas perdido en el fondo de algún armario.
Un sonido agitado se escuchó delante de ella, algún grito de auxilio terminado de forma abrupta. En un primer momento, fingió no oír nada, pero la agitación, tanto en su interior como en el fondo de la calle, se hizo más evidente y ralentizó su andar hasta detenerse. Todos hicieron lo mismo, y los que venían de aquella dirección se dieron la vuelta.
El eco de unos apresurados pasos se acercaba acompañado de respiraciones ruidosas y desacompasadas. Un grupo de personas apareció en la esquina y cruzó la calle para continuar su camino. Habían pasado a toda velocidad, pero Marta había visto a tres hombres, uno de ellos con un niño en brazos, y a una mujer. Todos exhibían rostros crispados por el esfuerzo. Huían de algo.
Su perseguidor no tardó en aparecer.
Una chica en sus veinte atravesó por el mismo lugar que el grupo anterior y ni siquiera echó un vistazo a las atónitas expresiones que dejó a su paso, en la calle lateral en la que se había detenido la anciana. Aquella figura llevaba los brazos cubiertos de sangre y parecía del todo ida, con el rostro casi desencajado por el esfuerzo.
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Primer Mordisco
Horror«Aquel día cambio la vida de mucha gente, las vidas de todos nosotros. Nos desvió, pero... De alguna manera también nos dio impulso. Como un tsunami, como... Somos como réplicas de un terremoto. Cada uno de nosotros vibra, se mueve impulsado... impu...